PEDRO NOLASCO SALVADOR
Puerto España,
mi ciudad.
Diseño de portada: Justo Echeverría
A mi esposa e hijas, a mis hermanos, a mis tíos, a mis sobrinos y primos, a mis amigos y habitantes otrora de Puerto España y Villa Alberdi, a mis maestros de entonces y en especial a mis padres que, con su esfuerzo silencioso y lleno de mensajes alentadores, han convertido este lugar agreste e inhóspito en un “Tempe misionero”.
Las experiencias que se atesoran a lo largo de la vida, comenzando en la concepción, y como epílogo, en el más allá, son riquezas que se amalgaman y se expresan en las vivencias personales y sociales, conformando aspectos que identifican a la persona, se proyectan en la familia para luego componer un núcleo poblacional auténtico, con su identidad definida y su propia idiosincrasia. Puerto España, mi ciudad es una muestra cabal de la convergencia existente de experiencias vitales que parten de los brazos maternales hasta el hoy: padre, esposo y hombre de bien. Significa que el autor de esta obra literaria, Pedro Nolasco Salvador, fue despertando sentires, un tanto ociosos en su intelecto intacto para vivenciarlos y recrearlos en estas varias decenas de páginas, poniendo de manifiesto la permanencia de satisfacciones y logros alcanzados, que, a pesar de formar parte del pasado, los hechos de vida objetivos, el mundo subjetivo está en cada latido de su corazón que sigue ansioso de revivir lo vivido y que sigue existiendo. El afecto, aprecio y amor por el terruño, la familia, la escuela y todo su entorno social: la casa, buenos vecinos, caminos sinuosos y el majestuoso río Paraná, entre otros, dan subjetividad a su cotidiano vivir. Puerto España, mi ciudad rescata del pasado hechos impregnados en su memoria, que, de no hacerlo, quedarían sepultados en el amplio campo del olvido que futuras generaciones difícilmente podrían rescatar. Cada etapa de la vida va imprimiendo en el Ser imágenes sensoriales de hechos, cuyos efectos pasan a formar parte de la vida del sujeto como un prolongado presente que ejerce influencia en los ejercicios vitales, objetivos y subjetivos. Capitalizando este proceso, Pedro Nolasco Salvador, a través de la literatura, ha logrado recrear las vivencias de su terruño natal, de su colonia, de la comunidad que lo vio nacer y crecer. El desarraigo por motivos laborales lo llevó a convivir en otro mundo cultural donde lo suyo se acrisoló, con el tiempo, con otro estilo de vida, pero lo heredado no se borró jamás, y hoy Puerto España, mi ciudad nos hace recordar lo escrito por Nicolás Avellaneda: “Los pueblos que olvidan sus tradiciones pierden la conciencia de sus destinos, y los que se apoyan sobre sus tumbas gloriosas son los que mejor preparan el porvenir”. Pedro Nolasco Salvador no olvidó lo recibido. ¡Aquí está!
ARNALDO CUCIT
TODO LO RELATADO, PRODUCTO DE MIS RECUERDOS, HECHOS REALES DE MI INFANCIA Y ACONTECIMIENTOS QUE NOS TOCÓ VIVIR EN ESTE PARAJE MARAVILLOSO.
Debo expresar mi agradecimiento a la Sra. Corina Acosta, directora de la Escuela N.º 162 Río Paraná por su colaboración, por su predisposición para brindarme datos históricos de nuestra querida escuela. Agradecer al Sr. Pedro Arnaldo Cucit por su apoyo constante, y por el prólogo del libro. Al Sr. Roberto Suárez por su apoyo para que la cruzada “Regresando a Villa Alberdi” se pudiera realizar. A la señora Yolanda Britez, por sus gratos recuerdos de maestra rural. Al urquicense, Sr. Héctor Rodríguez, por sus valiosos datos de personas y hechos ocurridos en Puerto España otrora. Gracias a todos los que colaboraron con el material fotográfico. Especialmente a mi esposa Estela Vargas, mis hijas Vanesa, Marina, Anahí, Bárbara y Sofía por la contención y apoyo brindados.
