Julia Quinn - Bajo El Brillo De La Luna

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Bajo El Brillo De La Luna: краткое содержание, описание и аннотация

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Victoria, la hija del vicario de Bellfield, conoce muy bien la desolación y tristeza de un corazón roto. Su alma ha estado vagando desorientada desde que Robert, el futuro conde de Macclesfield, la cautivara con sus encantos para luego rechazarla. Ahora, siete años después del amargo final de su romance, sus caminos vuelven a cruzarse. Sin embargo, Victoria no ha sido la única en sufrir de mal de amores. El aristócrata, prendado de la candidez y dulzura de la doncella, no ha podido olvidarla y esconde su melancolía y pesadumbre tras una bien forjada máscara de mujeriego y conquistador. Cuando sus miradas se encuentren, surgirán antiguos rencores y agravios nunca expresados, pero también las pasiones selladas durante casi una década, el orgullo maltrecho y los vestigios de un amor más fuerte que el tiempo y las convenciones que deberá luchar nuevamente contra cualquier obstáculo.
UN AMOR A PRIMERA VISTA…
Victoria ha tenido que acostumbrarse a vivir sin Robert, a olvidar su olor, la música de su voz, los profundos ojos que la acariciaban con simplemente mirarla. Su existencia ahora se limita a cuidar de un mocoso malcriado y a sufrir el desprecio y los ataques de aquellos que se creen por encima de una solitaria doncella de provincias. Nunca había imaginado volverlo a ver, y de pronto, el futuro conde de Macclesfield ha regresado a su vida como un torbellino. Pero esta vez, Victoria ha aprendido la lección. Robert ya le rompió el corazón en el pasado, y ella no permitirá que lo haga de nuevo.
… CONVERTIDO EN AMARGA TRAICIÓN
Robert Kemble, conde de Macclesfield, únicamente necesitó posar los ojos en la graciosa muchacha que saltaba las rocas del arroyo para enamorarse perdidamente, y una simple noche para convertirse en el hombre más infeliz de la Tierra. Victoria Lyndon, la hija del vicario y la damisela más dulce y cautivadora del condado, le partió el alma en dos cuando le dejó plantado mientras esperaba con entusiasmo juvenil la huída que les permitiría iniciar una vida juntos. Y ahora, casi una década después, vuelve a encontrarla, justo delante de sus ojos, su furia latente, su belleza irresistible… ¿Cómo olvidar a quien le robó el corazón por primera vez?

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– Mi padre me ha cortado todos los fondos.

– ¿Estás seguro?

Robert miró a los ojos, miró a esas profundidades azules fabulosas, y después tomó una decisión que no estaba orgulloso. -Sí,- dijo, -estoy seguro-, dejando de mencionar que su padre sólo dijo: -Casi con toda seguridad.- Pero tenía que estar seguro. Él no creía que fuera posible, pero ¿y si Victoria estaba, en realidad, más deslumbrada por sus posesiones que por él mismo?

– Robert, eso es intolerable. ¿Cómo puede un padre hacer tal cosa?

– Victoria, debes prestarme atención.- Tomó las manos entre las suyas, agarrándolas con una intensidad feroz. -No me importa. Tú eres más importante para mí que el dinero. Tú eres todo.

– Pero tu derecho de nacimiento… ¿Cómo puedo pedirle que renuncies a eso?

– Es mi decisión, no la tuya y yo te elijo a ti.

Victoria sintió que las lágrimas le picaban en los ojos. Nunca se hubiera imaginado que le hiciera perder tanto a Robert. Y ella sabía lo importante que era para él, el respeto de su padre. Había trabajado toda su vida para impresionarlo, tratando arduamente y siempre le faltaba algo. -Tienes que prometerme una cosa.-Susurró.

– Cualquier cosa, Torie. Sabes que haría cualquier cosa por ti.

– Tú me tienes que prometer que vas a intentar hacer las paces con su padre después de que nos casemos. -Ella tragó saliva y casi sin poder creer que ella estaba poniendo una condición en la aceptación de su propuesta. -No me casaré contigo a menos que lo hagas. Yo no podría vivir conmigo misma sabiendo que soy la causa de la ruptura.

Una extraña expresión cruzó el rostro de Robert. -Torie, él es el más obstinado. Él…

– Yo no he dicho que tienes que hacerlo-, dijo ella rápidamente. -sino intentarlo.

Robert se llevó sus manos a los labios. -Muy bien, mi lady. Lo prometo.

Ella le ofreció una sonrisa que pretendía ser severa. -Yo no soy tu lady todavía.

Robert sólo sonrió y la besó de nuevo en la mano. -Me gustaría irme contigo esta noche si pudiera-, dijo, -pero voy a necesitar un poco de tiempo para reunir algunos fondos y suministros. No tengo la intención de arrastrarte a través del campo con nada más que la ropa que llevamos puesta.

Ella le tocó la mejilla. -Eres un planificador.

– No me gusta dejar nada al azar.

– Lo sé. Es una de las cosas que más me gustan de ti. -Ella sonrió tímidamente. -Yo siempre me olvido de las cosas. Cuando mi madre estaba viva siempre decía que no me olvidaba de mi cabeza por que está agarrada al cuello.

Eso le provocó una sonrisa. Robert dijo: -Me alegro de que tengas un cuello. Soy bastante aficionado a él.

– No seas tonto-, ella dijo. -Yo estaba simplemente tratando de decir que es bueno saber que voy mantener mi vida en orden.

