Amy Blankenship - Ángel De Alas Negras

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En casi todos los trabajos asignados a ella, Toya había sido su socio, y había llegado a quererlo mucho por eso. ¿Cómo podía no quererlo cuando la había salvado incontables veces de aquellos monstruos que las personas normales no tenían ni idea que existían? De muchas formas, Toya era lo más cercano a un héroe para ella.

El hermano que seguía en la línea era Shinbe, con cabello largo del color de la noche y ojos amatista. Parecía ser el enigma del grupo, siempre actuando como un pervertido, y con su sentido del humor que a menudo la hacía echarse al piso de la risa. Pero había veces en que se volvía tremendamente serio. En esas ocasiones, nadie en el grupo lo daba por sentado.

El cuarto hermano, Kotaro, era detective de las fuerzas policiales y se encargaba de los casos que desconcertaban a las autoridades locales. Tenía cabello largo color ébano y ojos de un color azul helado capaces de quitar el aliento. Mientras que el resto de los policías daban vueltas buscando un sospechoso humano, el pequeño grupo de Kotaro llevaba el caso a la atención de la agencia paranormal y ayudaba a rastrear a los demonios.

Sorprendentemente, una vez que el caso estaba resuelto, los funcionarios de la ciudad nunca hacían demasiadas preguntas al respecto. Era casi como si no quisieran saber.

Tasuki y Yohji eran dos muchachos que trabajaban bajo las órdenes de Kotaro en la comisaría. Kyou los había invitado a vivir allí, ya que trabajaban en este lugar más que en el departamento de policía. Además, se habían robado a la secretaria de la comisaría, que ahora trabajaba allí. Su nombre era Suki, y Kyoko la quería como a una mejor amiga. Además, Kotaro convenció a Kyou de que invitara a dos hermanos psíquicos… Amni y Yuuhi. Eran de mucha ayuda.

El más joven de los hermanos, aunque ella no estaba segura de su edad ya que todos aparentaban tener entre diecinueve y veintisiete años, era Kamui. Su cabello era de muchos colores, con los más asombrosos reflejos color amatista. Sabía ciertamente que sus ojos cambiaban de color más de lo que un adolescente cambiaba de ropa… y eso realmente era decir algo.

Dentro del grupo era el genio de la informática, capaz de infiltrarse en cualquier banco de datos del mundo para obtener la información que necesitaban. Más de una vez había ingresado en los altos organismos internacionales, solo para molestarlos.

Volteándose con su taza de café para concentrarse en lo que Suki había estado diciendo durante los últimos minutos, Kyoko casi se quemó cuando su vista aterrizó sobre Kyou.

Una vez más, se encontraba reclinado sobre la bisagra de la puerta, mirándola desde el umbral de su oficina con la misma mirada que tenía la noche anterior. Cuando sus ojos se encontraron con los suyos, le produjeron un crudo y sensual escalofrío que la sacudió bien adentro.

Un día de estos, Kyoko tenía la determinación de averiguar exactamente cómo lo lograba. En realidad, había visto a muchas mujeres desvanecerse cuando Kyou, en raras ocasiones, abandonaba el santuario de su oficina y caminaba por las calles de la ciudad.

“¿Supongo que has dormido bien?”, preguntó Kyou estoicamente, aunque Kyoko pudo advertir un leve toque de diversión en sus ojos.

“Sí, de hecho”, afirmó Kyoko con una sonrisa.

“Hmm, creo que debió ser bastante difícil, con cuatro hombres resueltos a permanecer junto a tu puerta toda la noche, discutiendo sobre quién iba a derribarla”.

Volteándose rápidamente en dirección opuesta para ocultar su cara sonrojada, Kyoko miró por la amplia ventana que daba a la atestada calle de la ciudad. A veces, vivir en este edificio podía ser muy duro para el corazón de una muchacha… eso sin mencionar sus hormonas.

