Otra vía superior diferente y menos directa se activa cuando consideramos la situación del paciente desde una perspectiva más positiva diciéndonos, por ejemplo, que no está tan enfermo, que posee una constitución fuerte y que lo más probable es que se recupere. 33Al cambiar de este modo el significado de lo que percibimos, se modifica también su impacto emocional ya que, como dijo Marco Aurelio hace ya unos milenios, el sufrimiento «no se debe a la cosa misma sino al modo en que la estimamos, algo que podemos revocar en cualquier momento».
Los datos proporcionados por esta reevaluación nos permiten corregir la idea tan difundida como equivocada de que, puesto que «lo que pensamos, sentimos y hacemos discurre automáticamente en el tiempo que dura un parpadeo–, nos hallamos a merced de nuestra vida mental. 34
Como dice Ochsner, «la idea de que todo sucede “automáticamente” resulta bastante equivocada. A fin de cuentas, la reevaluación modifica nuestra respuesta emocional y, cuando la realizamos deliberadamente, logramos un mayor control consciente de nuestras emociones».
El simple hecho de nombrar mentalmente las emociones que experimentamos puede refrenar también el funcionamiento de la amígdala, una forma de reevaluación que tiene grandes implicaciones en nuestra vida social. 35Por un lado, corrobora la posibilidad de modificar nuestras reacciones reflejas negativas hacia alguien, reconsiderando más detenidamente la situación y reemplazando una actitud irreflexiva por otra más útil tanto para los demás como para nosotros mismos.
Pero la vía superior también nos proporciona la posibilidad de responder del modo en que más nos guste, aun cuando hayamos sufrido un contagio indeseado. 36En tal caso, en lugar de vernos desbordados por el miedo histérico de alguien, podemos mantener la calma y proporcionar una ayuda más eficaz y, si alguien se halla demasiado agitado y no queremos compartir su estado, podemos protegernos del contagio y permanecer resueltamente en nuestro estado de ánimo preferido.
Son muchos los retos a los que nos enfrenta la vida y, si bien la vía inferior nos brinda una primera oportunidad de respuesta, la superior nos permite decidir la que realmente queremos dar.
LA REMODELACIÓN DE LA VÍA INFERIOR
David Guy tendría unos dieciséis años cuando experimentó su primer ataque de ansiedad. Ocurrió en clase de inglés, cuando su maestro le invitó a leer en voz alta su redacción semanal.
En ese mismo instante, su mente se vio desbordada por imágenes de sus compañeros de clase porque aunque, por aquel en- tonces, ya quería ser escritor y empezaba a experimentar con nuevas técnicas, sabía perfectamente que sus compañeros no tenían el menor interés en la escritura y no mostrarían el menor empacho en burlarse de él.
David se esforzó denodadamente por evitar lo que se imaginaba como el mayor de los ridículos, pero ello no impidió que se viese paralizado por el miedo. Su rostro enrojeció, sus manos empezaron a sudar y el corazón le latía tan deprisa que casi se le cortó la respiración y fue incapaz de articular una sola palabra. Y lo peor era que, cuanto más lo intentaba, mayor era el pánico que experimentaba.
Ese miedo escénico no desapareció con el paso del tiempo. Poco importó que el último curso fuese elegido delegado de clase porque, apenas se enteró de que debía pronunciar un discurso de aceptación, declinó la oferta. Más tarde, después de haber publicado su primera novela a los treinta años, David sigue sorteando como mejor puede ese tipo de situaciones y rechazando las invitaciones que recibe para hablar en público de su novela. 37
Son muchas las personas que, como David Guy, tienen miedo a hablar en público. Las encuestas realizadas en este sentido demuestran que ésa es la más frecuente de todas las fobias y que afecta a uno de cada cinco ciudadanos de nuestro país. Pero el miedo escénico no es sino una de las principales modalidades que asume la “fobia social”, término con el que el manual de diagnóstico psiquiátrico denomina a la ansiedad generada por situaciones que van desde el miedo a conocer gente nueva hasta hablar con personas desconocidas, comer en público o incluso usar un lavabo público.
