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Lucy Gordon: Amor de encargo

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Lucy Gordon Amor de encargo

Amor de encargo: краткое содержание, описание и аннотация

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Jennifer Norton pidió a la agencia que su acompañante fuera alto, guapo y moreno. Y lo fue. Sólo que Steven Leary no trabajaba en realidad de acompañante, sino que lo había hecho para sacar de un apuro a un amigo. En la vida real… ¡era millonario! Habitualmente, a Jennifer la horrorizaban los actos sociales del mundo de los negocios, pero con el carisma de Steven disfrutó de cada momento hasta que descubrió su verdadera identidad. ¡Entonces, se puso furiosa! Pero, por razones profesionales, la beneficiaba conservar la apariencia de que existía una relación emocional entre los dos. Y, por razones particulares, se sintió secretamente complacida de continuar adelante con la farsa…

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– Te lo contaré seriamente. No estoy seguro de si debo ayudarte a que vuelvas con él. Podrías terminar casada, y entonces, ¿cómo podría perdonármelo?

– ¿Qué quieres decir?

– No es el hombre que necesitas. Te pegarías con él cada vez que quisieras mirarte en el espejo.

– ¡Qué absurdo!

– No es un absurdo, Jenny…

– No hagas eso -se apresuró a decirle ella-. Sólo David me llama Jenny.

– De todas formas es un nombre que no te sienta bien. Jenny es adecuado para un gorrioncillo, y tú eres como un ave del paraíso.

– No estés tan seguro -declaró con tono ligero-. Podría convertirme en un grajo agresivo.

Steven se echó a reír. Era una risa vibrante, llena de ricos matices, y varias personas se volvieron para mirarlos, incluido David. Inmediatamente Jennifer forzó una sonrisa mientas fijaba la mirada en su rostro.

– Muy bien -pronunció Steven, interpretando correctamente su gesto-. Si es a eso a lo que quieres jugar… -la atrajo con fuerza hacia sí, mirándola con expresión ardiente-. Eres maravillosa. Espero que David te valore en lo que realmente vales.

– Por supuesto.

– ¿Te ha hablado de matrimonio?

– A su manera -respondió después de un ligero titubeo.

– ¿Qué significa eso?

– Con hechos, y no con palabras.

– No te engañes a ti misma, Jennifer. Tú deseas que te pida en matrimonio, y no lo ha hecho. ¿Por eso discutisteis?

– Eso no importa.

– Claro que importa. Hasta la medianoche yo seré tu nuevo amante, terriblemente celoso del hombre del que estás enamorada. Porque estás enamorada de él, ¿verdad?

– Completamente.

– Bueno, ¿y de qué discutisteis?

Jennifer no sabía cómo detenerlo; aquel hombre parecía ejercer sobre ella un poder hipnótico que hacía que le pareciera natural contestar a sus preguntas. Pero le resultaba difícil analizar aquella discusión porque ni siquiera estaba segura de su verdadero motivo. Habían estado hablando de un problema que David había tenido con su empresa. A ella la solución le había parecido obvia, y se había sentido muy contenta de ayudarlo, pero de repente él había empezado a mirarla de una manera muy extraña…

– ¿Tú sabes más de esto que yo, verdad? -le había preguntado él con tono suave.

Incluso entonces Jennifer no había visto el peligro, y había replicado alegremente:

– Es algo en lo que tiene que ver mi abuelo, ese viejo granuja. Algo se me ha pegado. Mira, querido, lo que tienes que hacer es…

Pero David la había interrumpido en ese mismo momento, acusándola de entrometerse en sus asuntos. Jennifer lo había negado, indignada, y la situación empeoró aún más. Para cuando se separaron, casi se había olvidado del desacuerdo original.

– No tiene nada que ver con el matrimonio -le dijo finalmente a Steven.

– Me alegro. Te mereces un hombre mejor que David Conner.

– ¡No me digas eso! -se apresuró a protestar.

– ¡Bien hecho! Me gusta ese brillo que se te pone en los ojos. No te molestes en mirarlo a él: arruinarías el efecto. Concéntrate en mí. Creo que eres formidable, y además tienes valor y coraje.

– ¿Siempre les dices esas cosas a tus clientas?

– ¿Mis…? Bueno, es cierto que no lo hago tan a menudo -repuso Steven, recuperándose de su distracción-. Tiendo a espetarle a la gente la cruda verdad en vez de susurrar dulces necedades. Sonríeme. Nos está mirando.

Jennifer le regaló una deslumbrante sonrisa y Steven se la devolvió.

