El lobo y el hombre y otros cuentos
Cuentos (1857) Jacob Grimm, Willhelm Grimm
Editorial Cõ
Leemos Contigo Editorial S.A.S. de C.V.
edicion@editorialco.com
Edición: Junio 2021
Imagen de portada: Rawpixel
Traducción: Ricardo García
Prohibida la reproducción parcial o total sin la autorización escrita del editor.
Dos príncipes, hijos de un rey, partieron un día en busca de aventuras y se entregaron a una vida disipada y licenciosa; por lo que no volvieron a aparecer por su casa. El hijo tercero, al que llamaban “El bobo”, se puso en camino en busca de sus hermanos.
Cuando por fin los encontró, se burlaron de él. ¿Cómo pretendía, siendo tan simple, abrirse paso en el mundo cuando ellos, que eran mucho más inteligentes, no lo habían conseguido?
Partieron los tres juntos y llegaron a un nido de hormigas. Los dos mayores querían destruirlo para divertirse viendo cómo los animalitos corrían azorados para poner a salvo los huevos; pero el menor dijo:
—Dejen en paz a estos animalitos; no dejare que los molesten.
Siguieron andando hasta llegar a la orilla de un lago, en cuyas aguas nadaban muchísimos patos. Los dos hermanos querían cazar unos cuantos para asarlos; pero el menor se opuso:
—Dejen en paz a estos animalitos; no dejare que los molesten.
Al fin llegaron a una colmena silvestre, instalada en un árbol, tan repleta de miel que ésta fluía tronco abajo. Los dos mayores iban a encender fuego al pie del árbol para sofocar los insectos y poderse apoderar de la miel; pero “El bobo” los detuvo, repitiendo:
—Dejen en paz a estos animalitos; no dejare que los quemen.
Al cabo de un rato, llegaron los tres a un castillo en cuyas cuadras había unos caballos de piedra, pero ni un alma viviente; así, recorrieron todas las salas hasta que se encontraron frente a una puerta cerrada con tres cerrojos, pero que tenía en el centro una ventanilla por la que podía mirarse al interior.
Se veía dentro, un hombrecillo de cabello gris, sentado a una mesa. Lo llamaron una y dos veces, pero no los oía; a la tercera se levanto, descorrió los cerrojos y salió de la habitación. Sin pronunciar una sola palabra, los condujo a una mesa ricamente puesta, y después que hubieron comido y bebido, llevó a cada uno a un dormitorio separado.
A la mañana siguiente se presentó el hombrecillo a llamar al mayor y lo llevó a una mesa de piedra, en la cual había escritos los tres trabajos que había que cumplir para desencantar el castillo. El primero decía: “En el bosque, entre el musgo, se hallan las mil perlas de la hija del Rey. Hay que recogerlas antes de la puesta del sol, en el bien entendido que si falta una sola, el que emprendió la búsqueda quedará convertido en piedra”.
Salió el mayor, y se pasó el día buscando; pero a la hora del ocaso no había reunido más allá que un centenar de perlas; y le sucedió lo que estaba escrito en la mesa: quedo convertido en piedra.
Al día siguiente, intentó el segundo la aventura pero no tuvo mayor éxito que el mayor; encontró solamente doscientas perlas y, a su vez, fue transformado en piedra.
Finalmente, tocó el turno de El bobo, el cual salió a buscar entre el musgo. Pero, ¡qué difícil se hacía la búsqueda, y con qué lentitud se reunían las perlas!
Se sentó sobre una piedra y se puso a llorar; de pronto se presentó la reina de las hormigas, a las que había salvado la vida, seguida de cinco mil de sus súbditos; y en un santiamén, tuvieron los animalitos las perlas reunidas en un montón.
El segundo trabajo era pescar, del fondo del lago, la llave del dormitorio de la princesa. Al llegar El bobo a la orilla, los patos que había salvado se acercaron nadando, se sumergieron y, al poco rato, volvieron a aparecer con la llave perdida.