Sintiendo que los escalofríos le subían por la nuca, ella supo que no podía escapar, así que solo intentó dejar que su mente vagara sin rumbo. Miró a través de la calle hacia la fila de edificios que se encontraba en frente del suyo…deseando estar en uno de ellos en lugar de allí… al menos hasta que la angustia adolescente de la noche anterior se disipara.

Sus labios se entreabrieron cuando notó la presencia de un hombre que estaba justo cruzando la calle. Parecía como si la estuviera mirando fijamente, pero sabía que no podía ser, ya que los vidrios eran ahumados…se podía ver hacia afuera pero no hacia adentro. Kyoko se acercó aún más a la ventana y colocó una mano contra el vidrio ahumado, justo en frente de su visión de ese hombre.

Ese hombre encarnaba la quietud, mientras que todo lo que lo rodeaba se movía a un ritmo apresurado. Exhibía una calma serenidad, que era seductora pero al mismo tiempo temible. En algún lugar recóndito de su mente, ella sabía que era mentira…que era él quien se movía, mientras todo lo demás permanecía inmóvil en su presencia.

Llevaba anteojos oscuros, y una larga gabardina oscura lo suficientemente abierta como para revelar la ajustada camiseta que llevaba debajo. Tenía el cuerpo de un dios griego, y su rostro era perfecto, aunque su largo cabello oscuro lo ensombrecía en gran parte. Algo en él exclamaba peligro y sexo, todo al mismo tiempo. Parecía pertenecer a las eras oscuras, junto con los dragones y los magos.

Una visión abrupta de él arrodillado y ensangrentado, con cadenas alrededor de sus muñecas, tobillos y cuello… dentro de una caverna subterránea caída en el olvido, irrumpió en su mente haciéndola querer gritar de angustia. Kyoko podía sentir cómo se arrastraba at través de ríos de sangre en dirección a él… deseando salvarlo. Lo sentía literalmente, deslizándose por su piel y como un peso sobre su ropa

Frunciendo el ceño cuando las sensaciones y la imagen desaparecieron, Kyoko se inclinó más cerca del vidrio y tuvo la clara impresión de que en realidad estaba intentando acercarse a él.

Darious sintió que algo invadía su espacio, y entornó la vista hasta atravesar su propio reflejo en el vidrio espejado, divisando a la muchacha que lo miraba. Por lo general, los humanos solían apartar la vista apenas advertían su presencia, a menos que fuesen inocentes… es decir, niños. Nunca lo había entendido, pero los niños nunca le tenían miedo. Sus ojos oscuros acariciaron a la muchacha con curiosidad, sabiendo que ella no era una niña.

Kyoko tenía un hermoso cabello largo color rojizo, que no era ni lacio ni ondulado, sino que tenía vida propia. Aguzando la vista, advirtió unos ojos brillantes color esmeralda, rodeados por pestañas pecaminosamente oscuras. La forma en que lo miraba con una fascinación mórbida hizo calentar su sangre, y eso lo confundía.

Gruñó cuando el sol desapareció súbitamente detrás de las nubes. Los humanos nunca le habían interesado… solo los demonios, y solo durante el tiempo que le llevaba rastrearlos y matarlos. En el instante en que ella se apartó de la ventana, Darious se envolvió en su propio poder, haciéndose invisible.

“Kyoko, ¿has oído algo de lo que te dije?”, preguntó Suki, consciente que había estado hablando sola durante los últimos minutos.

Kyoko vaciló y se volteó para ver a su mejor amiga detrás del escritorio. “Oh… hmm… ¿eh?”, parpadeó, “¿cuál era la pregunta?”. Notando una sombra a su derecha, echo una mirada a la puerta de la oficina de Kyou, y se relajó al advertir que éste había desaparecido una vez más.

Suki meneó la cabeza, “dije que tenemos la reunión matutina arriba en cinco minutos”. Recogió una pila de papeles y dio la vuelta al escritorio mientras que Kyoko regresaba a la ventana. “¿Qué es lo que mirabas con tanto detenimiento?”, preguntó.

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