Liz Fielding - Engaños Inocentes

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El reloj biológico de Amanda Fleming, una rica empresaria a punto de cumplir los treinta años, le decía que había llegado el momento de ser madre. Quería un hijo, no un marido. Cuando conoció a Daniel Bedford, propietario de una sonrisa muy sexy y unos preciosos ojos azules, empezó a fantasear sobre él como el futuro padre de su hijo.
Amanda había puesto en marcha su plan dejando que Daniel creyera que era una secretaria. Pero no había pensado en la posibilidad de enamorarse. Antes de que pudiera confesarle quién era en realidad, y decirle que quería un hijo y una alianza de matrimonio, descubrió que él también la había estado engañando. Para entonces era demasiado tarde: estaba embarazada…

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– Si apruebas los exámenes, me lo pensaré.

– Me da igual. Ya tengo la moto…

– Oye, he estado pensando que, este fin de semana, podríamos ir a la casa de campo. Hace muy buen tiempo y es una pena desperdiciarlo.

– ¿Por qué no? Si no voy yo, seguramente te llevarás a la reina de los pendientes y harás el ridículo por completo – dijo su hija, con todo el descaro del mundo. Daniel la miraba, incrédulo-. No está bien salir con chicas jóvenes, papá. Búscate una de tu edad.

– Vale, Sadie, olvídate del fin de semana.

– Lo siento, pero ya me has invitado y, como no tengo nada más divertido que hacer… – sonrió ella-. Tengo que irme. Mi jefe es un negrero y si llego un minuto tarde, me amenaza con enviarme a la cola del paro – añadió, despidiéndose con la mano-. Ciao.

CAPITULO 7

– OH, DIOS mío – exclamo Beth cuando Amanda apareció en la oficina una hora más tarde-. Esa sonrisa es muy sospechosa.

Amanda hizo un esfuerzo para parecer seria, pero su cara parecía negarse a cooperar.

– ¿Te importa pedirle a Jane que me prepare un té?

– ¿Té? ¿Llegas aquí con la sonrisa del gato que se comió al canario y lo único que se te ocurre es decirme que quieres un té?

– Con leche – añadió Amanda, como si no la hubiera escuchado-. Y después, si tienes un minuto libre, me gustaría que echaras un vistazo a los documentos de la nueva sociedad. Deberías leerlos antes de que vayamos al notario esta tarde.

Beth ignoró el comentario y se sentó frente a ella.

– ¿Y qué más?

– ¿Qué?

– Parece como si estuvieras flotando. ¿Cuándo tendrás el niño?

– ¿No te parece un poco pronto?

– ¿Quieres decir que tomasteis precauciones?

– Quiero decir… – empezó a decir ella, pero después decidió no gastar saliva. Y, por supuesto, Daniel había tomado precauciones.

– Debería haberlo imaginado – dijo Beth, interrumpiendo sus pensamientos.

– No hay prisa.

– ¿Tan bueno ha sido? Bueno, pues será mejor que disfrutes mientras puedas.

– ¿Qué quieres decir?

– Nada. Solo que tú habías planeado una aventura rápida y puede que él quiera lo mismo.

– Tú no eres tan cínica, Beth.

– Soy realista, cariño. Y tengo más experiencia que tú.

Amanda hizo un esfuerzo para mantener la sonrisa.

– ¿Y qué sugieres?

– Tú podrías tomar tus… propias precauciones. Un alfiler, por ejemplo.

Amanda decidió que era el momento de aclarar las cosas.

– ¿Y qué pensarías tú si Mike te hiciera eso a ti?

– No es lo mismo – contestó su amiga-. Bueno, olvídate del alfiler. Pero tiene que haber alguna forma.

– Sin duda. Y ahora, si no te importa, tenemos que trabajar – dijo Amanda. Beth, tomándose sus obligaciones como socia muy seriamente, seguía sin moverse.

– La verdad es que sí hay una forma – dijo Beth, pensativa. Amanda esperó-. Podrías atarlo a la cama con tus medias de seda negra y volverlo loco hasta que no pudiera más…

– ¿Medias de seda y nata en aerosol, Beth? Estoy empezando a pensar que no vas a ser una socia muy sensata.

– Seré una socia estupenda. Soy muy imaginativa.

Amanda intentaba no reírse.

– Entonces, te sugiero que apliques tu imaginación a encontrar una secretaria para Guy Dymoke. Alguien que pueda tomar taquigrafía frente a ese hombre sin desmayarse.

