Бенито Линч - Стервятники «Флориды» / Los Caranchos de la Florida. Книга для чтения на испанском языке

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Стервятники «Флориды» / Los Caranchos de la Florida. Книга для чтения на испанском языке: краткое содержание, описание и аннотация

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Действие романа «Стервятники „Флориды"» аргентинского писателя Бенито Линча разворачивается в степном скотоводческом поместье. Хозяин ранчо Дон Франсиско Суарес Орофио покинул город, получил землю от старого крестьянина-гаучо и потратил 30 лет своей жизни на развитие поместья. Любовная драма начинается с возвращения домой его сына Панчито. В романе Линч показывает бессилие цивилизации перед мощью дикой пампы. Она подчиняет главных героев, стирает тонкий налет воспитания и образования и диктует: «В любви каждый за себя».
Погрузитесь в яркий, полный драматизма и страстей роман на языке оригинала.

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– Güeno, no te olvides de los almohadones del breque.

– No, seor, no.

Transcurren algunos segundos de silencio, durante los cuales no se oye otro rumor que el que produce la llama al retorcerse tratando de alcanzar al asador, sobre cuyos bordes la grasa comienza a achicharrarse y a destilar ardientes gotitas cristalinas.

– ¿Dónde está Mosca? – pregunta de repente el capataz.

– ¿Mosca… Mosca? ¿No está ahí ajuera?

– No sé… Dicen que hoy el patrón lo retó fiero. ¿No, doña Laura?…

La vieja se acerca al grupo presurosa; y limpiándose las manos en el delantal dice con voz misteriosa y muchos aspavientos:

– El patrón le pegó un lazazo… ¡pobrecita alma e Dios! Y entoavía, en vez de enojarse, se ráiba el disgraciao.

– ¡Ah, ah!

Y todos los circunstantes alargan el pescuezo, con la curiosidad más ansiosa.

– Sí – prosigue la vieja, dándose un golpe en las polleras y cayendo en cuclillas tan instantáneamente como si hubiese golpeado un resorte – . Sí; el chico, mijo, lo vido y me lo contó todo. Parece quel loco le faltó en algo a don Panchito, y entonces el patrón lo castigó con el rebenque, y lo pisotió con el caballo.

Todos se quedan por un momento pensativos, hasta que al cabo Bibiano dice con su vocecita aflautada de muchacho:

– Lo atropelló con el tostao, don Pancho. Yo le vide; juéen la costa ela laguna.

– ¿ Vos lo vistes?

Y el capataz vuelve hacia el chico sus ojos atravesados, aquellos ojos obscuros que nunca miran de frente.

– Sí, seor, yo lo vide.

– ¡Chá, qué hombre! ¡Siempre el mesmo! ¡El patrón va acabar mal, amigo!

Y el gaucho se pasa la mano por la frente, como si quisiera apartar de su cerebro algún pensamiento ingrato.

El, como todos aquellos hombres, tiene guardado en el corazón el recuerdo amargo de alguna gran injusticia, de algún ultraje sangriento, cuya memoria acude a la mente cada vez que el patrón ejerce una nueva violencia con alguno.

¡Oh, las que aquel hombre les ha hecho! Don Pancho olvida al momento sus excesos, pero ellos no, no pueden olvidarlos nunca, los tienen enquistados en el corazón y en el cerebro, como gusanos malditos!

– ¿Y qué tal el hijo? Yo no lo he hablao entoavía. Debe de ser orgulloso ¿no?

Y el capataz mira a la vieja, deseoso de saber algo sobre aquel nuevo patrón que les ha caído del cielo y que es todavía para todos como un misterio preñado de amenazas.

Laura, enjugando su ojo sano, su ojo al que el humo del duraznillo llena de lágrimas a cada instante, responde con calor:

– ¿Orgulloso el patroncito? ¡ De ande, hombre! Don Panchito no se parece en nada al padre. Don Panchito es un güenmozo, blanco, con ojos azules. Don Panchito es…

– El patrón tamién es güenmozo, pero…

– Pero ¿qué?

– ¡Pero el diablo que lo entienda!

Todos ríen de la salida del gaucho, y la vieja Laura prosigue con cierta melancolía:

– Es lo más parecido a la finadita, que Dios tenga en su santa gloria. Los mesmosojos, el mesmopelo. Acuerdensénque yo lo videnacer y que lo he tenido en mis brazos.

