Бенито Линч - Стервятники «Флориды» / Los Caranchos de la Florida. Книга для чтения на испанском языке

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Стервятники «Флориды» / Los Caranchos de la Florida. Книга для чтения на испанском языке: краткое содержание, описание и аннотация

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Действие романа «Стервятники „Флориды"» аргентинского писателя Бенито Линча разворачивается в степном скотоводческом поместье. Хозяин ранчо Дон Франсиско Суарес Орофио покинул город, получил землю от старого крестьянина-гаучо и потратил 30 лет своей жизни на развитие поместья. Любовная драма начинается с возвращения домой его сына Панчито. В романе Линч показывает бессилие цивилизации перед мощью дикой пампы. Она подчиняет главных героев, стирает тонкий налет воспитания и образования и диктует: «В любви каждый за себя».
Погрузитесь в яркий, полный драматизма и страстей роман на языке оригинала.

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Si su padre cree que va a seguir tratándolo como antes, está muy equivocado… Se irá, se irá a vivir solo por ahí; que para eso es más hombre que cualquiera. ¡Bueno es él para malos modos, él que no se las aguanta ni a Dios mismo!

En este instante un gallo aletea ruidosamente del lado de la cocina, y rompe el silencio de la noche campera con su voz metálica; aquel canto, inesperado y alegre como una diana gloriosa, arranca a don Panchito de sus meditaciones y derrama en su cerebro como una oleada de luz.

– ¡Oh, los gallos! – murmura recordando a sus viejos amigos de la infancia – . ¡Cantan los gallos!…

La luz de la vela, consumida por completo, aletea su agonía en el cáliz del candelero de cobre. El viento ha cesado afuera por completo, y desde el campo, y amortiguado por la distancia, llega hasta el joven el rumor de mil balidos lejanos. Don Panchito escucha un instante, y al cabo murmura en tono melancólico:

– ¡Las ovejas!… ¡Cuántas ganas tengo de ver todo eso! Ni me acostaría ¡caramba!

Pero cuando la luz del alba empieza a mostrarse indecisa por el lado del oriente, don Panchito, rendido, duerme como un niño sobre aquella cama modesta pero muelle, sobre aquel colchón que exhala todavía el tufillo característico del vellón de los carneros.

III

– ¡Pum, pum, pum!… ¡Don Panchito!… ¡Don Panchito!… ¡Recuérdese que es tarde!… ¡Pum, pum, pum!…

El joven, con cara de sufrimiento y de disgusto, y los párpados hinchados por el sueño, se incorpora a medias, mirando hacia la puerta.

–¿Qué? ¿Qué hay?

– Soy yo, don Panchito, que le traigo el mate. ¡Dispiértese!

– ¡Ya voy, ya voy hijo, un momento!

Y don Panchito, observando con cierta sorpresa mezclada con satisfacción que está vestido, deja la cama en seguida, y después de un largo desperezo felino abre la puerta, dando paso a una oleada de sol resplandeciente y cálido, que inunda de luz toda la alcoba.

De pie en el umbral, en cabeza y con un mate en la mano, está un personaje a quien el joven no puede reconocer en un principio.

– Güen día – dice, presentando el mate como si fuera una puñalada, y sonriendo con sus grandes dientes blancos, mucho más blancos que los mismos de don Panchito, que tanto los cuida.

– Buenos días, hijo. Vos sos Bibiano ¿no?

– Sí, seor, sí.

Y torna a reir con su risa sana, con aquella risa que parece querer estallar a cada instante.

Bibiano tiene los zapatos empapados de rocío y llenos de pajitas doradas que la humedad les ha adherido al corretear entre los yuyos.

– Es tarde ¿no? – vuelve a preguntar don Panchito, al chupar aquel mate que por lo amargo, y por la falta de costumbre, le trae el recuerdo de Sócrates bebiendo la cicuta.

– Sí, tarde; deben de ser como las jonce…

– ¿Y el viejo?

Bibiano abre los ojos desmesuradamente, y cambia la vista hacia otro lado manifestando así que no entiende, y que el patroncito lo pone, con su pregunta, en un verdadero compromiso.

– El viejo, sí – replica don Panchito sonriente – . Sí, el viejo, mi padre, el patrón.

– ¡Ah! – y Bibiano, contento como una persona extraviada que encuentra su camino, se apresura expedirse: – ¡Ah, el patrón! Montó a caballo hoy de mañanita, como a las cinco; yo mismo le ensillé el tostao. Me encargó que lo dispertara a usté y todo.

– ¡Ah! ¿sí? ¿y no ha vuelto?

– No, seor; entoavía no.

– ¿Y no sabes para dónde fué?

