Morgan Raye - Jack y la Princesa

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Sólo él podía protegerla…
Jack Santini pensó que la mejor manera de demostrarle a la familia real que él era el único candidato adecuado para convertirse en jefe de seguridad era romper el sistema de seguridad del estado de Roseanova. Pero no había contado con despertar a la bella princesa de cabellos de oro.
Nada más ver a aquel hombre que entró por su balcón, Karina Roseanova pensó que él la liberaría de su torre de marfil y le enseñaría el mundo real. Y aquella fantasía no tardó en convertirse en un amor que no se detendría ante nada. Pero, ¿qué tendría que hacer un plebeyo como él para entrar a formar parte de la familia real?

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– Por supuesto que no.

– Exacto. Ahora, cuénteme lo que sepa.

Él se removió en su asiento, claramente incómodo con la situación.

– La verdad es que no sé los detalles. Solo sé que dejó que sus sentimientos por una mujer se interpusieran en su trabajo, y acabara cargando con las culpas de algo que hizo ella.

– Ya… -sus palabras le resultaron inesperadamente hirientes, pero no lo mostró.

– Al parecer lo están investigando y a finales de agosto decidirán sobre su futuro. Si está limpio, lo readmitirán de inmediato en el cuerpo. Pero si se presentan cargos contra él…

Ella asintió.

– ¿Hubo un romance de por medio? -preguntó ella, con la esperanza de que su voz no temblara.

Él dudó.

– Lo único que sé es que las mujeres siempre se enamoran de Jack. Así que imagino que hubo algo.

Ella sonrió y se levantó.

– Gracias, señor Blodnick. Ha sido usted de mucha ayuda. ¿Le contará todo esto a la duquesa?

Él hizo una mueca.

– Jamás mentiría, pero tampoco voy a decir nada a menos que sea por fuerza mayor. No me gustaría que Jack perdiera su trabajo. Haber conseguido este puesto puede ayudarlo mucho. Si lo perdiera, lo perjudicaría enormemente.

Ella asintió, sonrió y abandonó su oficina.

Pero lo hizo con el corazón compungido. No tenía derecho alguno a sentir celos, pero los sentía.

Había pasado casi una semana desde el incidente del beso y él la había estado evitando. Sabía que hacía bien, que era lo mejor para los dos. Tenían que mantenerse alejados el uno del otro.

Karina asumía que había cometido un grave error aquella noche. Pero, a pesar de todo, no se arrepentía.

No obstante, sabía que él había tenido razón al decir que no había posibilidades para ellos. Ella tenía que centrarse en elegir un marido adecuado antes de volver a su país.

Además, cuanto más sabía de Jack más cuenta se daba de lo precaria que era su situación. Cualquier movimiento en falso por parte de ella podría arruinarle la vida. Sería cruel perseguirlo y tentarlo, así que tendría que dejar de hacerlo.

Salió al jardín y se encaminó hacia la piscina, pero se detuvo de pronto, al ver a Jack en la distancia. Estaba junto al garaje hablando con sus subordinados. Al otro lado estaba su tía dándole órdenes al jardinero.

Los ignoró a los dos y se encaminó hacia la piscina.

Se lanzó y se hizo un largo.

Luego, se detuvo y pensó que se sentía mejor. Pero sabía que se estaba engañando a sí misma.

No sabía lo suficiente acerca de los hombres, ese era su mayor problema. Sus hermanos no habían crecido junto a ella.

Salió del agua, se vistió y se encaminó a la habitación del duque. Nada más entrar, se aproximó a él y sonrió con fingida animosidad.

– Hola, mi tío favorito. He venido a pedirte un favor -le dijo-. Necesito que me hables de mi madre.

Jack acababa de meter una escalera en la biblioteca, cuando reparó en la presencia de Karina.

– Hola -le dijo ella.

– Vaya -respondió él, parándose en seco-. Lo siento, no sabía que… Me marcharé en seguida.

– No es necesario. Solo he venido a transcribir mis notas -al ver que dudaba, ella continuó con cierta exasperación-. No voy a pedirte que me enseñes a besar. Lo del otro día fue un acto inmaduro, infantil y manipulador. Lo siento.

Él se volvió hacia ella.

– Buena., -continuó Karina-. La verdad es que no lo siento en absoluto. Pero sé que debería sentirlo. Lo estoy intentado, aunque, de momento, no lo consigo.

No podía evitarlo, lo hacía reír. También hacía que la deseara, que ansiara tenerla entre sus brazos.

