Kate Hoffmann - Bajo El Disfraz

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Claudia Moore era una aspirante a reportera en busca de su gran oportunidad. Por eso cuando se enteró que había un Papá Noel que realmente hacía que se cumplieran los deseos de los niños, pensó que había llegado su momento. Pero no se le ocurrió que aquella fuera a ser una misión en la que tendría que trabajar de incógnito… ¡y vestida de duende! Pero, por si eso no fuera suficiente, pronto se dio cuenta de que se estaba enamorando del mismísimo hombre al que debía desenmascarar…

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– No, gracias. No hace falta.

– Como tú quieras.

– Buenas noches, señor Dalton-dijo Claudia entonces.

Le habría gustado volverse para ver si seguía allí, mirándola, pero resistió la tentación.

Aunque aquello parecía un final, sabía que era un principio.

– Seguiremos viéndonos-murmuró-. No pienso ir a ninguna parte hasta que consiga lo que quiero.

Pero lo que quería empezaba a ser difícil de de terminar Porque había momentos en los que deseaba a Tom Dalton mucho más de lo que deseaba un buen reportaje.

Capítulo 3

DÓNDE está la señorita Lewis? Siempre me ayuda a vestirme… Estelle, te necesito!

Tom estaba en el despacho de su abuelo, observándolo rodar por el sofá como si fuera una ballena varada mientras intentaba ponerse el traje de Santa Claus. Aunque tenía setenta y cinco años, Theodore Dalton seguía teniendo el cuerpo atlético de un hombre de treinta.

– Está distribuyendo el informe de la última reunión.

– El traje ha encogido-protestó su abuelo.

Tom soltó una risita mientras cerraba la puerta.

– Quizá deberías decirles que quitaran parte del relleno.

– Estoy en forma-replicó Theodore Dalton, golpeándose el estómago-. Ayúdame con las botas Tommy. Con esta barriga no puedo agacharme. Ahora sé lo que sentía tu abuela cuando estaba embarazada.

Colocándose el archivo bajo el brazo, Tom se inclinó para ayudarlo con las botas.

– Me estoy haciendo demasiado viejo para esto. Y tú pareces un poco tenso.

– No, estoy bien. Es que estaba pensando en otra cosa.

En realidad, solo pensaba en una cosa: Claudia Moore.

– No has seguido mi consejo?

– Qué consejo?

– Sexo. Necesitas una mujer, Tommy. Eso te pondrá en forma de nuevo. ¿Recuerdas que lo hablamos el otro día?

Tom dejó escapar un suspiro.

– Déjalo. No estoy interesado en el sexo… Bueno, sí estoy interesado, no sé si me entiendes.

– Me alegro. Porque será muy difícil que me des nietos si no lo estás.

– Lo que quiero decir es que estoy harto de relaciones vacías. Quiero algo más… importante.

– Ya veo-suspiró su abuelo-. Y dónde vas a encontrar esa relación importante?

– Y yo qué sé!-exclamó él.

Tom se quedó mirando al suelo, sorprendido por su propio comentario. Pero su abuelo tenía la habilidad de llegar al corazón de las cosas. Nadie en el mundo lo conocía mejor que Theodore Dalton. Y su abuelo podía sentir que estaba tenso, incómodo, confuso un cambio que empezó cuando Claudia Moore llegó a los almacenes.

– Qué tal tu reunión con Holly Bennett? ¿Ha aceptado el trabajo para Eric Marrin?

– Habría sido tonta si dijera que no. George la llevó a Stony Creek y me dijo que parecía una chica muy prudente. No creo que revele quién le paga… aunque tampoco lo sabe con certeza.

Su abuelo se levantó para colocarse la barba frente al espejo.

– Sabes si es soltera?

– No estoy interesado en Holly Bennett. Claudia Moore es en quien he estado…-Tom no terminó la frase. Hablarle a su abuelo sobre Claudia era lo peor que podía hacer.

– Quién es Claudia Moore?

– Tú la conoces como «Twinkie». La morenita que abre la verja para los niños.

Pero Tom no podía pensar en Claudia como un paje de Santa Claus. Para él era una mujer excitante, audaz e increíblemente sexy.