– Ya he llamado a Jenna King – dijo Beth-. Amanda…

– ¿Y mi té?

– Solo me preguntaba si podría dormir en mi propia cama esta noche. Lo digo porque, si tengo que volver a dormir en casa de Mike, tendré que llamar al servicio de desinfección…

– Esta noche tengo que dar una charla en la Escuela de Secretariado Internacional y Daniel va a dedicar el fin de semana a convencer a su hija de que vuelva al colegio. Nos veremos el lunes, pero no en tu apartamento.

– Entonces, ¿vas a decirle la verdad?

– Por supuesto – contestó ella. Amanda no estaba segura de lo que iba a decirle, pero sabía que era absurdo seguir aparentando ser quien no era. Daniel era demasiado importante para ella-. ¿No vas a decirme que es un error? Que él se va a guardar los cubiertos de plata en el bolsillo y…

– No. Tienes que decírselo.

Antes de que pudiera preguntarle a su amiga el porqué de su repentino cambio de actitud sonó su móvil.

– ¿Mandy? – escuchó una voz masculina Su pulso se aceleró inmediatamente-. Sé que habíamos acordado vernos el lunes, pero he pensado que podríamos comer juntos hoy.

Comer juntos era una idea maravillosa, pensaba Amanda.

– Creí que tenías que trabajar.

– Y tengo que trabajar, pero también suelo comer. ¿A la vieja insoportable le parecerá bien?

– Eso depende de… lo que dure la comida.

– Lo que tú quieras.

– Estupendo. ¿Qué prefieres, una pizza en Pimlico o comemos en el parque?

– En el parque – contestó él-. Nos vemos en la puerta del Príncipe de Gales a la una.

– Muy bien. Yo llevaré los bocadillos. ¿Quieres algo especial?

Cuando se despidieron, la sonrisa de Amanda ocupaba todo su cara.

– ¿Tuviste algún problema al volver a casa? – Daniel la llevaba de la mano por el parque.

– ¿Problema?

– Por llegar tarde. Me parece que Sadie no desaprovecharía una oportunidad como esa para echarte una bronca.

– Afortunadamente, estaba dormida. Pero, si Dios quiere, la semana que viene estará de vuelta en el colegio y todo será más fácil.

– ¿Tú crees que volverá?

– Es posible – contestó él, sentándose en un banco, cerca del lago-. ¿Huevos duros? – preguntó, al mirar la cesta que Amanda llevaba en la mano.

– ¿No te gustan?

– Sí. Ah, también hay bocadillos.

– Los he traído de jamón, de…

Daniel tomó su cara entre las manos y la besó fugazmente en los labios, pero se apartó apresuradamente, como si no confiara en sí mismo.

– Esto es una tortura, Mandy. Quiero desnudarte y hacerte el amor aquí mismo.

– Asustaríamos a los patos.

– Y nos arrestarían – sonrió él-. ¿Puedes tomarte la tarde libre?

Amanda tragó saliva y se obligó a sí misma a recordar la cita con el notario.

– No – contestó ella-. ¿Y tú?

Por un momento, Daniel pensó en cancelar una reunión que podría aportarle el mejor contrato del año, pero decidió que no era buena idea.

– Tampoco. ¿Y mañana?

– Creí que ibas a pasar el fin de semana con Sadie.

– Sadie estará trabajando hasta las seis – aseguró él-. Quiero que le duelan todos los músculos del cuerpo para asegurarme de que comprende las ventajas de volver al colegio.

– Casi me da pena, la pobre.

– No sientas pena por ella. Te debe una disculpa – dijo Daniel, acariciando su mano-. Pero que ella esté trabajando, no significa que yo tenga que hacerlo. Podríamos pasar el día juntos.

– ¿Todo el día? ¿Puedes tomarte todo el día libre?

La cara de Mandy se había iluminado y Daniel supo que debía decirle la verdad. Al día siguiente, en la casa de campo, estarían solos, con todo el tiempo del mundo para darle explicaciones, todo el tiempo del mundo para probarle cuánto sentía haberla mentido.

– Claro. Si estás libre, puedo ir a buscarte a las diez, ¿te parece?

– Muy bien. Te esperaré en la agencia.

– ¿En la agencia?

Por un momento, Amanda pensó decirle la verdad. Pero no quería que pensara que se había estado riendo de él. Daniel podría cambiar de opinión, podría sentirse decepcionado con ella.

Al día siguiente. Se lo diría al día siguiente. Si elegía bien el momento, estaba segura de que él lo entendería, incluso le haría gracia.

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