Lucy Gordon - Tiempo inolvidable

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Se suponía que no eran más que unas vacaciones… pero aquel verano en Italia era sólo el comienzo.
Holly se dejó cautivar por los ojos suplicantes de aquella niña sin madre… y por su padre. Y cuando quiso darse cuenta estaba viviendo en la lujosa villa que la familia poseía en Roma.
Pero cuando los largos días de verano tocaban a su fin, Holly descubrió que entre las paredes de aquella casa y en el corazón del hombre del que se estaba enamorando había oscuros secretos… unos secretos que podrían liberarlos a todos.

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Cuando volvió a mirar la foto, entendió por qué la piscina le resultaba familiar. Era la misma que había visto en el jardín. Tan brillante y cargada de felicidad entonces, y tan desolada después. Parecía haber sufrido también el cambio que había transformado la casa cuando la mujer que era la esencia de todo aquello había muerto, dejando a su marido y a su hija solos e incapaces de comunicarse.

Al volver a la casa, Berta la abordó.

– El juez está en casa -dijo-. Está con Liza y dijo que no lo molestáramos -miró a su alrededor antes de preguntar en tono de complicidad-: Ese catálogo online que estuvo mirando… ¿tenía vestidos de novia a buen precio?

– Nada estaba a buen precio. Así que, ¿ya ha llegado el momento de elegir un vestido de novia?

Berta no necesitaba que la animaran para empezar a hablar de su prometido. Holly sonreía, pero para ella era una conversación dura de llevar. Hasta hacía muy poco, ella también había estado planeando su boda con un hombre que había hecho a su corazón latir aceleradamente, un hombre que ella pensó que adoraría toda su vida… hasta que él la traicionó de la manera más brutal y egoísta.

Nunca la había querido, de eso se había dado cuenta más tarde. En lugar de amarla, le había tendido una trampa y ella había caído en ella sin el más mínimo aviso.

¿Dónde estaba él ahora? ¿Qué estaba haciendo? ¿Lo volvería a ver?

Matteo estuvo presente en la cena. En varias ocasiones lo encontró observándola con curiosidad, y ella empezó a pensar que algo había ido mal. Sus miedos se confirmaron cuando él se levantó de la mesa y le dijo con voz tranquila:

– Cuando Liza esté dormida, por favor, ven a mi estudio, no importa lo tarde que sea.

Tras un par de horas, salió de la habitación sigilosamente y bajó al estudio.

Al llamar y no recibir respuesta, empujó suavemente la puerta. No lo vio, pero decidió entrar.

Al mirar a su alrededor en busca del juez, vio un periódico sobre el escritorio.

Estaba abierto y alumbrado por la única luz encendida, la de la lámpara del escritorio. Al principio lo miró de arriba abajo y la única palabra con la que se quedó fue Vanelli.

Para amargura suya, conocía ese nombre.

Se sentía como en un sueño, levantó el periódico y, como pudo, empezó a leer. Únicamente retuvo las palabras clave.

Valiosa miniatura (…) valorada en millones (…) reemplazada por una copia barata (…) pareja de ladrones, Sarah Conroy y Bruno Vanelli (…) Vanelli fue arrestado, pero escapó (…) no hay rastro de la mujer…

Se sentó inmediatamente, sentía que el corazón se le salía.

Tenía que pasar. Había estado viviendo en un paraíso, pero eso no podía durar. La brutal verdad la había alcanzado. Lo mínimo que le podía pasar era que la echaran de la casa. Lo peor, que la arrestaran. Tenía que huir. ¿Pero adónde? No había ningún lugar al que pudiera ir.

Había una fotografía de Bruno en el periódico. Sin saber por qué, la acarició. Era como si estuviera viendo por primera vez su encantadora y peculiar sonrisa y el pícaro destello de sus ojos.

Volvió a tocar la fotografía, intentando recordar la primera vez que lo vio. Pero ese recuerdo ya había muerto. Los ojos se le llenaron de lágrimas que comenzaron a deslizarse por sus mejillas.

– ¿Es una buena foto?

El juez llevaba varios minutos allí de pie, observándola. Se secó las lágrimas a toda prisa.

– Sí, lo es -susurró-. ¿No dejó esto aquí por casualidad, verdad?

– Claro que no. Tenía que saberlo.

– Y ahora que lo sabe, ¿qué va a hacer?

