Liz Fielding - Engaños Inocentes

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El reloj biológico de Amanda Fleming, una rica empresaria a punto de cumplir los treinta años, le decía que había llegado el momento de ser madre. Quería un hijo, no un marido. Cuando conoció a Daniel Bedford, propietario de una sonrisa muy sexy y unos preciosos ojos azules, empezó a fantasear sobre él como el futuro padre de su hijo.
Amanda había puesto en marcha su plan dejando que Daniel creyera que era una secretaria. Pero no había pensado en la posibilidad de enamorarse. Antes de que pudiera confesarle quién era en realidad, y decirle que quería un hijo y una alianza de matrimonio, descubrió que él también la había estado engañando. Para entonces era demasiado tarde: estaba embarazada…

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– ¡El niño! – exclamó, con los ojos llenos de lágrimas-. ¿Qué he hecho?

Amanda estaba sentada en el despacho de la señora Warburton mientras un enfermero le tomaba la tensión.

– Es mejor asegurarse – había dicho. Cuando estaba tomándole el pulso, Sadie entró en el despacho como un tromba.

– ¡El niño! ¿Está bien el niño?

– ¡Sadie!

La exclamación de la señora Warburton la dejó fría.

– Mandy… señorita Fleming… señorita Garland, no sabe cómo lo siento. He sido una estúpida – se disculpó-. Por favor, no culpe a mi padre por esto. Ha sido todo culpa mía. Me daba tanto miedo de que fuera a quitármelo… – siguió. Amanda vio a Daniel tras ella-. Dile que la quieres, papá. Cuéntale que llevas el pendiente en el bolsillo. No ha dejado de llevarlo ni un solo día, señorita Fleming… Garland.

– ¿Le importa a alguien explicarme qué está pasando? – escucharon una voz masculina.

– ¡Max! – exclamó Amanda, al ver a su hermano.

– ¿Quién demonios es usted? – preguntó Daniel.

– Max Fleming. ¿No nos vimos en el teatro, hace un par de meses?

– ¿Fleming? – Daniel miraba al recién llegado y después a Amanda.

– Soy el hermano de Mandy.

– Daniel Redford – se presentó él, estrechando su mano-. Y voy a casarme con su hermana.

– ¿Ah, sí? – sonrió Max-. ¿Cómo no me lo habías dicho, Mandy?

– Porque no me lo había pedido – contestó ella-. De hecho, me parece que sigue sin pedírmelo.

– Pues te lo pido ahora. ¿Quieres casarte conmigo, Mandy?

La habitación estaba llena de gente y todos esperaban la respuesta. ¿Cómo podía hacerle eso? ¿Cómo la sensata y organizada Amanda Garland podía haber dejado que su vida se convirtiera en aquel torbellino? Amanda levantó la cara y lo miró directamente a los ojos, aquellos ojos azules…

– No seas tonto, Daniel. Lo último que necesito es un marido.

– ¿Quién ha dicho que el romanticismo ha muerto? – bromeó Max.

– Tú le pediste a Jilly que se casara contigo en la cola del teatro – le recordó su hermana-. Eso tampoco fue muy romántico.

– Pero ella dijo que sí – replicó su hermano, mirando a Daniel-. Perdone. Siga.

– Esto no tiene nada que ver con que estés esperando un hijo mío – dijo Daniel-. He pasado los peores seis meses de mi vida sin ti.

– Existe la posibilidad de que hubieran sido peores conmigo.

– Bueno, bueno…

– Vete, Max. Que se vaya todo el mundo. Esto no le está haciendo ningún bien a mi presión sanguínea.

– Su presión sanguínea está estupendamente, señorita – intervino el enfermero.

– Por favor, escúchele – dijo Sadie. A pesar de las protestas, Daniel sabía que todo iría bien porque Mandy lo estaba mirando y en sus ojos veía la respuesta-. Dentro de un año me iré a la universidad y mi padre necesitará que alguien… bueno, ya sabe. Y, además, está el niño o la niña…

– Es un niño.

– ¿Un niño? – sonrió Sadie.

– Sí. He visto las ecografías. Dame la mano – dijo Amanda, poniendo la mano de Sadie sobre su vientre-. ¿Lo notas?

– Pero… es asombroso. Papá, mira, el niño se mueve – murmuró, volviéndose hacia su padre. Daniel no se acercó, lo único que podía hacer era mirar a Mandy-. Por favor, ven. ¿A qué estás esperando? – insistió. Su padre y Amanda se estaban mirando, sin decir nada y Sadie se dio cuenta de lo que ocurría-. Claro que se va a casar contigo, papá. Pero estoy segura de que prefeririría darte una respuesta… sin público.

