Lucy Gordon - Tiempo inolvidable

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Se suponía que no eran más que unas vacaciones… pero aquel verano en Italia era sólo el comienzo.
Holly se dejó cautivar por los ojos suplicantes de aquella niña sin madre… y por su padre. Y cuando quiso darse cuenta estaba viviendo en la lujosa villa que la familia poseía en Roma.
Pero cuando los largos días de verano tocaban a su fin, Holly descubrió que entre las paredes de aquella casa y en el corazón del hombre del que se estaba enamorando había oscuros secretos… unos secretos que podrían liberarlos a todos.

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– ¿Nunca miras esas fotografías? -preguntó Holly.

– No.

– Tal vez deberías hacerlo… así recordarías…

– Tal vez no quiero recordar.

– No tengo derecho a darte ningún consejo.

– Ninguna mujer se ha detenido por eso -dijo, sonriendo-. Además, yo te he hecho partícipe. Venga. Déjame oír ese consejo.

– Los dos queríais a Carol y los dos estáis sufriendo. Pero deberíais superarlo juntos y hablar y recordar lo maravillosa que era.

– Maravillosa…

– Bueno, ¿es que no lo era? Has dicho que cuando la conociste te pareció deslumbrante, ¿acaso dejó de serlo? Era tan maravillosa que por eso estás sufriendo tanto, ¿no? Pero para poder superarlo, tendrás que recordar, y compartir tus recuerdos con Liza. Eres la única persona que puede ayudarla.

– Ya lo sé. Pero no sabes lo que me estás pidiendo. Si pudiera hablarlo con alguien, lo hablaría contigo. Soy como Liza. Me apoyo en ti. Pero incluso así…

Apretó fuertemente la mano de Holly.

– Está bien. Está bien.

Seguía sin soltar su mano. Tras un breve momento, alzó la mirada; le estaba diciendo algo y ella recibió el mensaje. Por eso supo que tenía que tener cautela, pero el mensaje la hipnotizó. Se inclinó hacia él cuando él comenzó a acariciar sus mejillas hasta llegar a la comisura de sus labios. Fue una caricia suave y ligera, pero excitante a la vez.

– Holly. Holly… Holly…

La estaba cautivando, pero no podía resistirse. Ya había superado lo de Bruno, pero enamorarse de Matteo acabaría con ella.

– Llévame a casa.

– Holly…

– He dicho que me lleves a casa.

– Buenas noches dijo mientras se dirigía a las escaleras.

– Holly, espera -Matteo la agarró del brazo-. No has dicho nada en todo el camino y ahora huyes de mí. No pretendía ofenderte. Por un momento pensé que nos entendíamos, pero entonces te apartaste como si yo fuera el mismísimo diablo. ¿Qué pasa?

– Se te ha ido de las manos.

– ¿Qué quieres decir?

– Me refiero a tu juego. A tu modo de ocuparte del problema.

– ¿Qué?

– ¿Ya te has olvidado? Te oí hablar con la signora Lionello después de la fiesta. Ella dijo que yo estaba buscando un marido rico y tú dijiste que tú te ocuparías. Supongo que éste es tu modo de hacerlo.

– Olvida eso. No significó nada.

– Sé muy bien lo que significó. Estás intentado atarme para tenerme siempre que me necesites. Y luego deshacerte de mí. Igual que hizo Bruno.

– No te atrevas a compararme con él.

– ¿Por qué no? Estás jugando, igual que hizo él.

– ¿En serio crees que esto es un juego?

Inmediatamente se encontró rodeada por los brazos de Matteo, que acariciaba sus labios con los suyos con un gran poder de seducción.

– Para -dijo como pudo.

– No. No hasta que lo entiendas.

No había nada que entender porque nada tenía ningún sentido ni ninguna lógica. Sólo había furia entremezclada con deseo. Era como si se estuviera traicionando a sí misma porque deseaba besarlo mas, acercarse más a él. Sabía que tenía que escapar de su abrazo, pero en el fondo deseaba aferrarse a él y hacerle ver que podía dar el siguiente paso y el siguiente, sin importarle hasta dónde llegara. Tenía que luchar contra ello, aunque eso le partiera el corazón.

Podía sentirle moverse, la intentaba llevar a la penumbra bajo las escaleras, pero sabía que si cedía, estaría perdida. No, ya nadie la volvería a manipular.

– Deja que me vaya. Te lo advierto… soy peligrosa…

– Es cierto. No debería haberlo olvidado.

