– Entonces, supongo que yo soy el Príncipe Azul -bromeó Grant-. Mejor no utilices zapatos de cristal, ¿de acuerdo?
Aquello hizo reír a Callie, pero cuando miró a Grant a los ojos se sonrojó porque sabía para qué habían ido hasta allí. Sentía que Grant estaba muy excitado y ella, también.
Sin embargo, al mismo tiempo, todo aquello le daba pánico.
Había pasado una semana terrible, llevada por la tristeza y la desesperación de ver lo que le estaba sucediendo a su amiga Tina y con una necesidad incontrolable de ayudarla.
Por eso, le había costado mucho separarse de su lado y, cuando había visto que se subían a un avión, había intentado revelarse, pero luego había pensado que Grant también tenía derecho a su compañía y no había dicho nada.
Ahora, se alegraba porque estaba convencida de que aquel viaje les iba a ir de maravilla a los dos.
– ¿Damos un paseo por la playa? -sugirió Grant.
– Muy bien -contestó Callie.
Estaba atardeciendo. No habían cenado, pero ninguno de los dos tenía hambre, así que se sentaron en la arena y dejaron que el agua les lamiera los pies.
Cuando decidieron subirse a unas rocas que había cerca y Grant la ayudó, Callie percibió lo mucho que la deseaba y sintió que el aire no le llegaba a los pulmones.
Les sirvieron una cena suntuosa en su habitación, pero Callie apenas pudo probar bocado. Les habían llevado una botella de champán y brindaron.
– Por las lunas de miel -dijo Grant elevando su copa.
– Por las lunas de miel -contestó Callie sonriendo.
Después de cenar, bajaron de nuevo a pasear por la playa. Ya había oscurecido y la luz de la luna se reflejaba sobre la superficie del agua. Al volver, a ambos les pareció que el refugio de su habitación era de lo más apetecible y Grant se aseguró de cerrar la puerta con llave.
A continuación, le tomó a Callie el rostro entre las manos y la besó con delicadeza.
– Te prometí que no haríamos nada hasta que tú quisieras. ¿Estás preparada?
Callie asintió con un nudo en la garganta. Sentía que el corazón le latía aceleradamente. Nunca había estado tan asustada y emocionada a la vez. No tenía ni idea de cómo iba a sentirse después de haber hecho aquello, pero se moría por probar.
Grant murmuró algo y le separó los labios con la lengua. Callie lo dejó entrar en su boca. Tímidamente al principio; apasionadamente, al cabo de unos segundos.
Callie le pasó los brazos por el cuello y se arqueó contra su cuerpo. Quería sentir sus pechos contra su torso fuerte y musculado.
Se oía una música lejana y aquella música, mezclada con el sonido de las olas del mar, componía una preciosa sinfonía.
Callie sentía las manos de Grant, grandes y sensibles y, allá por donde pasaban, dejaban una estela de fuego que estaba comenzando a quemarla en lugares íntimos.
Grant deslizó las manos por sus brazos y, en un abrir y cerrar de ojos, el vestido de Callie cayó al suelo.
Por primera vez en su vida, le iban a hacer el amor e iba a hacer el amor a otra persona.
Aquello era maravilloso.
Un día para recordar siempre.
No tenía ni idea de si se iba a arrepentir cuando hubiera pasado, pero tenía que hacerlo. Su cuerpo estaba preparado, se estaba derritiendo y flotando al mismo tiempo. No se sentía normal en absoluto y le encantaba.
Cuando besó a Grant en el cuello, pensó que no le costaría nada hacerse adicta a aquella sensación. Y, de repente, sintió una urgencia dentro de sí, una necesidad tan intensa que la hizo gritar.
– Espera, Callie -murmuró Grant con voz grave-. No te preocupes, cada cosa a su tiempo.
A continuación, Ja tomó en brazos y la llevó a la cama y Callie se dio cuenta de que estaba invadida por la pasión y de que era un estado que no quería abandonar jamás.
