Aunque, bueno, esa circunstancia igual no impediría que en el sueño vos y yo continuáramos nuestro trayecto a lo largo del sendero tomados de la mano. Yo sé que puede parecer una excusa —igualmente tiendo a decírmelo en la vigilia—, pero siempre he creído que el amor es el laberinto de los laberintos, donde el tiempo y el espacio se bifurcan perpetuamente hacia innumerables e impredecibles futuros; una puerta (o sea un beso, una mala caricia, un tórrido recuerdo, las sombras de una mirada) conduce a ene desenlaces, y cada uno es el punto de partida de nuevas bifurcaciones... Por ello, igual vos y yo continuamos caminando tomados de la mano mientras nos vamos conociendo e intimando: yo y mis insomnes noches en compañía de un libro que vos asociarás con la pérdida de las más importantes horas para que la piel logre la lozanía de las rosas; vos y tus extensas y coloridas charlas en el shopping que, ante mi frugal posición sobre el mundo de la moda, percibiré profundas y tiernas, como el algodón. Mi congénito miedo a la felicidad y tu filantrópica visión de la vida; el nostálgico tango que a diario voy escribiendo con mi melancólico diario vivir, y vos y esa tú sonrisa blanca y plena, las tardes de paseos, las noches de rumbas, los amigos, las amigas. Vos siempre hermosa en tú ósea figura felina, feliz en tu presente inalterable y tu futuro envidiable, rodeada siempre de gentes y cosas lindas en el paraíso terrenal que tenés por vida, mientras yo, mi blanca soledad y mi desaliñado y descolorido aspecto, viviré preocupado siempre por el qué dirán... Y así, mientras caminamos, cariño, vamos dando un vistazo a algunas salas del laberinto de los laberintos hasta que el verde sendero se bifurca, y entonces vos tomás a la izquierda y yo a la derecha, vos me decís: “adiós, nene”; y yo, deseando una segunda parte, como las malas películas que buscan reivindicarse, digo: “hasta pronto, mi...”. Pero eso pasa en el sueño, eso es en el sueño, mi amor. Porque aquí, mientras te cuento, lo veo todo nuevamente: ni vos a la izquierda y yo a la derecha, y nada de adiós, nene, ni de segundas partes, porque esta vez el espeso flujo corre lentamente, va oscureciendo tu bermejo vestido, lo torna cárdeno gracias a mi furia que fluye a la altura del puñal, mientras suavemente voy despertando del profundo sueño, del sueño donde te amé una vez, y en el que intentás despedirte de mí. Es por eso que ahora que me escuchás, quiero que te quede clara mi única forma de decir adiós…”
¿Caminos preestablecidos…?
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