¿Y si en lugar de ser una princesa hubiera sido una mujer normal? Sin duda, en aquel preciso instante estaría flirteando con ella, se estaría preguntando cómo iba a conseguir llevársela a la cama, estaría anticipando el dulce sabor de sus pezones, la suavidad de su piel. Se imaginaba la sensación de estar en sus brazos, de sentirla toda suya, de notar que el deseo crecía y crecía dentro de él hasta que, finalmente, podía hacerla suya, arrancándote un grito de placer.

¡Guau! Se esforzó por volver a la realidad y prestar atención a lo que ella acababa de decirle.

– ¿Notas? -preguntó él-. ¿Tienes que dar otra charla?

– No -respondió ella-. ¿No te he contado cuáles son mis tres objetivos para este verano?

– No -dijo él-. No recuerdo nada de esa

– Verás, mi primer objetivo es escribir una biografía sobre mi madre. ¿Recuerdas que fue asesinada por los rebeldes junto a mi padre?

Él asintió.

– Pues me gustaría recopilar toda la información que pueda sobre su vida, antes dé que sea demasiado tarde y todo se olvide.

– ¿Y tu padre? -le preguntó él.

– Han escrito toneladas de libros sobre él -dijo ella y se aproximó a la estantería para mostrarle uno de ellos-. Pero de mi madre nadie se ha acordado. Me gustaría contar su historia como un tributo a todas las mujeres de su tiempo. En realidad, se trataría de una memoria de cómo era Nabotavia antes de la revolución. Mi tío me está ayudando, pero también estoy entrevistando a los sirvientes mayores para que me cuenten anécdotas sobre su vida. Quiero obtener diferentes puntos de vista.

– ¿Cómo lo estás haciendo?

– Tengo una pequeña grabadora que pongo en marcha mientras habla la gente. Luego transcribo las notas. Mi tío revisa mi trabajo y me hace sugerencias.

– ¿De verdad? – estaba sinceramente impresionado. La imagen de una princesa malcriada que malgastaba su tiempo comiendo bombones no encajaba con ella.

– Cuando ya le haya dado forma, se lo enseñaré a algunos intelectuales nabotavios para que me den su sincera opinión. Espero que llegue a imprimirse y se lleve a la biblioteca nacional de mi país.

– Yo también lo espero -respondió él.

Era bastante ambiciosa a su modo y Jack admiraba su espíritu.

– Me gustaría que fuera un libro del que mi gente llegara a sentirse orgullosa. Al fin y al cabo, vivo para ellos.

Él notó un ligero tono amargo en su último comentario.

– ¿Cuáles son tus otros dos objetivos para el verano?

Ella sonrió.

– El segundo es aprender a cocinar.

Él la miró perplejo.

– ¿Para qué quieres aprender a cocinar? Siempre tendrás a gente que lo haga por ti.

– Pero no quiero ser una necia que no puede ni prepararse la comida. Pueden ocurrir muchas cosas y hay que estar preparado. Además, tú no sabes lo que es estar a merced de un chef real. Si de pronto le da el punto de decir que la crema de anchoas trae buena suerte o algo similar, puede convertir la hora de la comida en una tortura durante semanas. Créeme, lo he vivido. Es bueno estar listo para tomar el relevo si la cosa se pone muy mal.

Él asintió.

– ¿Y la tercera?

– La tercera es casarme.

Él la miró fijamente.

– Claro -dijo él, tratando de disimular la tensión-. ¿Qué tal van las cosas en ese tema?

– Bien. Nuestra próxima cena es el viernes. Habrá un montón de invitados especiales. Me pondré uno de los vestidos que elegí el otro día y vendrán a peinarme.

– Siempre te están peinando -dijo él.

Ella se rio.

– Claro, tengo que estar lo más guapa posible. Madame Batalli vendrá a ayudarme antes de cada fiesta.

– Ya -respondió él con cierto desdén. Madame Batalli debía de tener un millón de años y la peinaba como si fuera de su misma generación. Seguro que a Karina le gustaría algo más adecuado a su edad-. Y todo para poder cazar un marido poderoso.

Ella se quedó completamente inmóvil, mirándolo fijamente.

– No lo apruebas, ¿verdad?

Jack se quedó pensativo. ¿Quién era él para opinar? No era más que un empleado. No tenía derecho a reaccionar como lo estaba haciendo. Pero, antes de poder controlarlas, las palabras salieron de su boca.

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