Víctima
sin computar
El viaje de un alma torturada
Memorias
Tal y como se las contaron a
Yael Eylat-Tanaka
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ÍNDICE
PREludio
PrÓloGO Prólogo Esta no es una autobiografía. Cada una de las palabras que hay escritas es tan cierta como lo son mis recuerdos, filtrados por del paso del tiempo y mis propias vivencias. Sin embargo, por respeto a aquellos que ya no están entre nosotros para opinar sobre esos hechos que solo podrían explicarse desde su punto de vista, se han tenido que omitir muchos detalles. Otros hechos, en cambio, los he apartado para no avergonzar a aquellos que sí se encuentran aún entre nosotros. La finalidad de estas páginas es dejar constancia de aquellas partes relevantes de mi vida que nunca pude describir en su totalidad. Pienso sobre todo en mi hija, a quien no quería aburrir con historias de cuando ella aún no había nacido o que sucedieron en su infancia. En aquel entonces, surgieron problemas más importantes que debíamos afrontar y todas esas reminiscencias quedaron relegadas a un segundo plano, pues no eran mi mayor preocupación en el momento. Aún así, tengo nuestro pasado grabado a fuego en mi memoria, a veces un poco enrevesado o distorsionado como para estar segura, pero siguen siendo esos recuerdos los que nos convierten en quienes somos hoy en día, los que se filtran hasta la última célula de nuestro cuerpo. He tratado de mirar hacia delante, en busca de un futuro mejor en vez de estancarme en el pasado, pero este siempre ha sido una parte irrefutable de la persona que soy hoy. No podemos cambiar los hechos. Como mucho, podemos cambiar de perspectiva y de opinión sobre esos hechos. Yo, no siempre he sido capaz.
CAPÍTULO 1- INFANCIA
CAPÍTULO 2- ALEMANIA INVADE FRANCIA
CAPÍTULO 3- La Traición de la esperanza
CAPÍTULO 4 - El arresto de LOS JUDÍOS
CAPÍTULO 5- Cruzando las fronteras
CAPÍTULO 6- Hora de esconderse
CAPÍTULO 7- La liberaCIÓN
CAPÍTULO 8- PalestinA
CAPÍTULO 9- EL GRITO QUE atravesó EL MUNDO
CAPÍTULO 10- TarzÁn
Capítulo 11- turno de guardia
Capítulo 12- El corazón en mil pedazos
Capítulo 13- Madre e hija
Capítulo 14- La Vida civil
Capítulo 15- amor fraternal
Capítulo 16- Moshé Dayán
Capítulo 17- otros hechos más recientes
Epílogo
carta a mi madre
sobre la autora
otros libros de esta autora
libros de «M. carling»
Estas son las memorias de mi madre, tal y como ella me las contó. He tratado de contar su historia con tanta precisión como ella solía relatarla, sumándole las partes de sus propios diarios de anécdotas, con las historias que tanto aportaron y animaron la mi vida, y evitando que mis propias interpretaciones de los hechos se interpongan o los exageren. Esta no es una novela de suspense pero, desde luego, para aquellos que vivieron los hechos que voy a contar, el suspense siempre estuvo presente y, desde luego, yo también sentí una gran incertidumbre mientras los escuchaba o los leía. Para que nadie se avergüence al leer estas palabras, en momentos puntuales utilizaré pseudónimos y me centraré sobre todo en mantener la esencia verídica de la historia.
Mi madre era francesa, por eso a lo largo del texto es posible que aparezcan palabras o expresiones en francés. He añadido su traducción para cuando sea necesario. También vivió y estudió en Italia antes de mudarse a Israel y, más tarde, a los Estados Unidos. De nuevo, aparecerán palabras o expresiones en esos idiomas, así que las he traducido lo mejor que he podido.
Ojalá el lector pudiera disfrutar de esta historia, pero admito que es demasiado dura como para que alguien la disfrute. Me duele en el alma lo que sufrió mi madre, y lo que sufrieron tantísimas personas al vivir experiencias similares, o incluso peores.
Yael Eylat-Tanaka
Tampa 2016
Esta no es una autobiografía. Cada una de las palabras que hay escritas es tan cierta como lo son mis recuerdos, filtrados por del paso del tiempo y mis propias vivencias. Sin embargo, por respeto a aquellos que ya no están entre nosotros para opinar sobre esos hechos que solo podrían explicarse desde su punto de vista, se han tenido que omitir muchos detalles. Otros hechos, en cambio, los he apartado para no avergonzar a aquellos que sí se encuentran aún entre nosotros.
La finalidad de estas páginas es dejar constancia de aquellas partes relevantes de mi vida que nunca pude describir en su totalidad. Pienso sobre todo en mi hija, a quien no quería aburrir con historias de cuando ella aún no había nacido o que sucedieron en su infancia. En aquel entonces, surgieron problemas más importantes que debíamos afrontar y todas esas reminiscencias quedaron relegadas a un segundo plano, pues no eran mi mayor preocupación en el momento. Aún así, tengo nuestro pasado grabado a fuego en mi memoria, a veces un poco enrevesado o distorsionado como para estar segura, pero siguen siendo esos recuerdos los que nos convierten en quienes somos hoy en día, los que se filtran hasta la última célula de nuestro cuerpo. He tratado de mirar hacia delante, en busca de un futuro mejor en vez de estancarme en el pasado, pero este siempre ha sido una parte irrefutable de la persona que soy hoy. No podemos cambiar los hechos. Como mucho, podemos cambiar de perspectiva y de opinión sobre esos hechos. Yo, no siempre he sido capaz.
No sé mucho sobre mis abuelos, de la familia de mi madre no me quedan más que algunos vagos recuerdos. En cambio, de quien sí me acuerdo es de mi abuela por parte de padre, Memé, que siempre estuvo muy presente en nuestra familia. Mi padre y ella estaban muy unidos. Ella era la matriarca de nuestra familia y eclipsaba a mi madre cada segundo, hasta sus últimas consecuencias. El día que mi hija fue secuestrada por su propio padre, Memé me contó que ella misma se había divorciado, porque no era feliz en su primer matrimonio.
Mi familia provenía de Turquía, y mis recuerdos sobre las historias de mi infancia tienen mucho que ver con la cultura y la vida de mis antepasados. A menudo mi padre me contaba la historia de la vez que mi abuelo se encontró un loro precioso en sus terrenos y se lo llevó al Sultán Hamid, de quien había sido consejero. Otras veces, cuando venían de vendimiar en el campo con los niños subidos en los burros y pasaban por el cementerio al anochecer, los mayores contaban historias sobre los muertos y los niños palidecían de miedo al imaginarse que todas esas cosas fuesen verdad.
Aunque no conocí a mi abuelo, él era un judío muy devoto y, como tal, cumplía con la tradición de no afeitarse la barba. Si un solo pelo se le caía, él lo recogía y lo guardaba en su libro de oraciones. Se casó de segundas, con mi abuela Memé, después de que ella se divorciara del maltratador que fue su primer marido y tras abandonar a su primer hijo. Él, por su parte, tenía hijos mayores que ella y que incluso habían intentado cortejarla, pero ninguno la trató con más amor y respeto que mi abuelo.
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