Como bien ilustra el caso de David, el primer episodio de este tipo suele presentarse en la adolescencia, pero el miedo dura toda la vida y quien lo padece hace lo que sea por evitar la situación temida, ya que sólo con imaginarlo puede desencadenar un ataque de ansiedad.
El miedo al público posee un extraordinario poder biológico. En tal caso, basta con que el sujeto imagine simplemente las críticas de la audiencia para que la amígdala responda con un aluvión de hormonas del estrés en lo que bien podemos calificar como el equivalente de un auténtico temporal fisiológico.
Esos miedos aprendidos dependen parcialmente de los circuitos relacionados con la amígdala, un conglomerado neuronal al que Joseph LeDoux denomina “el centro del miedo” y al que lleva estudiando desde hace varias décadas en el Center for Neural Science de la Universidad de Nueva York. 38Según LeDoux, las células de la amígdala en las que se registra la información sensorial y las áreas adyacentes que aprenden el miedo, desencadenan nuevas pautas en el momento en que un miedo ha sido aprendido. 39
Nuestros recuerdos son, en parte, reconstrucciones. Cada vez que evocamos un recuerdo, nuestro cerebro lo reescribe, actualizando el pasado en función de nuestros intereses y preocupaciones presentes. A nivel celular, recuperar un recuerdo significa, por tanto, según LeDoux, “reconsolidarlo”, es decir, modificarlo gracias a una nueva síntesis proteica que nos permite almacenarlo actualizado. 40Cada vez, pues, que evocamos un recuerdo, reorganizamos su misma configuración química hasta el punto de que, la próxima vez que lo evoquemos, volverá tal y como se vio modificado.
Los datos concretos de la nueva consolidación dependen de lo que aprendamos mientras lo recordemos, y si lo único que experimentamos es el fogonazo del miedo, no haremos más que intensificarlo. Pero la vía superior también puede aportar razón a la inferior porque si, en el momento en que experimentamos el miedo, nos decimos algo que alivie su presión, el mismo recuerdo suele recodificarse con menor intensidad. Así es como podemos aprender a evocar gradualmente el recuerdo temido sin experimentar la emergencia de la angustia en cuyo caso, según LeDoux, las células de la amígdala se reprograman y desarticulan el condicionamiento original del miedo. 41Por ello, el objetivo de este tipo de terapia puede ser considerado como una reconfiguración gradual de las neuronas ligadas al miedo aprendido. 42
Hay ocasiones en que el tratamiento recurre a la exposición real a las situaciones ansiógenas, lo que permite que la persona experimente la fobia y, simultáneamente, ejercite el modo de dominarla. Las sesiones de exposición empiezan con una relajación que, muy a menudo, consiste en unos pocos minutos de lenta respiración abdominal, seguida de la exposición a la situación amenazante en una cuidadosa gradación que culmina en la peor de sus versiones.
Consideremos, por ejemplo, la terapia de exposición para el control de la angustia, que opera del mismo modo que la reducción del miedo. Durante las sesiones que se llevaron a cabo al respecto con policías de tráfico de Nueva York, una policía afirmó haberse dirigido hecha una furia a un motorista que la había insultado llamándola «¡Sucia puta!». Ésa fue, durante la terapia de exposición, la misma frase que se le repitió, primero en un tono lacónico y luego con una intensidad emocional cada vez mayor que incluso acabó apelando al empleo de gestos obscenos. La tarea de la policía consistía, entretanto, en permanecer sentada lo más tranquila posible. La exposición concluyó con éxito cuando, independientemente de lo aborrecible de la situación, aprendió a permanecer relajada y pudo volver de nuevo a la calle y rellenar tranquilamente una multa de tráfico en medio de una lluvia de improperios. 43
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