Danilo Clementoni - El Escritor

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«Lulú, ¿qué pasa?» preguntó Elisa un poco preocupada, volviéndose hacia la inquieta gata.

«Debe estar triste porque habrá comprendido que nuestros amigos se han ido» comentó Jack lacónico intentando consolarla con algunas rascaditas debajo del mentón.

Al principio parecía que la minina había agradecido las atenciones ronroneando y restregando el hocico en la mano del coronel. De repente, sin embargo, se paró, hizo un ruido extraño y volvió su mirada en dirección al pálido satélite de la tierra. Los dos, asombrados por aquel extraño comportamiento, se volvieron instintivamente en la misma dirección. Lo que vieron poco después dejó a ambos sin respiración. Parecía que un resplandor anómalo envolvía la luna. Una luz blanquísima, que se expandió hasta, más o menos, unas diez veces el diámetro del satélite, formó una especie de contorno alrededor de ella. El acontecimiento duró unos pocos segundos pero fue como si otro sol hubiese aparecido de repente en el cielo a la caída de la noche, iluminando toda la zona con una luz decididamente innatural.

«Pero qué demonios...» consiguió susurrar el coronel, horrorizado.

De la misma manera en que había aparecido la luz anómala se desvaneció y todo pareció volver exactamente a su estado anterior. La luna estaba allí y el sol continuaba perezosamente su descenso detrás de las dunas que se recortaban en el horizonte.

«¿Qué ha ocurrido?» preguntó Elisa asombrada.

«No tengo ni la más remota idea.»

«Por un instante temí que la luna hubiese explotado.»

«Ha sido realmente increíble» exclamó el coronel mientras, con la mano extendida sobre las cejas escrutaba el cielo terso en busca de algún indicio.

«Azakis... Petri...» dijo Elisa de repente. «Debe haberles sucedido algo, lo presiento.»

«Venga, déjalo. Quizás ha sido sólo el efecto de la ignición de los motores de su nave espacial.»

«No es posible. Eso parecía una auténtica explosión. Tu deberías saber más de esto, ¿no?»

«Cariño» comenzó a hablar pacientemente el coronel. «Para ver los efectos de una explosión de ese tipo desde tan lejos, tendrían que haber explotado sobre la luna al mismo tiempo un centenar de bombas atómicas o quizás incluso un millar.»

«¿Pero entonces qué ha sucedido?»

«Podríamos intentar preguntárselo a nuestros amigos militares. En el fondo todavía pertenezco al ELSAD. Con todos los instrumentos apuntando siempre al cielo, un acontecimiento de este tipo no creo que se les haya pasado por alto.»

«Se ha dado cuenta hasta Lulú.»

«Creo que esta gatita es mucho más inteligente que nosotros dos juntos.»

«Los felinos son una raza superior» dijo Elisa mientras cogía de nuevo a la gatita en brazos. «¿Todavía no te habías dado cuenta?»

«Ya. Creo que incluso los antiguos egipcios los adoraban como si fuesen dioses.»

«Justo, amor mío» dijo Elisa, feliz de que la discusión se hubiese adentrado en un campo que ella conocía a la perfección. «Bastet, por ejemplo, era una de las más importantes y veneradas deidades de la antigua religión egipcia, representada o bien con semblante de mujer y cabeza de gata o directamente como una gata. En sus orígenes Bastet era una divinidad del culto solar pero con el tiempo se fue convirtiendo en una diosa lunar. Cuando la influencia griega se extendió sobre la sociedad egipcia, Bastet, diviene definitivamente una Diosa lunar, ya que los griegos la identificaron con Artemisa, personificación de la "Luna creciente".»

«Vale, vale. Gracias por la lección, eximia doctora» dijo Jack irónicamente, enfatizando la frase con una ligera reverencia. «Ahora, sin embargo, intentemos comprender que díablos ha sucedido allí arriba. Voy a hacer un par de llamadas.»

«Cuando quieras, estoy siempre a tu disposición, amor» replicó Elisa, alzando progresivamente la voz mientras el coronel se alejaba en dirección a la tienda laboratorio.

Lulú, ya tranquila, con los ojos cerrados disfrutaba de los mimos que su amiga humana le dispensaba en abundancia.

Nave espacial seis – Inspección lunar

Azakis, después de que la mano invisible del miedo que le había atenazado el estómago se hubiese decidido a dejarlo en paz, había comenzado a merodear nerviosamente por el puente de mando de la nave espacial balbuceando frases incomprensibles.

«¿Quieres parar de girar en redondo como una peonza?» le gritó Petri. «De esa manera desgastarás el suelo y conseguirás que revoloteemos en el espacio como dos viejos satélites artificiales.»

«¿Cómo puedes estar tan tranquilo? La Theos se ha destruido, estamos a millones de kilómetros de nuestro planeta natal, no podemos comunicarnos con nadie y, aunque lo consiguiésemos, sería imposible que alguien nos pueda rescatar, ¿y tú? Tirado panza arriba en el sofá como si estuvieses de vacaciones y estuvieses sentado sobre el promontorio del golfo de Saraan disfrutando del panorama al atardecer.»

«Cálmate, amigo mío, cálmate. Verás como encontramos una solución.»

«De momento no se me ocurre ninguna.»

«Porque estás nervioso. Son las ondas gamma que tu pobre cerebro fatigado está emitiendo y te impiden razonar con lucidez.»

«¿Tú crees?»

«Sí» respondió Petri con una sonrisa deslumbrante. «Siéntate a mi lado, respira hondo y relájate. Verás que en poco tiempo todo te parecerá distinto.»

«Puede que tengas razón, amigo mío» dijo Azakis mientras, siguiendo el consejo del compañero, se dejaba caer sobre la butaca gris del segundo piloto «pero en este momento soy capaz de hacer de todo menos relajarme.»

«Si prometes calmarte, te dejaré incluso fumar una de esas porquerías malolientes que llevas siempre encima»

«Bueno, también podría ser una buena idea. Estoy convencido de que me ayudaría un poco». Dicho esto, sacó del bolsillo un largo cigarro oscuro hecho a mano y, después de haber cortado las extremidades con un extraño artilugio multicolor, se lo llevó a la boca y lo encendió. Aspiró rápidamente unas cuantas bocanadas dejando que unas pequeñas nubes de humo azulado se dispersasen por la habitación. Con un ligero silbido el sistema automático de purificación de aire de la nave espacial se activó. En pocos segundos el humo se desvaneció y con él también el olor dulzón y acre.

«Pero así, no tiene gracia» exclamó Azakis que había comenzado a recuperar el buen humor. «Me había olvidado de lo eficientes que son nuestros sistemas de purificación.»

«Los proyectactes tú» replicó Petri. «No habría podido ser de otra manera.»

Parecía que, poco a poco, la tensión estaba desapareciendo.

«Hagamos el balance de la situación» propuso Azakis mientras, todavía con el cigarro entre los labios, activaba una serie de hologramas que se dispusieron a media altura entorno a los dos alienígenas. «Tenemos cuatro naves espaciales operativas, incluyendo la nuestra. La Theos-2 ha aterrizado ya en Nibiru y ambos estamos fuera del radio de acción del sistema de comunicación a vórtice de luz.» Soltó otro par de nubes de humo y a continuación prosiguió «Carburante y reservas alimentarias al noventa y nueve por ciento.»

«Genial, veo que estás retomando el control de la situación. Continúa» lo exhortó Petri satisfecho.

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