El tercer trabajo era el más difícil. De las tres hijas del Rey, que estaban dormidas, había que descubrir cuál era la más joven y hermosa; pero las tres se parecían como tres gotas de agua, sin que se advirtiera la menor diferencia. Sólo se sabía que, antes de dormirse, habían comido diferentes golosinas. La mayor, un terrón de azúcar; la segunda, un poco de jarabe, y la menor, una cucharada de miel.
Compareció entonces la reina de las abejas, que El bobo había salvado del fuego, y exploró la boca de cada una, posándose en último lugar en la boca de la que se había comido la miel, con lo cual el príncipe pudo reconocer a la verdadera.
Se desvaneció el hechizo; todos despertaron y los petrificados recuperaron su forma humana, y El bobo se casó con la princesita más joven y bella y heredó el trono a la muerte de su suegro. Sus dos hermanos recibieron por esposas a las otras dos princesas.
Érase una vez una mujer y su hija, las cuales vivían en un hermoso huerto plantado de coles.
En invierno, vino un conejillo y se puso a comer las coles. Dijo entonces la mujer a su hija:
—Ve al huerto y echa al conejillo.
Y dijo la muchacha al conejillo:
—¡Chú! ¡Chú! ¡Conejillo, acaba de comerte las coles!
Y dijo el conejillo:
—¡Ven, niña, súbete en mi colita y te llevaré a mi casita! Pero la niña no quiso.
Al día siguiente volvió el conejillo y se comió las coles; y dijo la mujer a su hija: —¡Ve al huerto y echa al conejillo!
Y dijo la muchacha al conejillo:
—¡Chú! ¡Chú! ¡Conejillo, acaba de comerte las coles!
Dijo el conejillo:
—¡Ven, niña, súbete en mi colita y te llevaré a mi casita!
Pero la niña no quiso.
Al tercer día volvió el conejillo y se comió las coles. Dijo la mujer a su hija: —¡Ve al huerto y echa al conejillo!
Dijo la muchacha:
—¡Chú! ¡Chú! ¡Conejillo, acaba de comerte las coles!
Dijo el conejillo:
—¡Ven, niña, súbete en mi colita y te llevaré a mi casita!
La muchacha montó en la colita del conejillo, y el conejillo la llevó lejos, lejos, a su casita y le dijo:
—Ahora cuece berzas y mijo; invitaré a los que han de asistir a la boda.
Y llegaron todos los invitados.
¿Qué quiénes eran los invitados? Tal como me lo dijeron, te lo diré: eran todos los conejos, y el grajo hizo de señor cura para casar a los novios, y la zorra hacía de sacristán, y el altar estaba debajo del arco iris.
Pero la niña se sentía sola y estaba triste. Vino el conejillo y dijo: —¡Vivo, vivo! ¡Los invitados están alegres!
La novia se calló y se echó a llorar. Conejillo se marchó, Conejillo volvió, y dijo: —¡Vivo, vivo! ¡Los invitados están hambrientos!
Y la novia calló y lloró y lloró. Conejillo se fue, Conejillo volvió, y dijo: —¡Vivo, vivo! ¡Los invitados esperan!
La novia calló y Conejillo salió, pero ella confeccionó una muñeca de paja con sus vestidos, le puso un cucharón y la colocó junto al caldero del mijo; luego se marchó a casa de su madre.
Volvió nuevamente Conejillo y dijo:
—¡Vivo, vivo!
Tiró algo a la cabeza de la muñeca, le hizo caer la cofia. Entonces vió Conejillo que no es su novia, y se marchó, y quedó muy triste.
Vivía en otro tiempo un príncipe que tenía una prometida de la que estaba muy enamorado.
Hallándose a su lado feliz y contento, le llegó la noticia de que el Rey, su padre, se encontraba enfermo de muerte y quería verlo por última vez antes de rendir el alma. Dijo entonces el joven a su amada:
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