Christopher J. H. Wright - Que los evangelios prediquen el Evangelio

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Los cuatro escritores de los evangelios que escribieron sobre la cruz de Cristo y los eventos que la antecedieron, lo hicieron a su manera. Cada uno interpreta los eventos a través de la lente de diversas partes del Antiguo Testamento y cada uno enfatiza diferentes temas. Basado en sus propios sermones predicados durante varios años en la Iglesia All Souls en Londres, Christopher Wright explora la rica variedad del pensamiento de los
evangelistas sobre la cruz de Cristo, para luego desafiarnos a no predicar la cruz sin predicar la resurrección si queremos ser fieles a cómo predicaron los apóstoles. El hecho es que el Evangelio, como los evangelios que narran acerca de la cruz, estaría incompleto sin la resurrección de Cristo porque la resurrección de Jesús el Mesías completó y confirmó todo lo que Dios había logrado mediante la muerte de Cristo en la cruz.
Este es un excelente recurso para los predicadores que se enriquece aún más con el capítulo final que proporciona un comentario personal sobre cómo Wright preparó cada uno de los sermones.

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• Hemos sido librados de la esclavitud del pecado.

• Nosotros, los que estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, ahora vivimos en Cristo.

• Ahora somos ciudadanos del pueblo de Dios, miembros de la familia de Dios y morada de Dios por su Espíritu (Efesios 2.19-22).

Por ello celebramos esta fiesta. Por ello celebramos la cena del Señor con corazones agradecidos y con vidas cambiadas.

Pero hay un último detalle que no debemos obviar antes de terminar. En el versículo 30 Mateo nos dice, como también lo hacen los otros Evangelios, que al final de la cena, «Después de cantar los salmos, salieron al monte de los Olivos».

¿Qué cantaban? Bueno, casi seguro que cantaban ese grupo tradicional de salmos conocidos como «el gran Hallel» que comprende los Salmos 113 al 118. Pero, por lo general, eran los últimos cuatro, Salmos 115 al 118 los que se cantaban al final de la cena de Pascua en los tiempos de Jesús —y aún hoy cuando los judíos celebran la Pascua.

No voy a leer todos esos salmos en este momento. Quizás quieran hacerlo ustedes mismos después. Lean los Salmos 115, 116, 117 y 118, e imagínense cantándolos con Jesús. Imaginen a Jesús, guiando a sus discípulos, verso por verso, juntos cantando estos salmos al terminar esa última cena. Piensen en cómo las palabras de estos salmos llenaron sus mentes mientras bajaban de la habitación secreta, mientras regresaban por las oscuras calles de Jerusalén, bajando al valle y subiendo las laderas boscosas del monte de los Olivos, hacia el jardín que se llamaba Getsemaní.

Estas fueron las palabras que estaban en la mente y la voz del mismo Jesús en sus últimas horas antes de su traición, juicio y muerte.

Jesús habría cantado el salmo 116:

Yo amo al Señor

porque él escucha mi voz suplicante.

Por cuanto él inclina a mí su oído,

lo invocaré toda mi vida.

Los lazos de la muerte me enredaron;

me sorprendió la angustia del sepulcro,

y caí en la ansiedad y la aflicción.

Entonces clamé al Señor:

“¡Te ruego, Señor, que me salves la vida!”

(Sal 116.1-4)

¿Habrán llenado su mente estas palabras mientras oraba en agonía a su Padre en Getsemaní?

Tú, Señor, me has librado de la muerte,

has enjugado mis lágrimas,

no me has dejado tropezar.

Por eso andaré siempre delante del Señor

en esta tierra de los vivientes.

Aunque digo: “Me encuentro muy afligido” …

¡Tan solo cumpliendo mis promesas al Señor

en presencia de todo su pueblo!

Mucho valor tiene a los ojos del Señor

la muerte de sus fieles.

Yo, Señor, soy tu siervo;

soy siervo tuyo, tu hijo fiel.

(Sal 116.8-10, 14-16)

Y en el Salmo 118 Jesús habría cantado estas palabras:

No he de morir; he de vivir

para proclamar las maravillas del Señor.

El Señor me ha castigado con dureza,

pero no me ha entregado a la muerte.

(Sal 118.17-18)

Pero Dios sí entregó a Jesús a la muerte.

Jesús se entregó a la muerte, una muerte que sería aterradora y agonizante, aunque Jesús sabía que Dios lo iba a levantar de entre los muertos.

Y en el clímax del Salmo 118, Jesús habría cantado este Salmo con sus discípulos:

Tú eres mi Dios, por eso te doy gracias;

tú eres mi Dios, por eso te exalto.

(Sal 118.28) 3 3 Para indicar énfasis, algunas palabras de las citas bíblicas están en cursiva.

Pero doce horas después, Jesús exclamó estas terribles palabras, con su inconfundible eco: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Sal 22.1).

¿Por qué? Porque Jesús estaba cargando el pecado del mundo, tu pecado y el mío. Porque Dios hizo que aquel que no conoció pecado se convirtiera en pecado por nosotros. Por eso, durante esas horas en la cruz, Jesús experimentó el horror de haber sido abandonado, desamparado, rechazado por Dios, porque esa es la respuesta final y santa de Dios ante el pecado: expulsarlo de su presencia. Y Jesús fue a ese lugar de abandono para que tú y yo no necesitemos hacerlo, cuando confiamos en Cristo. Él cargó nuestro pecado, en su propio cuerpo, sobre el madero, como lo expresa Pedro.

Por esa razón, tú y yo podemos cantar las últimas palabras del Salmo 118, palabras que Jesús también cantó sabiendo lo que le esperaba al día siguiente, pero «por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios» (Heb 12.2).

Den gracias al Señor, porque él es bueno;

su gran amor perdura para siempre.

(Sal 118.29)

1Este sermón fue predicado en la iglesia All Souls el 2 de marzo del 2008.

2N. del E.: En teoría literaria, se usa el concepto de «redención». Una expresión en inglés que se deriva de este concepto es redemptive moment, que expresa un significado no necesariamente religioso, sino que más bien comunica la idea de algo rescatable o un acto de reivindicación o un giro inesperado hacia la noción universal del bien y de la justicia. La expresión que se traduce como «momento redimible» se aproxima a la expresión en inglés según su acepción secular y quizá lo más cercano aún debería ser «momento rescatable». Pero, en el contexto de este libro y en calidad de creyentes evangélicos, debemos interpretar el «momento redimible» de la historia directamente en relación con el acto redentor de Cristo.

3Para indicar énfasis, algunas palabras de las citas bíblicas están en cursiva.

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