Rebecca Winters - Renuncia por amor

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Alik Jarman acababa de conocer a su hijo, de seis semanas, y no pensaba dejarlo escapar. Decidió pedirle a la madre del bebé, quien le había roto el corazón hacía apenas un año, que se instalara durante un mes en su casa con el niño.
Blaire jamás le había dicho la verdadera razón por la que había suspendido la boda y comprendió que debía negarse a ir a vivir con él. Sin embargo, al ver cómo disfrutaba Alik de la compañía de su hijo, se sintió incapaz de decirle que no… y tampoco pudo evitar alimentar la esperanza de que, algún día, formarían una verdadera familia.

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Hacia el mediodía todo estaba listo para volver a la excavación. Habían devuelto el coche de alquiler, y Alik conducía la camioneta. Blaire lo siguió en el monovolumen cargado hasta los topes.

Tras el ajetreo, lo único que deseaba Nicky era su biberón y su siesta. Nada más llegar al remolque, el niño rompió a llorar. Blaire trató de ocultar una sonrisa al ver a Alik atónito ante la potencia de los pulmones de su hijo.

Alik desató al niño de la silla y le dirigió a Blaire una mirada ansiosa. Ella agarró la bolsa de los pañales y entró en el remolque. El llanto de Nicky debía oírse a kilómetros de distancia. Alik despejó la cama de libros y de mapas, y Blaire se sentó. Luego le tendió al bebé.

– Quédate aquí con él mientras preparo el biberón -treinta segundos más tarde Alik volvió del fregadero y le metió la tetina a Nicky en la boca sin mostrar la vacilación de la noche anterior. Aprendía rápido-. Voy a traer las cosas del coche -musitó sin moverse, sin apartar los ojos de su hijo, que se tomaba el biberón con la misma voracidad con que él se había zampado el desayuno aquella mañana.

Nicky era un niño adorable. Blaire mantuvo la cabeza inclinada, tratando de no sonreír. En realidad estaba feliz, pero temía despertarse y descubrir que todo aquello era un sueño. Estar con Alik, saber que ella y Nicky iban a vivir con él durante un mes, la llenaba de una inexplicable felicidad.

Se negaba a pensar en el día en que tuviera que abandonar a Alik para volver a California. Sería entonces cuando comenzaría su infierno particular, porque solo podría ver a Alik durante los turnos de visita.

Tenía que aprovechar el tiempo, porque pronto todo terminaría.

El teléfono móvil sonó mientras Alik estaba fuera. Blaire se sintió tentada de contestar, pero no se atrevía. Quizá fueran los padres de Alik o alguno de sus hermanos. Ellos no debían saber que Blaire había vuelto a Nueva York bajo ningún concepto, y menos aún descubrir que tenía un hijo de Alik y que vivía con él.

Blaire se colocó al niño sobre el hombro para que echara los gases y esperó a que Alik entrara con las últimas cajas. El cuarto de estar del remolque parecía un diminuto almacén repleto.

– Alik, acaban de llamar por teléfono, pero no he contestado porque no quiero que nadie sepa que estoy aquí.

– Pues Rick ya lo sabe -contestó Alik frunciendo el ceño-, así que no veo la razón.

– Me… me refería a tu familia. Sé que tienen una opinión nefasta sobre mí después de lo que te hice, y como esto solo va a ser algo temporal, prefiero mantenerlo en secreto -añadió levantando la cabeza con ojos suplicantes-. ¿Te parece mucho pedir?

Una vena diminuta tembló en la dura mandíbula de Alik. Sus ojos entrecerrados examinaron el rostro y los cabellos de Blaire. Ella no supo adivinar en qué pensaba.

– Tengo un buzón de voz, así que no te preocupes.

– Gracias -susurró ella.

– Lo primero que hay que hacer es instalar la cuna -continuó él sintiendo que el pecho le pesaba-. La voy a poner en el dormitorio, donde dormirás tú.

– No, Alik, no voy a quitarte la cama. Yo dormiré en el sofá. Así, cuando tenga que levantarme a preparar un biberón, estaré solo a un paso.

– Quiero que tú duermas atrás -afirmó él con calma-. Yo entro y salgo hasta altas horas de la noche debido a mi trabajo, y no quiero molestar a Nicky sin necesidad.

– Pero ese sofá es pequeño para ti, no aguantará tu peso.

– Sobreviviré. En Sudamérica tuve que dormir en una hamaca. En comparación, este sofá es maravilloso. Además, tengo un colchón inflable, que siempre puede venir bien.

