– La peluca es imprescindible -comentó Nora, pasándose la mano por el pelo. -Prudence Trueheart jamás se metería en un bar con intención de seducir a un hombre, ni siquiera por el bien de sus lectoras. Además, ha funcionado. Nadie me ha reconocido.
– Excepto Pete -le aclaró Ellie.
Nora se quedó mirando su reflejo en el espejo, intentando observarlo con objetividad. Realmente, no se parecía nada a sí misma. Parecía una mujer exótica, lujuriosa. Además, el pelo oscuro hacía que su piel pareciera más pálida. Aun así, su nariz no había cambiado. Ni tampoco sus ojos. Y aunque llevara los labios pintados de rojo, su boca continuaba siendo su boca. Miró a su amiga de reojo.
– De verdad, él tampoco me ha reconocido.
Ellie abrió los ojos de par en par.
– ¿Qué? ¿Todavía no le has dicho quién eres?
– No veo por qué tendría que hacerlo -dijo Nora. Se estiró el escote del vestido, revelando parte de su hombro. -Quizá le haya despistado mi busto -se ajustó el sujetador con una mueca. -¿Crees que si llevo este sujetador durante una semana mi pecho se quedará así?
Cuando se volvió hacia su amiga, descubrió que esta estaba mirándola fijamente.
– ¿Qué estás diciendo? Claro que te ha reconocido. Tendría que ser tonto para no haber descubierto quién eras. No estás tan distinta, Nora.
– Pues bien, no me ha reconocido. ¿Cómo iba a reconocerme? Ni siquiera me mira en el trabajo. Si incluso me ha dicho que nunca había visto unos ojos como los míos. Supongo que se ha olvidado de que esta misma mañana ha estado mirándolos -sacó un botecito de perfume del bolso y se echó unas gotas en el cuello y el pecho. -De acuerdo, quizá solo me esté siguiendo el juego, pero no me importa, me estoy divirtiendo.
Estaba disfrutando siendo objeto de su deseo, jugando a ser la presa de un depredador.
Con un bufido de disgusto, Ellie se colocó tras ella y le colocó el escote del vestido.
– Este no es un desconocido que te has encontrado en un bar. Es Pete Beckett. Trabajas con él. Y al menos hasta hace muy poco, lo odiabas -Ellie tomó el bolso de Nora y se lo colocó bajo el brazo. -Venga. Tú y yo nos vamos a ir de aquí antes de que cometas una estupidez.
Pero Nora se negaba a moverse.
– Por una vez en mi vida, me gustaría hacer una estupidez. He vivido correctamente durante veintiocho años y mira lo que he conseguido.
Puedo decirte cómo organizar una boda, como escribir una invitación, cómo disponer una mesa… Pero no sé lo que se siente al ser arrastrada por la pasión, quiero abandonar el sentido común y dejarme llevar por el deseo.
– Nora, intenta pensar con un poco de frialdad. Ese es Pete Beckett. ¿Estás segura de que quieres convertirte en otra muesca en la cabecera de su cama? Si haces una tontería esta noche, ¿cómo te enfrentarás a él mañana por la mañana?
– No me importa -contestó Nora. -Eso es lo mejor de hacer algo verdaderamente estúpido. Se supone que a la mañana siguiente tienes que arrepentirte. Te arrepientes y lo olvidas. Además, él no sabe quién soy. Si lo supiera, ya me habría dicho algo. Especialmente después de besarme.
– ¿Pete te ha besado? -preguntó Ellie, abriendo los ojos como platos.
– Y más de una vez. Y me ha lamido los dedos de la mano -suspiró profundamente. -Pensaba que iba a desmayarme…
Su amiga frunció el ceño y sacudió la cabeza mientras continuaba mirándola a través del espejo.
– Quizá no te haya reconocido. Pete Beckett jamás habría lamido un solo dedo a Prudence Trueheart -asomó a su rostro una expresión de perplejidad. -Sam nunca me ha lamido los dedos.
– Pues es maravilloso. ¿Y qué tiene de malo disfrutar del momento? ¿Qué daño puede hacerle a nadie?
Ellie le pasó el brazo por los hombros.
– Sé lo maravilloso que es sentirse deseada.
Y también que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que saliste con un hombre. Pero pasar una noche con Pete Beckett no va a ser la solución.
