– Desde luego Vladimir y él disfrutaron con la representación de Sebastian.
Harry asintió.
– Eso significa que podré dejar el Departamento de Guerra.
– ¿Es lo que deseas? -preguntó Olivia. Acababa de averiguar a qué se dedicaba y no sabía si le gustaba o no.
– Sí -contestó Harry-, aunque hasta hace unas semanas no he sido consciente de cuánto lo deseo. Estoy harto de tanto secreto. Me gusta traducir, pero si puedo ceñirme a las novelas góticas…
– Novelas góticas y escabrosas -puntualizó Olivia.
– Eso es -convino Harry-. Me… ¡oh! Discúlpame, nuestro invitado acaba de llegar.
– Nuestro invitado… -Olivia miró a un lado y al otro, parpadeando confusa-. ¿Hay alguien más aquí?
– Lord Rudland -dijo Harry, saludando con un respetuoso movimiento de cabeza hacia la ventana que estaba debajo y a la izquierda de la de Olivia.
– ¿Papá? -Olivia miró hacia abajo, sorprendida. Y quizá también un poco abochornada.
– ¿Olivia? -Su padre se asomó a la ventana, girando torpemente la parte superior del cuerpo para verla-. ¿Qué haces?
– Eso mismo iba a preguntarte yo -confesó ella; el desconcierto de su voz suavizó su tono impertinente.
– He recibido una nota de sir Harry solicitando mi presencia en esta ventana. -Lord Rudland volvió a girar el cuerpo para mirar a Harry-. ¿De qué va todo esto, joven? ¿Y por qué está mi hija asomada a su ventana como una verdulera?
– ¿Está aquí mamá? -preguntó Olivia.
– ¿Tu madre también está aquí? -bramó su padre.
– No, sólo me lo preguntaba, porque como tú sí que estás y…
– Lord Rudland -intervino Harry en voz bastante alta para interrumpirlos a ambos-, me gustaría tener el honor de pedirle la mano de su hija.
Olivia ahogó un grito, luego chilló y luego se puso a dar saltos, cosa que resultó ser una mala idea.
– ¡Ay! -exclamó al darse un golpe en la cabeza con la ventana. Volvió a asomar la cabeza y miró a Harry sonriente y con lágrimas en los ojos-. ¡Oh, Harry! -suspiró. Le había prometido una proposición formal y aquí la tenía. No podría haber sido más maravillosa.
– ¿Olivia? -preguntó su padre.
Ella miró hacia abajo mientras se enjugaba los ojos.
– ¿Por qué me pregunta esto por la ventana?
Olivia pensó en la pregunta, analizó las posibles respuestas y decidió que la honestidad era la mejor de las opciones.
– Estoy casi segura de que preferirás no saber la respuesta -le dijo.
Su padre cerró los ojos y sacudió la cabeza. Olivia había visto antes ese gesto; quería decir que se desesperaba con ella. Por suerte para él, su hija pasaría pronto a ser responsabilidad de otro hombre.
– Amo a su hija -dijo Harry-. Y, además, me gusta mucho.
Olivia se llevó una mano al corazón y soltó un chillido sin saber por qué, sencillamente le salió, como una burbuja de alegría pura. Las palabras de Harry eran la declaración de amor más perfecta que se pueda imaginar.
– Es preciosa -prosiguió Harry-, tan hermosa que me duelen hasta las muelas, pero no es por eso que la amo.
No, lo de las muelas superaba a lo anterior en perfección.
– Me encanta que lea el periódico a diario.
Olivia bajó los ojos hacia su padre, que miraba fijamente a Harry sin dar crédito.
– Me encanta que no soporte la estupidez.
Cierto, pensó Olivia con una sonrisa bobalicona. Harry la conocía muy bien.
– Me encanta bailar mejor que ella.
Se le borró la sonrisa de la cara, pero tenía que reconocer que eso también era cierto.
– Me encanta lo cariñosa que es con los niños pequeños y los perros grandes.
«¿Qué?» Lo miró recelosa.
– Eso lo he deducido -confesó Harry-. Pero podría ser perfectamente.
Olivia apretó los labios para no reírse.