Y diciendo esto, Alik encontró la caja en la que venía embalada la cuna y la empujó por el suelo hasta el dormitorio, al fondo del remolque. Blaire escuchó unos cuantos epítetos ininteligibles al chocar con puertas y muebles. Cuando el teléfono móvil volvió a sonar, Alik le pidió que mirara en la pantalla de dónde procedía la llamada.

Blaire pensó que Nicky no se dormiría después del biberón con todo aquel ruido, pero la tarde de compras debía haberlo cansado terriblemente. Alcanzó el teléfono, junto a la bolsa del bebé, y contestó:

– No pone ningún nombre, solo dice que se trata de alguien que llama desde el área 307.

– ¿Quieres, por favor, contestar y tomar nota del recado?

Blaire no tenía ganas de hablar con nadie, pero tampoco podía hacer caso omiso del encargo. Apretó el botón para contestar y dijo:

– Aquí la residencia del profesor Jarman.

Una voz masculina y profunda la saludó y, tras vacilar, preguntó por Alik.

– ¿De parte de quién?

– Soy Dominic -contestó la voz con acento francés.

– ¡Eres un hombre! -exclamó Blaire sin poder evitarlo.

– Bueno, lo era la última vez que lo comprobé -rió-. Y me siento como tal.

– Lo… lo siento -se disculpó Blaire tartamudeando, sintiéndose terriblemente violenta-. Creía que eras una…

– ¿Una mujer? -la interrumpió él bromeando-. Mi nombre se escribe con una «c» al final, el nombre femenino acaba en «que».

– Claro, por supuesto, por favor, perdóname -volvió a disculparse Blaire sintiéndose como una tonta.

– Tranquila, no pasa nada.

– No se lo digas a Alik -murmuró Blaire volviendo la cabeza hacia la puerta.

– ¿Que no me diga qué? -gritó Alik desde la cocina.

– ¡Na… nada! -contestó Blaire girándose hacia él.

Alik escrutó su rostro hasta que Blaire, incómoda, se arrellanó en el sofá.

– Casi he terminado de instalar la cuna. Dile a Dom que lo llamo dentro de veinte minutos.

– Dominic…

– Sí, ya lo he oído, dile que espero su llamada. Muchas gracias por servir tan amablemente de intermediaria.

– De nada. Adiós.

Fuera quien fuera ese hombre, a Blaire le gustó de inmediato. Necesitaba hacer algo, de modo que dejó al bebé sobre el sofá colocando la colcha de manera que no se cayera y comenzó a buscar las sábanas entre los paquetes. Cuando las encontró, fue al dormitorio, donde Alik acababa de terminar de ensamblar la cuna.

– Me alegro de que al final escogiéramos la de nogal. Es preciosa, Alik. Muchas gracias por todo, has sido muy generoso.

– ¡Soy el padre! -musitó Alik con un brillo de ira en los ojos que la asustó-. No hace falta que me des las gracias por cosas que, en circunstancias normales, no serían un regalo.

– No pretendía ofenderte -contestó Blaire nerviosa, humedeciéndose los labios-. Solo quería que supieras cuánto aprecio lo que has hecho. ¿Quieres que haga yo la cunita mientras llamas por teléfono a tu amigo? Nicky está dormido.

Alik no contestó. Se quedó ahí, esperando y observándola desenvolver los paquetes. Blaire estaba tan nerviosa que no hacía nada bien. Por fin pudieron hacer la cuna. Alik la ayudó a atar la chichonera con dibujos de Winnie de Pooh.

– Traeré el móvil para colgarlo encima.

Alik encontró el paquete. En pocos segundos el móvil estaba atado a la cuna.

– A Nicky le va a encantar -comentó ella con voz trémula por la emoción.

– Vamos a verlo, ¿quieres?

Por segunda vez, Alik se marchó. Cuando volvió llevaba en brazos al bebé que, en ese instante, tenía los ojos abiertos. Blaire sospechó que Alik lo había despertado a propósito, pero no se enfadó con él. Estaba ansioso por ver cómo reaccionaba su hijo al nuevo entorno. Ambos rieron cuando el bebé bostezó y se quedó dormido.

– Es su hora de la siesta. Luego, hacia las cinco de la tarde, estará más despierto y será más divertido. Entonces lo bañaremos. Le va a encantar la bañerita nueva que has escogido para él con una estrella de mar.

– ¿Cuánto crees tú que ve exactamente? -preguntó Alik observando a su hijo.

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