Leonardo Villaroel - Crononautas

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Una historia de viajes en el tiempo con misterios, suspenso y humor. Entre saltos temporales por diversas eras, los protagonistas vivirán una gran aventura que completará las piezas restantes de una historia fragmentada y desafiará las leyes de la física.

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Me carga viajar en el tiempo Pero hijo Es que mamá nunca viene con - фото 1

—Me carga viajar en el tiempo.

—Pero hijo…

—Es que mamá nunca viene con nosotros…

Aaron Modric levantó la vista. Desde los juegos de agua de la plaza, el pequeño Mondrian lo miraba con cara de querer estar en cualquier otra parte. Pensó en dejar de lado la presentación que estaba revisando en su dispositivo portátil, pero también pensó que este sería un buen momento para probarla con una audiencia impaciente y gruñona.

—Ven un segundo, hijo. Ven, siéntate aquí.

Mondrian corrió feliz a sentarse en las piernas de su padre, que al presionar el marco de sus anteojos comenzaron a proyectar el holograma de lo que a todas luces era un powerpoint del futuro. En el aire rotaba la proyección de ecuaciones e índices de probabilidad genética, en coloridos gráficos que el niño perseguía a zarpazos por el aire.

—Mira, este es el código del ADN de una persona. Es la combinación de información genética que hace que las personas seamos personas y tengamos dos piernas, dos brazos, un corazón, un cuello pequeño; y nos diferenciemos de, por ejemplo, las jirafas, que tienen manchitas, cuello largo y comen hojas. En este nivel todas las personas del mundo somos iguales. Todos tenemos algo en común, y por eso es importante preocuparnos por los demás, ¿no es verdad?

Mondrian iba a decir “pero, pero”, sin embargo su padre prosiguió a la velocidad justa para que no fuera necesario interrumpirlo.

—Aunque también todos somos distintos. Todos tenemos cosas que nos diferencian. Algunos somos más altos, otros más bajos. Algunos tenemos el pelo rojo, otros lo tienen oscuro o rubio. Y las narices… ¡Qué distintas son las narices! ¿No te parece? Cuesta mucho encontrar dos iguales. Como las personas mismas, las hay parecidas a veces, ¿pero iguales?

La imagen proyectada se empezó a enfocar en una sección especial de la doble hélice del ADN. A un costado salían más números y porcentajes.

—Esta sección es la que nos importa, Mond. Mira. En esta área hay algo que hace que alguna gente como tú o como yo tengan el pelo de este color. Y hay algo en esta misma sección que hace que podamos soportar los efectos físicos al viajar en el tiempo. Y no sé qué es, pero lo estoy buscando. Por eso viajo tanto y trato de llevarte conmigo, porque estás creciendo tan rápido cuando yo estoy de viaje. Por eso, además, mamá no puede acompañarnos. Algo hay en el ADN que impide que las personas que no tienen este componente viajen en el tiempo; esta marquita minúscula en sus fibras más pequeñas, que además les da este color de pelo.

—¿Y si te pasa algo cuando estás lejos?

Mondrian ya estaba entrando en la edad en que quería compartir con el mundo las aventuras y descubrimientos de su padre, sintiéndose orgulloso de ser el hijo de una persona tan importante. Pero no podía contarles la verdad a sus compañeros, ni aun a su madre, sin que lo dejaran en ridículo y se burlaran de él. Una vez trató de contarle a su mejor amigo que su padre tenía la capacidad de poder viajar en el tiempo, que venía del futuro, y pasaba largas semanas ausente en viajes de los que no podía decir nada. Al día siguiente su amigo le dijo que sus papás le prohibieron volver a jugar con él.

—No me va a pasar nada. Tienes que estar tranquilo, hijo. Recuerda eso siempre. Si alguna vez me pasa algo vas a ser el primero en saber. Mientras tanto, no te preocupes.

—Pero y si un día…

—Si un día, ¿qué?

