Liz Fielding - Amores Olvidados

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Tenía que luchar por el hijo que hasta hacía poco no había sabido que tenía…
Fleur Gilbert y Matt Hanover se habían casado en secreto, creyendo que el amor que sentían el uno por el otro podría acabar con la disputa que enfrentaba a sus familias. Pero se habían equivocado.
Seis solitarios años más tarde, Fleur había dejado de soñar con volver a ver a Matt. Sin embargo, Matt no había podido olvidarla… ni perdonarla. Y cuando se enteró de que su matrimonio de una sola noche había dado como resultado un hijo al que no conocía, decidió recuperar al niño… ¿Y a su mujer?

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Un hombre al que quería impresionar, aunque quisiera darle a entender que le importaba un bledo su opinión.

Hacer un esfuerzo para encontrarse con la directora del banco había sido cosa de niños comparado con esto. Un traje de chaqueta, zapatos bien abrillantados, el pelo recogido en un moño…

Fácil.

Pero, ¿qué podía ponerse para suplicarle a un hombre que no destruyera su vida? Lo único que quedaba del futuro que habían planeado era Tom, la única alegría, la única razón para levantarse de la cama todas las mañanas.

Al final, fue el tiempo, la fina lluvia que empezó a caer a partir de las cinco y su destino, un viejo granero al final de un camino lleno de barro, lo que la decidió. Nada de mostrarse atractiva, nada de intentar recordarle que la había amado una vez.

Como si pudiera hacerlo.

Seis duros años de trabajo y de soledad le habían robado el brillo a sus mejillas. Pantalones vaqueros, botas y una camisa debajo de un jersey de lana. Nada de maquillaje y el pelo sujeto en una coleta. Ésa era ella ahora, una madre joven más preocupada por el colegio y por su negocio que por su propia apariencia.

Fleur se ató los cordones de las botas y, al incorporarse, se llevó una mano a los riñones. Había pasado la tarde de rodillas, arreglando la cañería que regaba una parte del invernadero. Le dolía la espalda y tenía los dedos despellejados.

– Me voy, papá -se despidió desde el pasillo, mientras se ponía un chubasquero-. Tom está dormido. No creo que te moleste.

– Tom no me molesta nunca.

Por impulso, Fleur volvió al salón y le dio un beso en la frente.

Seth no levantó la mirada de la revista de jardinería que estaba leyendo.

– No me has dicho lo que quería Katherine Hanover.

– ¿Qué? -preguntó ella, sorprendida.

– La carta de Katherine. ¿Qué quería?

– Ah, pues… lo de siempre.

– Entonces, no tengo por qué preocuparme, ¿verdad?

Lo sabía, pensó. Sabía que estaba mintiendo. Y entonces, de repente, pensó en su madre… en sus manos blancas, en el diamante de su anillo de compromiso brillando bajo la lámpara, en su pelo rubio mientras se inclinaba para darle a su padre el beso de Judas antes de ir a encontrarse con su amante.

– Papá… esa carta…

– No te preocupes, Fleur -la interrumpió él-. Venga, vete, no quiero que llegues tarde. Saluda a Sarah de mi parte.

– Ah, sí, sí, claro.

Su padre no sabía nada. Era sólo su conciencia culpable la que la hacía imaginar cosas. Hacía tanto tiempo que no tenía que inventar excusas para ver a Matt… pedirle un libro a algún compañero de clase, devolverle un CD a alguna amiga, hacer como que iba hacia el pueblo antes de tomar el atajo que llevaba al granero.

– Adiós, Cora -se despidió de su perra-. Mi padre te sacará luego un rato.

Una vez su corazón había latido acelerado, con una mezcla de emoción, de culpa, de alegría, ante la idea de ver a Matt.

Ahora latía acelerado, pero de miedo, mientras sus pasos sonaban primero en el suelo de piedra del porche, luego por el camino de grava y más tarde en el barro, cada paso un retroceso en el tiempo.

Ella conocía cada sonido, recordaba instintivamente el exacto número de pasos que tendría que dar hasta que su padre no pudiera verla desde la ventana.

Una vez fue una cría corriendo para encontrarse con su amante y sólo ese momento, ese encuentro, era importante para ella. El futuro era algo de lo que se preocuparía cuando llegara.

Pero acababa de llegar.