– Muy bien -murmuró-. ¿Sabes? Eres aún más bonita cuando te enfadas.

– Oh, vete al diablo -replicó, dándose por vencida y riendo a su pesar.

– Con mucho gusto, pero abrazado a ti. Bailando contigo, sería capaz de descender a los infiernos y luego volver -desvió la mirada hacia David, y susurró con una sonrisa en los labios-: Has conseguido preocuparlo de verdad.

– ¿A quién?

– A David. ¡No me digas que te has olvidado de ese pobre infeliz!

– Claro que no -replicó Jennifer con demasiado apresuramiento. Era cierto que se había sentido tan intrigada por la personalidad de Steven, que por un momento había dejado de pensar en David.

– Démosle un buen motivo de preocupación -sugirió Steven, acercándola más hacia sí-. Me encanta el diseño de tu vestido.

Jennifer sabía que se estaba refiriendo a su pronunciado escote, y para desmayo suyo, empezó a ruborizarse.

– Eres la mujer más bella de este salón -continuó él.

– Deja de decirme esas cosas -susurró Jennifer.

– Me pagan para decirlas -le recordó.

Jennifer se quedó sin aliento. Había caído presa del encanto de aquel hombre… y todo había resultado ser un engaño. Sus cumplidos y sus atenciones no tenían significado alguno.

– Bueno, dado que estás bajo mis órdenes -le dijo con voz temblorosa-. Te ordeno que no sigas por ese camino.

– Me contrataste para ponerle celoso a David Conner, y eso es precisamente lo que voy a hacer.

– Te contraté como un simple complemento, para que resultaras útil a mi empresa -le dijo apresurada, recordando lo que le había dicho Trevor.

– Tonterías. Es David quien te preocupa. Aunque el motivo sigue siendo un misterio para mí.

Le levantó delicadamente la barbilla, y ella no pudo resistirse; de repente el corazón empezó a latirle acelerado. Intentó ignorar sus propias sensaciones y recordar solamente que aquel hombre estaba representando su papel. Pero fue inútil; era como si estuviera flotando en un sueño. Aquel tipo arrogante tuvo entonces la desfachatez de pasarle la punta de los dedos por los labios. Jennifer emitió un tembloroso suspiro, asombrada de las sensaciones que él le estaba suscitando. Tenía que detenerlo. Pero no hizo nada; ni siquiera podía hablar. Sentía su leve contacto en los labios, a lo largo de su mejilla y descendiendo por su cuello. Luego la acercó más hacia sí para besarla en la boca, y Jennifer tuvo la devastadora impresión de que no ejercía control alguno sobre sí misma. Perdió todo sentido del tiempo y del espacio. Era como si estuviera bailando en los cielos un vals que fuera a durar toda una eternidad. El corazón le latía con tanta fuerza que apenas podía respirar.

– Deberías soltarme -musitó.

– Si dependiera de mí, jamás en la vida te soltaría -murmuró Steven-. Te arrastraría fuera de aquí, a algún lugar donde nadie pudiera encontrarnos, para descubrir el tipo de mujer que eres realmente. Y la respuesta podría sorprenderme tanto como a ti.

– ¿Cómo te atreves…?

– Extraño, ¿verdad? Pero yo ya te conozco como jamás te conocerá David. Sé lo que quiero de ti, mucho más de lo que nunca podría desear él.

Para su horror, aquellas palabras le provocaron un escalofrío: reflejaban una férrea resolución que jamás había percibido en ningún otro hombre. Amaba a David por su delicadeza y por su carácter dulce y pacífico, pero muy a su pesar tenía que reconocer que carecía de decisión. Aunque, por otro lado, la decisión no era lo más importante: o al menos eso era lo que siempre se había dicho a sí misma. En los brazos de aquel hombre tan decidido, sin embargo, sus propias reacciones la alarmaban.

Salió de sus ensoñaciones para darse cuenta de que la música estaba terminando. Las parejas aminoraban el ritmo y ella se encontraba en los brazos de Steven Leary, mirando el asombro de su expresión reflejado en su propio rostro. Y comprendió que, a partir de aquel instante, nada volvería a ser lo mismo otra vez.

Durante la siguiente hora Jennifer funcionó como un autómata: su mente todavía se hallaba ocupada en su devastador encuentro con Steven. Por el rabillo del ojo lo vio bailando un vals con Penny. Luego volvió a reunirse con ella, la tomó de la mano y la llevó al bar, donde le ofreció un zumo de naranja.

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