1 ...8 9 10 12 13 14 ...28 Los psicólogos sociales han descubierto una y otra vez que, cuanto más naturalmente coordinados –es decir, cuanto más simultáneos, al mismo ritmo o armonizados de cualquier otro modo– se hallen los movimientos de las personas que se relacionan, más positivos son sus sentimientos. 10El mejor modo de percatarnos de ese flujo no verbal consiste en observar una conversación entre dos amigos desde una distancia que no nos permita escuchar lo que están diciendo, en cuyo caso asistimos a una elegante danza de la que también participa el contacto ocular. 11Es interesante señalar, en este último sentido, que cierto coach de teatro familiariza a sus discípulos con esta danza silenciosa visionando películas en las que el sonido, sin embargo, permanece desconectando.
La ciencia actual dispone de herramientas que actúan como una especie de lupa que pone de manifiesto aspectos que resultan invisibles al ojo desnudo, como la sintonía entre el ritmo respiratorio del que escucha y la emisión de aire del que habla. 12Los experimentos realizados en este sentido han puesto de relieve que, cuando dos amigos están hablando, su ritmo respiratorio se acopla, de modo que ambos respiran al mismo tiempo, o que cuando uno exhala, el otro inhala.
La intensidad de esta sincronía respiratoria es mayor cuanto mayor es la proximidad entre los participantes y aumenta todavía más en los momentos en que ríen ya que, en tal caso, comienzan casi en el mismo instante y, mientras lo hacen, se sincroniza también su ritmo respiratorio.
La coordinación constituye una especie de amortiguador social de los encuentros interpersonales y cumple con la función de lubricar los momentos más embarazosos, como las largas pausas, las interrupciones y las ocasiones en que ambos interlocutores hablan simultáneamente. Por eso, aun cuando una conversación se deshilvane o caiga en el silencio, la sincronía mantiene la sensación de relación, transmitiendo un mensaje tácito de acuerdo y comprensión entre emisor y receptor.
A falta de esta sincronía física, la conversación requiere, para que los participantes se sientan cómodos, de una mayor coordinación verbal. Esto es algo que queda muy claro cuando, por ejemplo, las personas no pueden verse –como sucede en una conversación telefónica o a través de un interfono–, en cuyo caso las pautas verbales y la alternancia deben coordinarse más que cuando los interlocutores se hallan físicamente presentes.
La simple coincidencia de posturas constituye un elemento extraordinariamente importante del rapport . Cierto estudio que investigó los cambios de postura de los alumnos de un aula descubrió por ejemplo que, cuanto más semejantes son sus posturas a las de sus profesores, más intenso es el rapport y mayor también su nivel general de implicación mutua. De hecho, la coincidencia postural constituye un indicador muy claro del clima emocional del aula. 13
La sincronía va acompañada de un placer visceral cuya intensidad es tanto mayor cuanto mayor sea el tamaño del grupo. La expresión estética de la sincronía grupal se manifiesta en el disfrute universal de bailar o moverse al mismo ritmo que puede advertirse en el impulso que mueve los brazos de los espectadores que “hacen la ola” en las gradas de un estadio de fútbol.
El fundamento neurológico de la resonancia se halla integrado en la estructura misma de nuestro sistema nervioso. Aun estando en el útero de la madre, el feto sincroniza sus movimientos con el ritmo del habla humana, pero no con otros sonidos. El niño de un año de edad sincroniza el momento y la duración de su parloteo infantil con el de su madre, y cuando el bebé se encuentra con su madre (o cuando dos extraños se ven por vez primera), la sincronía transmite el mensaje «estoy contigo», una forma implícita de decir «continúa, por favor» que mantiene el compromiso de la otra persona. Y, cuando la conversación toca a su fin, se alejan de la sincronía, enviando señales implícitas de que ha llegado ya el momento de concluir la interacción. Cuando, por otra parte, la interacción no alcanza la sincronía –es decir, cuando se interrumpen o, de algún modo, no acaban de encajar–, se genera un sentimiento negativo.
Cualquier conversación discurre a través de dos canales, el superior (que transmite la racionalidad, las palabras y los significados) y el inferior (que opera a un nivel subverbal y expresa una vitalidad ajena a toda forma), manteniendo la interacción a través de la experiencia inmediata de la conexión. La sensación de conexión no depende tanto de lo que se dice como del vínculo emocional tácito más directo e íntimo.
Esta conexión subterránea no es ningún misterio, porque siempre manifestamos nuestros sentimientos sobre las cosas mediante expresiones faciales espontáneas, como gestos, miradas y similares. Es como si, a un nivel sutil, estuviésemos manteniendo una conversación silenciosa que nos permitiera adivinar, entre líneas, cómo nos sentimos en la relación y ajustarnos así en consecuencia.
Cuando dos personas conversan podemos contemplar este minué emocional en la danza de sus cejas, en los gestos rápidos de sus manos, en las expresiones faciales fugaces, en los veloces ajustes del ritmo verbal, en los intercambios de miradas y cosas por el estilo. Esta sincronía es la que nos permite acoplarnos y conectar y, si lo hacemos bien, entrar en resonancia emocional positiva con los demás.
Cuanto mayor es la sincronía, más semejantes son las emociones que experimentan los implicados y su mantenimiento determina el ajuste emocional. Cuando, por ejemplo, un bebé y su madre pasan juntos de un bajo nivel de energía y alerta a otro más elevado, es mayor el placer que experimentan. La misma capacidad de resonar de ese modo indica la existencia, incluso en los bebés, de circuitos cerebrales subyacentes que convierten la sincronía en algo muy natural.
–Pregúnteme por qué no puedo contar un buen chiste.
–Muy bien. ¿Por qué no puede…
–Porque carezco de sentido de la oportunidad.
Los buenos cómicos poseen un gran sentido del ritmo y de la oportunidad para contar chistes y, lo mismo sucede en el caso de los concertistas que estudian una partitura musical, suelen analizar minuciosamente cuántas pulsaciones deben esperar antes de rematar un chiste… o, como bien ilustra el chiste que acabamos de mencionar, cuándo deben interrumpirlo. Conseguir el pulso justo garantiza la expresión artística del chiste.
La Naturaleza ama el ritmo. La ciencia ha descubierto que el mundo natural está lleno de sincronías cada vez que un proceso natural se acopla y oscila al ritmo de otro. Así, cuando las olas están desacompasadas, se anulan mutuamente y cuando, por el contrario, se sincronizan, se ven amplificadas.
Ese acompasamiento se halla muy presente en el mundo natural (desde las olas del océano hasta los latidos del corazón) y también afecta al dominio de las relaciones interpersonales cuando nuestros ritmos emocionales se sincronizan. Cuando un “metrónomo humano” nos propone un determinado ritmo nos hace un favor, y viceversa.
El mejor modo de advertir esta sincronía quizás consista en escuchar el despliegue virtuoso de un concierto, en cuyo caso los músicos parecen extasiados y oscilar al ritmo de la música. Pero lo más interesante es que, por debajo de esa evidente sincronía, la conexión se asienta en los mismos cerebros de los músicos.
La investigación realizada sobre la actividad neuronal de cualquier par de esos músicos pone de manifiesto una gran sincronicidad. Cuando dos violoncelistas, por ejemplo, tocan el mismo fragmento musical, el ritmo de activación neuronal de sus hemisferios derechos parece acoplarse, una sincronía que es mucho mayor que la que existe entre los hemisferios izquierdo y derecho del cerebro de cada uno de los ejecutantes. 14
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