– Pero por encima de todo la amo -dijo Harry, y aunque tenía los ojos clavados en su padre, Olivia tuvo la sensación de que la miraba a ella-. La adoro. Y nada me gustaría más que ser su marido y pasar el resto de mi vida a su lado.
Olivia miró de nuevo hacia su padre. Seguía mirando fijamente a Harry con cara de absoluto asombro.
– ¿Papá? -preguntó ella vacilante.
– Esto es sumamente inusual -dijo su padre. Pero no parecía enfadado, sólo aturdido.
– Daría mi vida por ella -declaró Harry.
– ¿De veras? -preguntó Olivia con un hilo de voz esperanzada e ilusionada-. ¡Oh, Harry! Yo…
– ¡Chsss! -ordenó él-. Estoy hablando con tu padre.
– Tenéis mi aprobación -dijo de pronto lord Rudland.
Olivia se quedó boquiabierta, indignada.
– ¿Porque me ha dicho que me calle?
Su padre alzó la vista.
– Denota un sentido común extraordinario.
– ¿Cómo?
– Y una buena dosis de amor propio -añadió Harry.
– Me gusta este hombre -anunció su padre.
Y entonces, de repente, Olivia oyó que se abría otra ventana.
– ¿Qué pasa? -Era su madre, desde el salón, exactamente a tres ventanas de distancia de su padre-. ¿Con quién hablas?
– Olivia se casa, querida -contestó su padre.
– Buenos días, mamá -intervino Olivia.
Su madre alzó la vista, parpadeando sorprendida.
– ¿Qué haces?
– Por lo visto me caso -dijo Olivia con una sonrisa más bien simplona.
– Conmigo -añadió Harry, únicamente para aclarar las cosas.
– ¡Vaya, sir Harry! Mmm… me alegro de volver a verlo. -Lady Rudland desvió la vista hacia él y parpadeó varias veces-. No había visto que estaba usted ahí.
Él saludó cortésmente a su futura suegra con un movimiento de cabeza.
Lady Rudland se dirigió a su marido:
– ¿Olivia se casa con él?
Lord Rudland asintió.
– Cuenta con mi más sincera aprobación.
Lady Rudland reflexionó unos instantes en ello, luego se volvió a Harry:
– Será toda suya dentro de cuatro meses. -Alzó la mirada hacia su hija-. Tú y yo tenemos que organizar muchas cosas.
– Yo había pensado más bien en cuatro semanas -repuso Harry.
Lady Rudland se volvió bruscamente hacia él, con el dedo índice de su mano derecha bien erguido. También era ése un gesto que Olivia conocía a la perfección. Significaba que el receptor estaba jugando con fuego.
– Tiene usted mucho que aprender, joven -dijo lord Rudland.
– ¡Oh! -exclamó Harry. Le hizo señas a Olivia-. No te muevas.
Ella esperó e instantes después Harry apareció con un pequeño estuche.
– El anillo -dijo él, aunque era bastante obvio. Abrió el estuche, pero Olivia estaba demasiado lejos como para ver nada más que un fugaz centelleo-. ¿Alcanzas a verlo? -le preguntó.
Ella negó con la cabeza.
– Estoy segura de que es precioso.
Harry sacó más la cabeza por la ventana y calculó la distancia que los separaba.
– ¿Podrás cogerlo? -inquirió.
Olivia oyó que su madre ahogaba un grito de sorpresa, pero supo que solamente había una respuesta apropiada. Miró a su futuro marido con una expresión en extremo arrogante y dijo:
– Si te atreves a tirarlo, lo cogeré.
Harry se echó a reír y tiró el estuche.
Y ella no lo agarró, deliberadamente.
Mejor, pensó Olivia, así se encontrarían a medio camino para recoger el anillo. Una proposición formal merecía un beso decente.
O, como le susurró Harry delante de sus padres, tal vez uno indecente…
Indecente, pensó Olivia, mientras sus labios entraban en contacto. Decididamente indecente.
La autora desearía darles las gracias a Mitch Mitchell, Boris Skyar, Molly Skyar y Sarah Wigglesworth por su dominio de todo lo relacionado con Rusia.
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