Narrativa
¿QUIÉN SUICIDÓ A PEDRO MAIRENA?
¿QUIÉN SUICIDÓ A PEDRO MAIRENA?
© Jorge Scherman Filer, 2020
I.S.B.N. 978-956-396-100-3
© Editorial Cuarto Propio
Valenzuela Castillo 990, Providencia, Santiago
Fono: 22 7926518
www.cuartopropio.com
Diseño y diagramación interior: Alejandro Álvarez
Diseño de portada: Eugenia Prado
Fotografía de portada: Claudia Román
Impresión:
IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE
1ª edición, noviembre 2020
Queda prohibida la reproducción de este libro en Chile
y en el exterior sin autorización previa de la Editorial.
A Vicky,
a su lucidez notable,
y a la belleza de su corazón.
Por sus valiosos comentarios,
mis agradecimientos
a Mónica de Pablo,
Claudio Bravo, mi hermano de la vida,
Rodrigo Cánovas y Luis Cifuentes.
Cuando escribas,
suéltalo todo,
déjalo fluir.
DÍADA: EL DETECTIVE ESTRELLA DE LA PATRIA
¿QUIÉN SUICIDÓ A PEDRO MAIRENA?
1
El crimen o suicidio estaba distorsionado por una pintada lila sobre la pared: Yo no lo maté, aunque a veces se lo merecía. Who suicided Peter? Fuck him!
Bobo ya sabía que Margaret Mitchell era el amor del muerto, Pedro Mairena, un curioso espécimen en la fauna literaria chilena: no era envidioso, no aspiraba o, más bien, rehuía y abominaba del éxito y la fama. Jamás buscaba portadas, no postulaba a becas de postgrado ni a fondos concursables, no dictaba talleres de escritura creativa, y odiaba los concursos literarios como si fueran la peste. Pero escribía como los dioses y nunca publicó nada. Su mantra era el de Gabo: escribo para que me quieran los amigos. A Pedro Mairena, un mentiroso redomado, le importaba un rábano que lo amaran.
Margaret era una neozelandesa onda pueblos originarios que se vino a Chile a luchar por la causa mapuche. Tenía una larga experiencia en su país sobre el tema, y decidió internacionalizarse. Versión siglo XXI del internacionalismo proletario. Bella que castañeaban los dientes, y sabía tanto de los pueblos originarios del mundo que los intelectuales hombres, que eran sus pares en el tema y se morían por cogérsela, le huían como si fuese el demonio. Margaret los miraba y les hacía un corte de manga. Prefería amar a un indio. Pedro Mairena fue una excepción, aunque, todo sea dicho, era mitad hindú, mitad chileno.
Bobo se preguntó: ¿Por qué el asesino es tan bobo que me quiere hacer creer que a Mairena lo mató Margaret? Mal que mal, casi nadie en Chile sabe inglés bien. Lo saben a medias o a cuartas. Who suicided Peter? Fuck him!, no lo escribe cualquiera. Ni siquiera en castellano.
Bobo fue a la casa de Margaret. No la encontró. Llamó a una amiga en Investigaciones. La neozelandesa había salido del país. Se emitió una orden de captura internacional. La Interpol haría la pega. Un eufemismo en este caso, porque Margaret ya estaba capturada en los brazos de un indio en plena selva donde la Interpol no se atrevía a ingresar. Claro, eso lo sé yo como narrador omnisciente indirecto libre –a lo Flaubert–. Bobo no tenía cómo puta idea saberlo. Igual le pasé el dato, pues este relato y la indagatoria tienen que avanzar para no frustrar ni engañar al lector.
A la sazón, Bobo partió a la selva tras la huella de Margaret. No la encontró por ninguna parte. ¿Será un navajo, un maya, un yoruba, un maorí? Dio la vuelta al mundo. La buscó en el África subsahariana y más al sur, en el norte de la América profunda, en la Oceanía más agreste, en la Latinoamérica olvidada al sur del Río Bravo. Todo fue pistas falsas, desvíos y equívocos.
La neozelandesa parecía ser una mujer transparente.