Se echó atrás hasta que llegó a una puerta que cruzó sin saber adónde la conducía. Se encontró en el comedor con sus grandes puertas de cristal que daban al jardín. Las abrió y salió corriendo mientras respiraba hondo, tratando de calmarse.

Holly se había prometido que eso no ocurriría, y lo había hecho desde el primer momento que vio a Matteo. Pero toda advertencia había sido inútil. Mientras intentaba alejarse todo lo posible de la casa, alejarse de él, se dijo a sí misma:

– Márchate de aquí. Vete lo más lejos que puedas. Aléjate de él.

Pero era inútil. Ya no podía marcharse.

Después de vagar durante una hora, llegó al monumento de Carol. Allí estaba él. Sentado en el borde de la fuente, con sus manos dentro del agua y refrescándose la cara. Se había quitado la chaqueta y se apreciaba su cuerpo debajo de su camisa mojada.

No quería mirarlo. Si lo hacía, el deseo que él había despertado en ella se convertiría en un auténtico tormento.

– Lo siento dijo él-. No quería que las cosas sucedieran así.

– Yo tampoco.

– En parte tenías razón. Todo empezó como tú has dicho, pero al final las cosas cambiaron. Sabes que ha sido así.

– Sólo sé que no quiero estar en brazos de un hombre que sueña con otra mujer.

– ¿Qué?

– Todavía la amas. Sólo me quieres porque te soy útil. Por eso has venido aquí. No podías esperar a pedirle perdón por haberme acariciado.

Él se sentó en el suelo y comenzó a reírse.

– Dios mío, ¡santo cielo!

Se llevó las manos a la cabeza y se cubrió la cara con ellas. Lloró. Y a pesar de su enfado, Holly no pudo resistirse a su sufrimiento y se arrodilló junto a él.

– Matteo, ¿qué te ocurre?

Se apartó las manos de la cara y pareció estar riéndose.

– ¿Qué es eso tan divertido?

– Todo. Todo, incluidas tus ideas sobre mí. El marido sufriendo por la esposa que ha perdido. Te diré la verdad. Sólo sueño con Carol cuando tengo pesadillas.

– Pero… entonces esto… -dijo, señalando el monumento.

– ¿Esta monstruosidad? Lo construí para esconder mis sentimientos, no para mostrarlos.

– ¿Cómo…?

– La odiaba -dijo con los ojos cerrados-. La odiaba con todo mi ser. La odiaba por no haberme dicho la verdad, y todavía la odiaba más por habérmela contado al final. Todos esos años la amé, ella era mi mundo, habría dado mi vida por ella. Te dije que no era un hombre expresivo, pero con ella sí lo era. No me guardaba nada. Lo era todo para mí, y lo sabía, siempre lo supo…

Abrió los ojos y se giró para mirar las palabras grabadas en el mármol: Amada esposa .

– Cometí el tonto error de creer que lo tenía todo. Pero no vi lo que siempre estuvo claro.

– ¿Quieres decir que dejó de quererte?

Su sonrisa era terrible, llena de desesperación.

– Lo que quiero decir es que nunca me quiso. Se casó conmigo por mi dinero. Le encantaba el dinero y a quien realmente amaba era a un inglés llamado Alec Martin, que por cierto no tenía nada. Creo que se decidió por mí cuando vio esta casa y estos jardines. Me enteré de todo esto pocos días antes de que me abandonara. Me dijo, vanagloriándose, que había seguido acostándose con su amor hasta la noche antes de nuestra boda. Por eso Liza nació tan pronto.

– ¿Dices que…?

– Sí. Mi pequeña no es mía. Siempre había sido de otro hombre. El se marchó después de que terminara nuestra boda. Cuando ganó dinero y volvió, ella decidió abandonarme por él. Le dije que no podía obligarla a quedarse, pero que no se podía llevar a mi hija. Y entonces me dijo que Liza no era mía, sino de Martin. Unas horas después, me llamaron del hospital. Carol había muerto y Liza estaba gravemente herida. Más tarde me enteré de que Martin también había muerto, pero nadie más sabía que guardaba relación con nosotros. Eso sólo lo sé yo.

– Y Liza -Holly estaba horrorizada-… es increíble… pero tal vez no es verdad. Puede que Carol sólo lo dijera para hacerte daño.

– Eso ya lo pensé, pero cuando estaba en el hospital hice que nos hicieran un análisis. Liza no es mi hija. Tengo que aceptarlo.

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