Un rato después, estaban los dos tumbados, uno al lado del otro, ambos intentando recuperar la respiración.
Callie había descubierto un nuevo mundo lleno de sensaciones, pero también había un nuevo mundo de cercanía y de afecto.
Ahora sabía lo que era hacer el amor con un hombre. ¿También sabía lo que era el amor? Unos momentos antes, habría contestado que sí a aquella pregunta sin dudar. Ahora, desde la distancia, su frialdad, ya no estaba tan segura.
– Me siento… de maravilla -contestó acariciándole el pecho a Grant.
– Me alegro -contestó él mirándola con cariño.
Sin embargo, de repente su mirada se distanció y se volvió más fría.
– Espero que haya servido de algo -comentó-. Tendremos que seguir intentándolo hasta que…
Callie cerró los ojos, triste, y retiró la mano. Ella pensando en el amor y él siempre tan calculador. Por unos instantes, Callie entendió aquello que decían muchas personas de que del amor al odio había un paso.
«Por favor, Grant, no estropees este momento».
Grant se inclinó sobre ella y comenzó a besarla alrededor del ombligo. Para su sorpresa, Callie se encontró deseándolo de nuevo como si no acabara de haberle satisfecho unos momentos antes.
«Así que así van a ser las cosas entre nosotros», pensó Callie.
Parecía que su relación iba a alternar alegría y pena. Bueno, si aquello era lo que el destino le había deparado, lo aceptaba. Admitía que, más o menos, le gustaba.
Para cuando terminó su luna de miel, habían pasado dos días gloriosos. Callie no había sido jamás tan feliz. Después de aquellas horas con Grant, era toda una experta en hacer el amor. Aquello la hacía reír, pero era verdad.
La primera noche habían hecho el amor tres veces y, desde entonces, había perdido la cuenta. Y en cada ocasión había tenido la sensación de aprender un poco más sobre el hombre con el que se había casado.
Durante el corto periodo de tiempo que pasaron juntos en la isla, se desarrolló entre ellos una cercanía que la asombró. Grant se había mostrado amable y afectuoso y Callie tenía la sensación de que podía contarle o pedirle cualquier cosa.
Bueno, casi cualquier cosa porque no se atrevía a hablarle ni de su primera mujer ni de su hija.
Estaban recogiendo las cosas para irse y Callie ya echaba de menos aquel lugar.
– ¿Te lo has pasado bien? -le preguntó Grant con una gran sonrisa.
– Oh, esto ha sido un paraíso -contestó Callie.
– Es un lugar precioso, ¿verdad? Bueno, lo tenemos todo, ¿no?
– Creo que sí.
– Tenemos doce minutos hasta que llegue el coche para llevarnos al aeropuerto -comentó Grant consultando el reloj-. Doce minutos.
Callie sonrió con un brillo especial en los ojos.
– ¿Doce minutos, dices?
Grant sonrió y enarcó una ceja.
– ¿Qué me dices?
Callie se encogió de hombros.
– ¿Por qué no?
Riendo ambos, se desnudaron a toda velocidad y se volvieron a meter en la cama, donde dieron rienda suelta a la pasión.
Callie estaba maravillada ante lo poco que hacía falta para que se excitara en compañía de Grant, y no sabía si era porque lo amaba o porque amaba la forma en la que le hacía el amor.
Volver fue como salir de una maravillosa fantasía y entrar en la dura y fría realidad.
Llegaron tarde del aeropuerto y Callie se fue directamente a la cocina para comenzar a familiarizarse con aquella casa a la que había ido un par de veces antes de la boda para preparar su habitación.
Grant se preguntaba por qué necesitaba Callie un espacio para ella sola, pero no había dicho nada.
Callie preparó chocolate caliente y se sentaron los dos en la cocina a tomárselo mientras recordaban el fin de semana.
Los dos estaban cansados y Grant iba a proponer que se fueran a la cama cuando Callie sonrió, se puso en pie y se perdió por el pasillo tras darle las buenas noches.
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