Derrotado, se acomodó en Ciudad Antigua de Guatemala. Se instaló en un boliche y pidió un pisco sour. El mozo, que era chileno, le dijo: “Usted es huevón o se hace”. “Perdón”, respondió Bobo, “estaba distraído, entonces tráigame una chela”. Le sirvieron una Negra Modelo, su preferida. “¿Dónde chucha se ha metido la gringa? Internet y la aldea global valen callampa”, pensó, y decidió volver a la patria.
Pero como Nuestro Señor es omnisciente, omnipotente y ubicuo, envió un ángel al sueño de Margaret. Margaret estaba soñando en la selva, luego del mejor polvo y orgasmo de su vida, y eso que desconfiaba del punto G. Una cascada orgásmica, múltiple, clitoriana, vaginal y anal en verdad, que la hizo decirle al indio: “¡Gorgeuos Tupi! ¡In yaakumech!” (te amo, en maya quiché).
Y se durmió en sus brazos, ene factorial de feliz. Ahí fue cuando la visitó el mensajero de Dios y le dijo: “Vuelve a Chile, y cuéntales la verdad. Habla con Bobo, el detective estrella por esos lares, quien atiende en el edificio de la Telefónica. Es palabra de Yahvé”.
Margaret se despertó y tomó la decisión. Tupi jamás le pudo perdonar el abandono. La neozelandesa le había prometido quedarse en la Selva Lacandona, pero ¿quién es capaz de resistirse al llamado de Nuestro Señor?
Como Margaret desconfiaba de las autoridades, dadas sus actividades subversivas de larga data, decidió usar su pasaporte falso para abandonar Guatemala, con escala en Panamá, y recalar en Chile.
Al arribar, llamó un Uber y se fue directo donde Bobo. Tocó la puerta. Apenas le abrieron lanzó: “Soy inocente”. “Eso está por verse, esto acaba de empezar”, le respondió Bobo y la invitó a entrar a su oficina. “Llegué aquí gracias al ángel del Señor”. “Bendita usted que tiene un buen pituto en las alturas, le ayudará”, le contestó el detective. Y cerró la puerta.
2
Pedro Mairena era un bicho raro. Había nacido en Uttar Pradesh, en el norte de la India. Hijo de padre diplomático y madre hindú, amante del yoga y la meditación. Una oriental de piel oscura, ojos intensos, túnica blanca y la marca del bindi en el centro de la frente.
Pedro aprendió desde muy joven tres lecciones budistas de Indra Kashfi: el desapego (carencia de miedo a la pérdida y la inseguridad); que el dinero va y viene y no debemos ser su esclavo; y que la fama y el éxito en la vida no provienen de acumular bienes y el afecto de los demás, sino de la libertad interior, un logro que en esencia consiste en la paz del propio corazón y una mente luminosa y compasiva. “¿Y cómo operan estas enseñanzas?, mamá Indra”. “Lo sé hijo por experiencia propia. Ya sabes, mi hermana Anna fue la primera esposa de Marlon Brando. Él desconoció estas lecciones, y fue infeliz en la vida. Logró la fama a los veintitrés años, nunca entendió qué era el desapego, y vivió atado al dinero. Al margen de la cámara y de su talento sublime, y a pesar de su éxito, hizo mucho daño a los suyos”.
Un día, cuando Pedro ya tenía 13 años, Indra lo invitó a su pieza, y acostada en la cama lo conminó a sentarse a sus pies y le leyó: “El cristianismo promete todo y no cumple nada. En cambio, el budismo no promete nada y cumple todo”. Pedro la miró y le preguntó: “¿Quién escribió eso?, mamá Indra”. “Nietzsche, quien también dice que el cristianismo llama a evitar el pecado mientras el budismo a evitar el sufrimiento y el dolor”.
Pedro se quedó pensando y al otro día le contó todo a su padre. Lo mandó con viento fresco de vuelta a Chile donde sus abuelos paternos. Le quedó la cagada para siempre en la cabeza. Ahí comenzó su drama. Por lo del apego al dinero y al éxito que encontró al sur-sur-oeste de Los Andes.
3
Bobo, que no tenía un pelo de leso —ya lo han visto—, se embobó con Margaret desde el momento en que la amante de los indígenas se le sentó al frente. Un flechazo heavy, donde se cumplía a cabalidad el dicho de mi tío Santiago: el amor es el punto más bajo del intelecto.
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