—Y si un día haces algo que no sea de esta época… Algo que sea peligroso…

Con sus bucles anaranjados tapándole los tímidos ojos, Mondrian no pudo percibir el brillo orgulloso en la mirada de su padre. Aaron respiró profundo: en unas horas más estaría muchos siglos en el futuro, frente a una audiencia de reclutas y científicos ávidos de escuchar su historia, llenos de dudas técnicas y ecuaciones con múltiples incógnitas por despejar. Y ahí estaba su hijo, con las preguntas más importantes, esperando la respuesta más simple posible.

—Cuando uno hace algo que cambia el pasado y puede con ello alterar el futuro, el universo se porta de lo más amable, hijo. Como cuando conocí a tu mamá, o cuando naciste tú, más de mil años antes que yo, imagínate. El universo se preocupa de nosotros y no nos deja solos. Es un lugar inmenso, y cuando cambiamos el pasado de esta forma, lo que hace el universo es abrir un espacio nuevo, acomodar los que estaban por venir y tomar una nueva forma. No es que uno pueda terminar con el universo o quedarse atrapado por siempre viviendo los mismos días. Con cada cosa que hacemos en un día común y corriente estamos cambiando la forma del lugar donde vivimos, Mond. Y por eso es importante.

Aaron le hizo un cariño a su hijo, desenredando suavemente uno de esos mechones rojizos, como queriendo destacar el color de pelo de los viajeros en el tiempo, y también para mirarlo a los ojos cuando le dijera lo siguiente, que era una de las lecciones de vida más significativas que había aprendido en sus cronoviajes. Ahí se percató de que los ojos que buscaba estaban cerrados, y que su hijo respiraba por la boca, profundamente perdido en un sueño plácido.

—¿Cómo les voy a poder explicar la ciencia del viaje en el tiempo a los crononautas del mañana?

Capítulo I

En el que un chancho es rescatado y conocemos a nuestros héroes, los que reciben un extraño llamado del destino. O de su jefe, que viene a ser la misma cosa, francamente.

AÑO 2181, SIGLO XXII

En otro lugar del tiempo, durante una noche oscura, de una oscuridad apenas más pálida por la luna media. En medio del silencio del bosque se filtraba sutilmente el imperceptible crepitar de la hojarasca. Un hombre y una mujer, enfundados en trajes que parecían estar hechos de la misma oscuridad, se deslizaban sigilosos, procurando pasar lo más desapercibido posible. Habían conseguido eludir la seguridad robotizada de la planta de producción, pero siempre era probable que hubiera patrullas humanas recorriendo los alrededores. La mujer se movía con una mezcla de cautela y gracia que daba gusto observar. Se desplazaba entre árbol y árbol con la naturalidad de una bailarina que ha entrenado muchos años para este momento. Por su parte, el hombre avanzaba como uno de esos malabaristas de circo que siempre están a punto de botar el cuarto plato que lanzan al aire, pero finalmente nunca botan nada. No llevaba platos; en cambio llevaba un chancho.

—¡Brooohiiink!

—Shhh. Tápalo. Tápale la boca.

—¿Ah?

—Así —la mujer tomó la mano de su compañero y la puso a la fuerza contra el hocico del porcino, quien rápidamente intentó hacer merienda del guante del muchacho.

—¡Auch! Me mordió.

—Merecido te lo tienes. Trátalo con más cuidado.

—Pero si es un chanch…

—Es un animal. ¡Y un animal especial, además!

—Yo todavía no veo qué tiene de especial este chancho… En mi época la carne de cerdo era de lo más común.

Lidia hizo una pausa para mirar a su compañero. Ninguno de los dos cumplía aún los veinte años. Ahí terminaban sus similitudes. Si bien ambos eran pelirrojos, lo eran de maneras distintas. Aún bajo la escasa luz que proveía la luna, Lidia podría llegar a pasar por una rubia cobriza. Mondrian, en cambio, no podría pasar por nada menos que una zanahoria atómica. En el rostro de Lidia, tanto como en sus movimientos pulidos y elegantes, había reflejada una alegría profunda e intensa, como si su cuerpo apenas pudiera contener el gusto por lo que estaba haciendo. Mondrian parecía más indiferente a todo.

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