Capítulo 3

Matt no recordaba haberse sentido más impaciente en toda su vida… bueno, quizá cuando era joven. Y quizá fuera la inseguridad lo que lo hacía sentir tan inquieto en aquel momento. Por supuesto, seis años antes siempre estaba seguro de que Fleur acudiría a su encuentro. Aunque tuviera que esperar hasta que todo el mundo estuviera en la cama y tuviera que salir por la ventana para que no saltase la alarma, siempre llegaba, tarde o temprano.

Ahora…

Matt miró su reloj por cuarta vez en cinco minutos. Aún no eran las nueve y ella le había advertido que llegaría tarde pero, harto de pasear por el granero, salió fuera, aguzando el oído por si oía sus pasos en el camino, esperando ver la luz de una linterna como tantas otras veces…

Entonces tuvo que sonreír.

No había olvidado cómo corría para encontrarse con ella en cuanto veía la luz de esa linterna, incapaz de esperar ni un segundo para besarla, para abrazarla. Los dos sin aliento.

Y recordaba las separaciones, cuando ella se fue a la universidad y él estaba trabajando al otro lado del país, adquiriendo experiencia antes de empezar a trabajar con su padre en Hanovers.

Cuando terminó sus estudios, él la convenció para que se casaran sin decírselo a sus padres. Su idea era presentarlo como un fait accompli, seguro de que entonces ya no podrían hacer nada.

Qué ingenuo había sido.

Los lazos de sangre habían sido más poderosos que cualquier emoción que Fleur hubiera sentido por él. Incluso embarazada de su hijo, había elegido enfrentarse a los rumores del pueblo antes que contarle la verdad a su padre: que se había acostado con un Hanover.

Y él estaba usando esa vieja pelea familiar contra ella ahora. Pero Fleur había tenido toda la tarde para recuperarse del susto y, aunque seguía queriendo proteger a su padre del disgusto, seguramente también habría usado esas horas para buscar consejo legal. Aunque no serviría de nada.

No podría hacer nada para quitarle a su hijo, pero un abogado le habría dicho que no era sensato encontrarse con él a solas. Seguramente, le habría sugerido que preparase el encuentro en un bufete…

Por supuesto, también podría haber huido con Tom. Fleur no dejaría solo a su padre por él, pero por su hijo…

En ese momento le pareció ver un rayo de luz por el camino.

Fleur habría sabido donde detenerse aunque no llevara una linterna. Sus pies seguían recordando cada paso, sus manos seguían recordando en qué punto de la valla tenía que sujetarse… como si lo hubiera hecho el día anterior. Sin embargo, le parecía más oscuro que nunca.

¿Siempre había sido así, tan negro, tan tenebroso? ¿O los arbustos habían crecido en esos seis años hasta el punto de ocultar el granero?

Quizá seis años antes, cuando corría hacia Matt, estaba tan loca de amor que llevaba su propia luz interior.

Ahora era mayor, más sabia y, desde luego, más consciente del peligro, de modo que empezó a caminar con un brazo por delante para evitar que las ramas de los arbustos le golpeasen la cara.

Media docena de veces esa tarde había mirado el teléfono, pensando que debería llamar a un abogado para pedirle consejo. No había necesidad de dar nombres, sólo que había aparecido el padre de Tom y exigía su custodia…

Pero no lo hizo. Si involucraba a un abogado no habría posibilidad de convencer a Matt para que fuese razonable, para que la escuchara.

Aunque no confiaba demasiado en eso.

Matt había sido un chico dulce y encantador, pero debía de haber cambiado en aquellos seis años. Y quizá encontrarse con él allí no fuera tan buena idea…

El crujido de una rama le advirtió entonces que no estaba sola. Pero, ¿y si no era él? ¿Y si había alguien merodeando por allí? Asustada, estuvo a punto de gritar, pero Matt le puso una mano en la boca.

Lo supo antes de que dijera nada. Supo que era él.

– Por Dios bendito, Fleur. ¿Qué quieres, que se entere todo el pueblo?

Matt.

Lo conocía tan bien… Y seis años después seguía oliendo igual, su piel era la misma. Matt Hanover había sido el único hombre de su vida y sus sentidos despertaron de repente al estar tan cerca. Por un segundo deseó apoyarse en él, rendirse, que no la soltara nunca.

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