El calor era sofocante aquel 28 de enero de 1956, en Villa Alberdi, localidad de Puerto España, provincia de Misiones, a las 13:30 horas, aproximadamente. Rosalía Albrecht estaba a punto de dar a luz a su sexto hijo, el quinto varón. No habían pasado siquiera dos horas de su regreso de la carnicería del pueblo perteneciente a don Ino, luego de un largo galope montada en el viejo caballo de nombre Macho perteneciente a la familia Salvador. La ceremonia del nacimiento se llevaba a cabo, como ya era costumbre, asistida por doña Pascuala, comadrona muy allegada a la familia. Dentro de la oscura pieza de la humilde casa de madera, piso de ladrillos y techo de paja, construida por don Ciriaco Salvador, de profesión carpintero, padre del niño por nacer.
Habían pasado prácticamente diez años desde que Rosalía Albrecht y el silencioso Ciriaco cruzaran el majestuoso río Paraná, a bordo de una vieja canoa, procedentes de la vecina República del Paraguay. Junto a sus nuevas esperanzas y sueños, traían en brazos a dos pequeños hijos: Miguel, de dos años, y Máximo, con unos pocos meses de vida. Fue inevitable aquel exilio de don Salvador, a causa de la Revolución de 1947 en el vecino país y debido a su inclinación política a favor de los liberales. Así dejaron su querida Paraguay natal para asentarse en este tranquilo paraje de Puerto España, provincia de Misiones.
Pero… ¿qué acontecía en esa misteriosa pieza de la vieja casa, a la que estaba prohibido el acceso por estricta orden de la comadrona?...
En el patio grande, de tierra, rodeado de nísperos, naranjos, jazmines, cedrones y azucenas, se encontraban reunidos cual foro infantil: Miguel, el hermano mayor de los hermanos Salvador, Máximo, Francisca, Mingo y Simón, todos con dos años de diferencia en edad entre sí, dado que Rosalía Albrecht solía parir cada setecientos treinta días, aproximadamente. Ahí estaban en el patio, pues sabían que algo excepcional estaba ocurriendo ese caluroso 28 de enero que los sacaba de sus acostumbrados juegos sestiles.
La ceremonia del parto continuaba casi en secreto, a no ser por esa puerta de la pieza que abría o cerraba únicamente cuando don Salvador entraba o salía de ella dando cumplimiento a algún pedido de la partera, quien al final de su larga, delicada y fatigada labor y sin mayores explicaciones, autorizaba el ingreso de los ansiosos y curiosos congresales del patio mayor, quienes ya dentro de la aún misteriosa pieza, conocían al nuevo integrante de la familia, quien recién bañado se exhibía en los cansinos brazos de mamá Rosalía Albrecht. Acababa de nacer Pedro Nolasco, el nombre tal cual rezaba en el calendario del almanaque que colgaba en la cocina de la casa. Don Ciriaco Salvador, padre hasta ese momento de seis hijos, era un hombre alto, más bien delgado y buen mozo, de tranco largo al caminar, se caracterizaba por ser silencioso, de poco hablar, todo un pensador, con su silencio, parecía que hablaba con el viento, con el mismo silencio o con el imponente monte verde que mostraba como paisaje aquel paraje de Villa Alberdi en Puerto España. Ciriaco caminaba diariamente la distancia de dos kilómetros que había de su casa al trabajo “La Carpintería” perteneciente a la empresa yerbatera; ahí lo esperaban las maderas y aserrín, martillos, el sinfín y el garlopín. Construía casas para los trabajadores de la compañía, muebles, canoas, hasta cruces y ataúdes para los difuntos del pueblo, en fin, todo lo requerido por la empresa.
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