Por un momento, después de que se cerrara la puerta y se quedaran solos, hubo un silencio.

– ¿Me hubieras dicho lo del niño? – preguntó él por fin.

– Quería decírtelo, Daniel. Pero le había hecho una promesa a Sadie…

– Lo sé. Me lo ha contado.

– Estaba asustada. No pensaba volver al colegio porque tenía miedo de que tú también la abandonases. Así que le prometí que no volvería a verte. Era lo menos que podía hacer.

– Sigues sin responder a mi pregunta. ¿Me hubieras contado lo del niño?

Amanda no había contestado porque no sabía la respuesta.

– Yo se lo había prometido a Sadie, pero Beth no había hecho promesa alguna – contestó por fin-. Imagino que se habría puesto en contacto contigo para darte la enhorabuena. Ella es así.

– ¿Es tu amiga, la del apartamento?

– Mi mejor amiga y mi socia. Fue Beth quien contrató un detective. Quería protegerme – le explicó. Después le contó todo el plan. Sabía que tendría que hacerlo en algún momento.

– Entonces, ¿tú querías tener un hijo, no me querías a mí?

– Durante unos treinta segundos. Después me di cuenta de que me había enamorado – dijo Amanda-. Yo nunca leí el informe. De hecho, creo que debería preguntarte qué puedes ofrecerme antes de darte una respuesta. Eso, si sigue en pie la oferta de matrimonio.

– Entonces, ¿lo vas a pensar? – sonrió él.

– ¿De verdad sigues llevando mi pendiente?

Daniel metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó un papelito de seda. Dentro, estaba el pendiente de jade.

– No he podido deshacerme de él – murmuró, poniendo la mano sobre su vientre-. Mandy, tú querías tener un hijo conmigo y… – Daniel abrió los ojos desmesuradamente cuando notó movimiento en el interior-. ¡Ha dado una patada!

– No está dando patadas, está diciendo hola – susurró ella. Sus ojos se llenaron de lágrimas y tuvo que hacer un esfuerzo para deshacer el nudo que tenía en la garganta-. Está diciendo: hola, papá.

Daniel tomó su mano.

– Entonces yo diría que puedo ofrecértelo todo.

– No tienes que casarte conmigo por el niño, Daniel.

– Cariño, esto no tiene nada que ver con el niño. Durante estos seis meses me he dado cuenta de que la vida sin ti es un infierno – dijo él-. Bueno, ¿vas a casarte conmigo o no? Hay media docena de personas esperando detrás de esa puerta.

– Pueden esperar un poco más – la sonrisa de Amanda estaba llena de amor-. Ahora mismo, Daniel Redford, lo único que quiero es que dejes de hablar y me beses.

EPÍLOGO

– ¡Bien hecho, Tom!

– ¡Lo ves? El fútbol no está tan mal – dijo Daniel-. ¿Verdad?

Amanda levantó la mirada y vio que su marido sonreía de oreja a oreja, intentando controlar su impulso de lanzarse al campo para abrazar a su hijo.

– La semana que viene te toca aplaudir a Molly en su clase de ballet.

Daniel se inclinó para tomar en brazos a su hija de cuatro años.

– Lo estoy deseando. Me encantan mis niños.

– Hablando de niños, ¿has hablado con Sadie? ¿Te ha dicho si va a venir a casa en Navidad?

– Sí. Y va a traer a alguien con ella. No me ha dicho quién es, pero tengo el presentimiento de que es un novio. Un novio serio.

– ¿Y corno te ha sentado?

– ¿Cómo me ha sentado la idea de que puedo ser abuelo? Bien.

– Entonces, como recompensa, tengo un regalo para ti.

Daniel dejó a Molly en el suelo para que pudiera correr hacia su hermano.

– ¿Un regalo de Navidad?

– No. En realidad, tendrás que esperar hasta tu cumpleaños.

– Mi cumpleaños es dentro de siete meses.

– Bueno, la espera es parte de la diversión. ¿Nunca te he hablado de los problemas demográficos del país?

– ¿El descenso de la natalidad y esas cosas?

– Eso eso. Seguro que te alegra saber que nosotros estamos haciendo algo para compensar.

– ¿En serio? – sonrió Daniel, mirando su cintura-. ¿Y lo compensaremos en mi cumpleaños?

– ¿Qué te parece?

– Muy bien, cariño, la verdad es que me gusta esto de ser padre. ¿Y a ti?

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