– No, seor; pero creo que pa lo de don Sandalio, a sigún dijieron en la cocina.

Don Panchito frunce el entrecejo ligeramente, mas luego, al devolver el mate, pregunta a Bibiano con tono indiferente:

– ¿Y cómo está Sandalio? Vos debes ir por allá algunas veces.

– ¿Yo? Sí, seor. Ayercito no más, el patrón me mandó con una carta.

– ¡Ah! ¿sí? ¿y vas siempre?

– Yo no, pero van todos… Don Cosme, Mosca, el patrón, todos…

– Cosme es el capataz ¿no?

– Sí, seor.

– No me digas señor; decime don Panchito.

– Sí, seor, don Panchito.

– Bueno, ¿y quiénes hay en lo de Sandalio?

– En lo de don Sandalio hain doña Rosa, Jacinto, y Pedro, y la señorita también.

– ¿Quién es la señorita?

– Marcelina, la hija de don Sandalio, pué.

– ¡Ah! ¿sí?

Y don Panchito, luchando con los pensamientos que se atropellan en su mente, frunce sin darse cuenta el entrecejo, de una manera tan fiera que acaba por asustar al muchachuelo.

– Voy – dice balbuciente Bibiano – , voy pa la cocina a enllenar el mate.

– No, quédate.

Y don Panchito continúa el interrogatorio en tono insinuante y suave:

– ¡Qué Bibiano éste! ¿Y cuántos años tienes?

– Mi mama dice que voy pa los quince, seor… don Panchito.

– ¡Ah, es cierto! Tu mama es Laura ¿no?

– Sí, seor, mi mama.

– ¿Y tu padre?

– ¿Mi tata? Yo no lo he conocido a mi tata. Dice mi mama que se murió en Lobos… Yo no sé.

Don Panchito torna a sonreír, y sentándose en la cama repite pensativo:

– ¡Qué Bibiano éste!

– Voy a dir a trair…

– No, espérate. Marcelina es una chica como vos ¿verdad?

– ¡Oh no, seor! ¿Marcelina? ¿La señorita? – y Bibiano hace un bello gesto de asombro – . Es una moza, don Panchito; es una moza grandota.

Entonces el joven, como quien cumple un deber y con esa clásica depravación ciudadana pregunta al muchacho, bajando la voz:

– ¿Y qué tal? ¿es linda?

Bibiano hace un mohín de indiferencia con su bocaza enorme.

– Dicen que es güeñamoza, pero a mí no me parece.

– ¿Y…? – continúa don Panchito, cada vez más interesado – , ¿y por qué le dicen la señorita ?

– ¡Ah, yo no sé!… yo no sé… creo que es por orgullosa…

– ¿Por orgullosa?

– Sí, seor.

– ¿Y por qué?

– ¡Ah! yo no sé, don Panchito.

– ¿Cómo que no sabes?

– No sé, don Panchito, li asiguro.

– ¡Mentís!

Y don Panchito asusta al chico con una de sus miradas más feroces. Bibiano, con los ojos como patacones, se vuelve hacia la puerta abierta, indeciso y trémulo.

– ¡Decime!

– Vea, don… vea, don Panchito, quel patrón se enoja, quel patrón no quiere…

– ¿Qué cosa no quiere?

– El patrón no quiere que hablen mal de la señorita.

Don Panchito vacila un momento; pero, como no piensa más que en satisfacer sus deseos, no puede darse cuenta de su papel vergonzoso, y agrega muy luego, convincente:

– Yo no te digo que hables mal, zonzo. Te digo solamente que me expliques por qué dicen que es orgullosa la hija de Sandalio.

Bibiano, haciendo un puchero horrible, replica entre dientes y con voz lastimera:

– El patrón me va a castigar, don Panchito…

El joven se levanta de la cama, entonces, y Bibiano, asustado, retrocede un paso.

– Vamos, no seas pavo. Decímelo todo, y te doy un peso – y la mano fina y cuidada del caballero acaricia nerviosa la greña luciente del pampita – . ¡Vamos, hombre!

Los ojos grandes y llorosos de Bibiano buscan humildes los de aquel paladín esforzado, que tan poco se preocupa de los peligros a que lo expone con aquella pretensión absurda, y su voz torna a repetir sollozante:

– El patrón me va a pegar, don Panchito…

El joven se ríe con su risa perversa, y torna a repetir, insinuante:

– Nadie te pegará, mijo, yo té defiendo; decímelo todo.

Bibiano, trémulo como una vara de duraznillo combatida por el viento, vacila todavía; pero, cuando la cólera de don Panchito va a estallar de impaciencia, se oye una voz temblorosa y apenas perceptible, que dice entre lágrimas y como quien recita:

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