– Han pasado tres años -dijo Nora, -si no contamos a Stuart.
Stuart Anderson era el propietario del apartamento de Nora y su mejor amigo. Durante el año anterior, la había acompañado a todos los acontecimientos sociales que organizaba su madre. Celeste Pierce trataba a Stuart como si fuera su yerno. Con sus modales impecables y sus habilidades sociales, encajaba a la perfección en su mundo.
– Me gusta Stuart -dijo Ellie. -Es un hombre sensible en el que se puede confiar. No es como Pete. ¿Por qué no te acuestas con él?
– Stuart es gay -contestó Nora. -No creo que tenga ganas de lamerme los dedos -un profundo suspiro escapó de sus labios. -Si lo que quería era una cita de una sola noche, esta es la oportunidad perfecta. Mañana puedo desaparecer de su vida como si nunca hubiera existido. Ni siquiera tendrá que tomarse la molestia de deshacerse de mí. Y mejor todavía, ambas lo conocemos. Sabemos que no es un psicópata ni un asesino. Y así no tendré que preocuparme por mi seguridad.
Ellie sacudió la cabeza.
– Nora, por favor, no…
– Puedo controlar mis sentimientos. Soy adulta, Ellie, sé lo que estoy haciendo.
– ¿Pero qué me dices de tu corazón? -preguntó Ellie. -¿Estás segura de que no seguirás sintiendo nada por él después de esta noche?
– Claro que estoy segura. Él es Pete Beckett. Y yo… bueno, ya sabes quién soy. Soy Prudence Trueheart y no puedo enamorarme de un hombre como él -Nora tomó aire y forzó una sonrisa. -A lo mejor lo que te preocupa es que, cuando descubra que soy Prudence Trueheart, se sienta tan asqueado, que no quiera ni besarme ni tocarme.
– ¡No! Cariño, lo único que quiero decir es que estás metiéndote en un juego muy peligroso del que puedes salir herida. Recuerda que Pete es un experto y tú eres solo… una novata.
Nora maldijo en silencio, harta ya de las súplicas de Ellie.
– De acuerdo. No voy a seguir. Volveré a su lado, le diré que voy a irme a casa contigo y fin de la historia.
Ellie asintió y le dio un cariñoso apretón en el hombro.
– Por fin dices algo sensato. Al fin y al cabo, habría adivinado quién eres cuando… bueno, cuando hubierais llegado a una situación más íntima. O cuando a él se le hubiera pasado la borrachera.
Nora tiró la toalla de papel a la papelera y se dirigió hacia la puerta. Pero se detuvo antes de salir. Quizá Ellie tuviera razón. Objetivamente, ella jamás habría recomendado una sola noche de pasión. Pero estaba harta de pensar como Prudence. Por una vez en su vida, quería romper las reglas y, maldita fuera, olvidarse de las consecuencias.
– De acuerdo -repitió suavemente. -Voy a despedirme de él y después nos iremos -abrió la puerta del baño y miró por encima del hombro a su amiga. -Si alguna vez dejo El Herald , te recomendaré para que trabajes como Prudence. ¡Estás empezando a parecerte más a ella que yo!
Pete sabía que no volvería. Debía haber encontrado una puerta trasera y se había marchado sin decirle una sola palabra. Al día siguiente en la oficina, se comportaría como si no hubiera pasado nada. Y quizá otra noche, volvería a ponerse el vestido, la peluca y los tacones y volvería a intentarlo otra vez. Seguramente con un verdadero desconocido.
Una oleada de celos creció en su interior al pensar en el próximo hombre al que Nora conocería y probablemente seduciría. Luchó contra la urgencia de ir tras ella, de llamarla y poner fin a aquella farsa. El juego ya había durado demasiado. Había algo excitante en seducir a un completo extraño, pero ambos sabían que ellos estaban lejos de serlo.
¿Qué esperaba Nora de aquella noche? ¿Sexo anónimo? ¿Se escondería Nora tras la fachada de Prudence Trueheart durante el día y se transformaría en una mujer desenfrenada por las noches? Pete apretó los labios y maldijo. ¡Al infierno si iba a permitir que volviera a hacer aquello otra vez! Al día siguiente, iría a la oficina y la desenmascararía.
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