Hay una breve pausa, que interrumpe el mensual de campo para decir insinuante:

– A mí me gusta más don Eduardito, el del Cardón . Ahí tienen un hombre gaucho, un hombre güenocon los pobres, y que no lihace asco a ningún animal, por bellaco que sea.

La vieja torna a hurgarse el ojo con el pañuelo, y pregunta con sorna:

– Sí, y chupador, y corsario pa las mujeres ¿no?

– ¿Y diay? ¿ pa quées hombre, pué?

Y todos se ríen de la vieja, que se finge escandalizada por aquella opinión libertina, tan difundida, sin embargo, entre los hombres del campo.

– Don Panchito – rezonga Laura – , don Panchito debe de ser mucho más formal y más hombre que don Eduardo. A don Eduardo naideslo rispeta.

– ¿Quién liádicho eso?

– ¡Bah! ¡tantas veces les oído ráirsea ustedes mesmos d’ él!

El capataz se pone serio y replica:

– Nosotros nos ráimosa veces, es cierto, pero no por faltarle en nada. Nos ráimosporque don Eduardito tiene cada ocurrencia…

En ese momento entra Mosca en la cocina, y arrastrando los pies mugrientos va a colgar su machete en un rincón.

– ¡ Güeñas!

Güeñasnoches, don Mosca; ¿qué dice?

El loco no responde y viene a sentarse entre el grupo, que se abre para hacerle lugar.

– ¿Qué tal? – insiste el capataz con voz lenta, y Mosca, sonriendo en silencio, menea la cabeza greñuda y muestra el labio tumefacto a consecuencia del golpe.

– ¿Qué tiene ahí? – le pregunta uno con fingida inocencia – . ¿Se ha cortáocon la paja?

Mosca, siempre sonriente, hace un gesto negativo.

–¿Y entonce?

– El patrón… ¡chas, chas, chas! – y el infeliz levanta y baja repetidas veces la mano negra, su mano callosa y llena de ataduras.

– ¿Lo castigó?

– Sí, pué– y Mosca, mirando al suelo pensativo, se ríe otra vez, con su risa nerviosa, que hace daño.

Todos le miran en silencio; y en el ambiente ahumado de la cocina flota por un momento una nube de trágica tristeza, de tristeza que acentúa el cuzcuz nostálgico y lejano del pájaro nocturno y el eterno chirriar de los insectos.

– ¡Qué le vamos hacer, hombre! ¡Qué le vamos hacer!

– ¿Y el hijo? – pregunta el vasco alambrador – . ¿y el hijo sabrá ya andeel padre tiene la nidada?

– ¿La nidada? ¡Ah, sí! No, entoavíano debe de saber – responde Cosme, sonriendo con malicia – ; pero que ni se le ocurra rumbiar pá yá… ¡ Güeñase armaría! ¡ Güeñoes don Pancho pá esas cosas!

La vieja interviene entonces con viveza:

– ¿Y diay?… ¿y diay? ¿acaso no sería mejor que un mozo como don Panchito… y no un viejo como el patrón…

– …se coma la carne ¿no? – pregunta, riendo, el mensual de campo.

Callesé, zafao – responde la vieja riendo – ; Callesé; yo no digo eso, pero me parece que la señorita es más al propósito palhijo que don Pancho.

– Sí, a la verdad; pero, doña Laura, a mí me parece que, si el patrón chico es como el patrón viejo, las cosas van a andar muy mal.

– Mal ¿por qué? – replica entonces Laura – . Don Panchito es güenoy sabrá lidiar con el padre ¡caramba! Yo no creo, tampoco, quel patrón quiera tratarlo a rigor como a todos; yo creo…

Al llegar aquí, una carcajada burlona de Mosca interrumpe las consideraciones de la vieja.

– ¿De qué se rái, hombre? – y todos vuelven la vista hacia el loco, que, entretenido en sobarse los muslos y con la cara llena de risa, responde:

– Me río… me río… ¡don Panchito güeno!

¡Es mucho más pior quelpatrón! Al patrón lo apodan el Carancho en el pueblo, y el hijo es otro carancho; tenemos aurados caranchos en La Florida . ¡Se van a sacar los ojos!…

Y el loco torna a reir, mirando con sus ojos vagos a los circunstantes, que se han quedado en silencio.

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