– No estoy seguro. Primero necesito llegar a entender muchas cosas.

– Quiere decir que necesita saber si soy… una criminal. Y si lo niego, ¿me creerá?

– Podría hacerlo.

– Y si no fuera así… ¿Entonces qué? ¿Qué pasaría con Liza?

En la penumbra, lo vio estremecerse.

– He estado hablando con ella. Me habló de ti y de tu madre.

– ¿Mi madre? ¿Qué tiene qué ver mi madre con esto?

– Podría tener mucho qué ver. Sé que estuvo enferma y que tuviste que cuidar de ella.

– Sí. Su enfermedad la estaba consumiendo. Yo sabía que nunca se recuperaría. Los últimos diez años de su vida, necesitó atención constante, así que me quedé en casa para cuidar de ella.

– ¿No había nadie más? ¿Y tu padre?

– Nunca lo conocí. Mis padres estaban casados y, cuando ella se quedó embarazada, él desapareció. Nunca conocí a nadie de su familia. Y tampoco conocí a mucha gente de la familia de mi madre. Creo que se avergonzaban de ella, y nunca la ayudaron. Así que durante años, estuvimos las dos solas y fuimos felices. Cuando vio que tenía talento para dibujar, me apuntó a clases especiales, aunque eran muy caras. Tuvo dos, y hasta tres, trabajos para ganar dinero extra. Soñaba con mandarme a una escuela de arte, lo deseaba incluso más que yo, pero antes de que pudiera marcharme comenzó a aparecer su enfermedad. Así que, en lugar de la escuela de arte, estudié magisterio. Cuando terminé los estudios, conseguí un trabajo en una escuela cercana, pero sólo pude estar dos trimestres antes de tener que dejarlo para estar con ella.

– Debió de ser duro para ti el tener que cortar con tu vida.

– Nunca lo vi de ese modo. La quería. Quería estar con ella, como ella había estado conmigo. Pero ¿por qué le estoy contando todo esto? ¿Qué tiene que ver con…?

– Limítate a responder mis preguntas -dijo de manera cortante-. Estoy empezando a imaginármelo. Debió de ser una vida muy restringida. ¿Salías por ahí? ¿Tuviste novios?

– La verdad es que no. Los novios no querían saber nada de mamá.

– ¿Y cómo es que fuiste a Portsmouth?

– Una amiga mía vivía allí. La conocí durante la carrera. Solía invitarme todos los años y mamá insistía en que me tomara unas vacaciones.

– ¿Y durante cuánto tiempo fue eso?

– Hasta el año pasado, cuando ella murió.

La voz se le quebró en esas últimas palabras y se quedó en silencio. Él también permaneció en silencio y no mostró compasión hacia ella.

– ¿Y entonces? -preguntó finalmente con voz tranquila, casi delicada.

– Hice un curso de reciclaje para volver a trabajar como profesora y fue cuando conocí a…

– Bruno Vanelli.

– Sí.

– Y te creíste todo lo que te dijo porque eras demasiado ingenua y no habías vivido lo suficiente. No lo entendí hasta que no hablé con Liza y descubrí que las experiencias que habías vivido te habían enseñado poco sobre el mundo y sobre los hombres. Pero ¿por qué no me lo dijiste tú misma?

– ¿No quedamos en que le contara lo menos posible?

– Es cierto.

Ella sonrió amargamente.

– De todos modos, no hay mucho qué contar. Él se fijó en mí. Era guapo y yo me sentí halagada. Y además me parecía muy romántico el hecho de que fuera italiano. Así de estúpida era yo.

– Ah, sí. Ésa es la imagen que tenemos -murmuró irónicamente.

– Si hubiera sido un poco más despierta, habría sabido que la verdad era diferente… que no tiene nada qué ver con amore .

– ¿Y cuál crees que es la verdad?

– La verdad es como un estilete -dijo amargamente-, una fina daga, lo suficientemente pequeña como para pasar desapercibida hasta el último momento. Y entonces te atraviesa lenta, suave y cruelmente. Y la víctima nunca la ve venir hasta que ya es demasiado tarde.

Matteo estalló en risas.

– Eso puede ser cierto en ocasiones, signorina , pero no siempre. El italiano puede ser el pobre loco que resulta engañando y el inglés, el enemigo que engaña y tortura. Donde nosotros clavamos esa daga, vosotros golpeáis con una maza, pero al final la destrucción es la misma.

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