Se inclinó hacia delante y dio el más apacible de los besos en los labios. -Es todo lo que quiero hacer es sólo hacerte feliz.

Victoria lo miró con los ojos húmedos y acomodó su rostro en el hueco de su hombro.

Robert dejó que el mentón descansara encima de la cabeza. -¿Puedes estar lista dentro de tres días?

Victoria asintió con la cabeza, y pasaron la siguiente hora de hacer planes.

* * *

Robert se estremeció contra el viento de la noche, mirando el reloj de bolsillo por vigésima vez. Victoria tenía cinco minutos de retraso. Nada alarmante, era terriblemente desorganizada y con frecuencia llegaba cinco o diez minutos tarde a la sus salidas.

Pero no se trataba de una salida normal.

Robert había planeado su fuga hasta el último detalle. Había tomado su carruaje de los establos de su padre. Hubiera preferido un vehículo más práctico para el largo viaje a Escocia, pero el carruaje le pertenecía a él, no a su padre, y Robert no quería sentirse en deuda con él.

Victoria debería reunirse con él en ese sitio, al final de la carretera que conduce a su casa. Habían decidido que ella tendría que escaparse por su cuenta. Sería demasiado ruidoso si Robert conducía el carruaje a su casa, y él no quería dejarlo solo. Sería cuestión de cinco minutos para que Victoria pudiera hacer su camino hacia él, y el área había sido siempre muy segura. Pero maldita sea, ¿dónde estaba?

* * *

Victoria observaba su habitación, controlando que no se olvidara nada. Llegaba tarde. Robert la esperaba hacía cinco minutos, pero en el último momento decidió que ella podría necesitar un traje más caliente, así que tuvo que rehacer su bolso. No todos los días una mujer joven salía de su casa en medio de la noche. Ella como mínimo, debía estar segura que empacaba correctamente sus pertenencias.

¡La miniatura! Victoria se golpeó en la frente al darse cuenta de que no podía salir sin la pequeña pintura de su madre. Había dos miniaturas de la señora Lyndon una para Victoria y otra para Ellie, el señor Lyndon se las había prometido para cuando ellas se casaran, así nunca se olvidaría de su madre. Eran cuadros pequeños; cabía en la palma de la mano de Victoria.

Aún agarrando su bolso, Victoria salió de puntillas de su habitación y entró en el hall. Se dirigió a la sala de estar, silenciosamente cruzando la alfombra sobre la cual descansaba una mesa, donde el pequeño retrato Reposaba. Ella lo tomó, lo metió en su bolso, y luego dio la vuelta para regresar a su habitación, donde había planeado salir por la ventana. Pero cuando se volvió, su bolsa chocó con una lámpara de bronce que se estrelló contra el suelo.

En cuestión de segundos el reverendo Lyndon llegó por la puerta. -¿Qué diablos está pasando aquí?- Sus ojos se posaron en Victoria, que se congeló de miedo medio de la sala de estar. -¿Por qué estás despierta, Victoria? ¿Y por qué estas vestida?

– Yo… Yo… -Victoria temblaba de miedo, no podía sacar ni una palabra de su boca.

El vicario espiado su bolso. -¿Qué es eso? -En dos pasos cruzó la habitación y se los arrebató de ella. Tiró la ropa, una Biblia… y entonces su mano se posó sobre la miniatura. -Estás huyendo-, susurró. Levantó la vista hacia ella, mirándola como si no pudiera creer que una de sus hijas, se atreviera a desobedecerle. -Estás huyendo con ese hombre.

– No, papá-gritó ella-. ¡No!

Pero nunca había sido una mentirosa muy buena.

– ¡Por Dios! -Gritó el señor Lyndon. -Vas a pensar dos veces antes de que me desobedezcas de nuevo.

– ¡Papá!-Victoria no pudo terminar la frase, la mano de su padre se había encontrado con la cara con tanta fuerza ciega que ella cayó al suelo. Cuando levantó la vista vio a Ellie, de pie, inmóvil en la puerta, su expresión petrificada. Victoria envió a su hermana una mirada suplicante.

Ellie se aclaró la garganta. -Papá,- dijo en un tono gentil. -¿Pasa algo malo?

– Tu hermana ha elegido desobedecerme-, gruñó. -Ahora ella va a aprender las consecuencias.

Ellie se aclaró la garganta de nuevo, como si ese fuera el único modo de reunir el valor para hablar. -Papá, estoy segura que ha sido un grave malentendido. ¿Por qué no llevo a Victoria a su habitación?

– ¡Silencio!

Ninguna de las dos chicas hizo un sonido.

Después de una pausa interminable, el vicario agarró el brazo de Victoria y violentamente la hizo poner de pie. -Tú-, dijo acompañando con un feroz tirón, -no vas a ninguna parte esta noche. – La arrastró a su cuarto y la empujó sobre la cama. Ellie los siguió a pesar de su miedo, guareciéndose en la esquina del cuarto.

El Sr. Lyndon golpeó en el hombro de Victoria con el dedo y gruñó: -No te muevas.- Él dio unos pasos hacia la puerta, y fue el instante necesario que aprovechó Victoria para correr locamente hacia la ventana abierta. Pero el vicario fue más rápido, y su fuerza se vio impulsada por la rabia. Él le empujó nuevamente a la cama, dándole otra bofetada en la cara. -Eleanor- ladró. -Tráeme una sábana.

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