que pido a Dios por ti.
Sentirás que te amo
con todo mi corazón,
pero, mamita, ¿no sé lo que me pasa?
Mientras en casa tu amor espera…
Te enfrento y te daño
estallo de furia y no sé ¿por qué?
¡Me juzgas enfadada,
frunciendo el ceño!
Mi pavor grita
culpándote de mis desgracias,
y tú comienzas a llorar.
Mamita, ¡no llores!
¡No llores, por favor!
¡No llores, por favor!
no quise herirte,
no fue mi intención
¡de verdad, lo siento!
Es lo que quisiera decirte
pero, el valor me falla.
Tu clamor, mi alma calcina
y se me enmudece el habla.
Sin poder pedirte perdón
por cada lágrima de amargura
que envejeció tu corazón.
Mamita, ¿no sé lo que me pasa?
Pero… ¡No me quites el aliento
de tu amor!
Llovía milagrosamente en Calama
Milagrosamente, llovía en mi norte,
diáfanos como los ojos del río Loa,
que baña de sol radiante cada mañana,
entre pastizales perfumados de alfalfa.
El cielo lloró un caudal de aguas cristalinas,
mojando el aguayo del desierto dormido,
y el cabello de choclos nortinos
ondula feliz al alero de un pueblo encantado.
Lluvia, pasión regada de invierno altiplánico,
campanas jugando en el corazón de la gente,
¡el canto del río Loa! mojaba su ropaje nuevo
fantaseando atolondradamente con agua bendita.
Llovía orgasmos de nubes y cielo,
cerros bañados de cristales benditos,
volcanes traviesos amando la puna,
¡júbilo calameño que renueva la faz del desierto!
Yo no sé de ¿dónde viene? Pero lo que veo es un hombre
que se pierde en las manos de la naturaleza,
la sencillez parece un mito impregnado en él.
Siente que la madre riqueza no vendrá nunca,
aunque en sus sueños, parecen haber nacido con él,
admiro su entrega, su tenacidad, el amor a la tierra.
Yo no sé, ¿quién es? Pero veo en él un aire de tristeza,
absorbido por un paño de esperanzas o tal vez quimeras,
es tan solo su forma de ser, un minero nortino.
Es una fuerza que se percibe cuando se interna en la mina,
sin miedos, valiente, solitario, me confundo con él,
quisiera ser minero, ser tu reflejo fiel.
O, quizás, simplemente, sea mi imagen y no yo la suya
porque cuando él sufre, siento zaherir mi alma,
con lágrimas de vehemencia que envejecen su corazón.
Y se vuelven sobrevivencias cansadas de sudor,
inmerso, a veces, en un mar de ignorancia,
y frustraciones que asoman como ferviente dolor.
Obreros entregados a nuestras minas,
valientes guerreros en los brazos del yacimiento,
amadores de la patria, sus raíces, vividores de la vida.
A veces, muy hombres; otras veces, niños,
más bien jóvenes, enamorados del peligro,
amantes del mañana y del progreso de la nación.
Mineros de corazón.
El brasero envejecido de nostalgias,
ese olorcito mágico a queso asado,
tortillas de rescoldo de un pueblo encantado,
el delicioso mate de unión familiar.
Dime, ¿qué fue de aquel paraíso perdido,
escondido entre verdes cerros empinados,
el establo imaginado, la noria del recuerdo,
un paño de hierbas impregnados de Canela?
¿Qué fue de aquellos corrales de ovejas de algodón,
graznidos de animales que aún juegan en mi corazón,
fantaseando todavía en el carrusel de infancia,
acunada en el tibio regazo de tu amor?
¿Qué fue de ti, amada viejecita?
¿Emprendiste tu último vuelo hacia la eternidad?
¿Es por eso que no te puedo encontrar?
Sin ti, no imagino aquel prodigioso lugar
y se me va la vida sin poderte olvidar.
¿Qué fue de ti, sacerdotisa del Señor?
La tierra aún clama el arado mágico,
el trigo añora los tiempos de trilla en el campo,
y los cielos maravillosos de colores místicos.
Imagino tus manos de artesana de la vida,
manos de musa inspiradora de los sueños,
sin tener riquezas, nos heredaste tanto,
donde estés, cúbrenos con tu chal de invierno.
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