– Ah, sí, Twinkie. Bonitas piernas y muy guapa, aunque un poco impaciente con los niños. Pero es una empleada. ¿Recuerdas lo que hablamos sobre el palito?

– No he dicho que me guste-mintió Tom-. Pero he pedido un informe sobre ella a los de seguridad. Se aloja en un hostal y paga por noche casi lo mismo que gana cada día aquí.

– Eso demuestra que no es muy espabilada.

– También he descubierto que es periodista y que ha escrito para el Albany Journal y el New York Times.

– Ya sabes que no me gustan nada los periodistas. Han conseguido estropearnos varios negocios publicando cosas que no deberían haber publicado.

Tom se encogió de hombros.

– Quizá necesita dinero. Quizá ahora mismo no trabaja para ningún periódico.

– O podría estar interesada en el negocio con Birnamwood. O en los planes de tu padre para comprar Ceil Tech.

– O en saber quién está detrás de tu fundación-sugirió Tom-. Y en el Santa Claus secreto de los almacenes Dalton.

Su abuelo levantó una ceja.

– Un reportaje sobre Santa Claus? No hay mucho dinero ni prestigio en eso. Pero si estás preocupado, despídela.

– Despedir a Claudia Moore?

– Evidentemente ha mentido en su currículum. Eso es causa de despido inmediato.

– No quiero despedirla…, todavía.

– Entonces lo haré yo. Yo tomo las decisiones sobre mis pajes.

– No sobre este paje-replicó Tom. Tenía razones para despedirla, pero si Claudia se marchaba no podría volver a besarla, ni oír su voz, ni ver la divertida expresión de su rostro. No estaba preparado para dejarla ir. Al menos, hasta que entendiera la abrumadora atracción que sentía por ella.

Recordó de nuevo el beso en la oficina, la pasión que había sentido al tenerla entre sus brazos. Pero ¿por qué Claudia? ¿Por qué despertaba un comportamiento tan poco normal en él? Claudia Moore no era tipo de mujer por el que solía sentirse atraído. Él prefería chicas más reservadas, más sofisticadas, más… ¿aburridas?

Sí, era cierto. Solía salir con mujeres tan poco emocionantes como una cena fría. A su prometida la fascinaban los estampados de las cortinas…, podía pasarse horas mirándolos. Pero hablar con Claudia era como jugar con fuego: peligroso, excitante. Y cuando por fin creía tener el control, ella volvía a colocarlo en su sitio con un par de frases.

– No dejes que tus sentimientos personales entorpezcan tu trabajo-le recordó su abuelo mientras se ponía el cinturón.

– Qué sentimientos personales? Es una empleada y quiero averiguar qué se trae entre manos.

– No habías dicho que solo necesitaba algo de dinero?

– Es posible. Pero estuvo sola en mi oficina y creo que… anduvo mirando en mis cajones. Y estaba en la plaza anoche cuando hablaba con Holly Bennett. O es muy cotilla o anda detrás de algo. Si le presento algunas pistas sobre nuestro Santa Claus y muerde el anzuelo lo sabré seguro. Y, mientras tanto, pasaré un buen rato con ella.

– ¡Te gusta esa chica!

– Solo siento curiosidad-protestó Tom.

Sentía curiosidad por saber si podía envolver su cintura con las dos manos, si su pelo era tan suave como parecía, si volvería a besarlo pronto…

Su abuelo miro el reloj de la pared mientras se colocaba la peluca.

– Llego tarde. Si no bajo ahora mismo los niños empezarán a desesperarse-dijo, abriendo un panel secreto que llevaba hasta la segunda planta.

– Cuidado con las escaleras-le advirtió Tom.

Cuando se quedó solo releyó el informe sobre Claudia Moore. Luego leyó sus últimos artículos. Aunque él no sabía mucho de periodismo, se dio cuenta de que eran buenos, concisos, apasionados. Claudia hacía que incluso el tema más aburrido pareciera interesante

– Qué haces en los almacenes Dalton?-murmuró-. ¿Qué estás buscando?

Si quería respuestas, tendría que pasar algún tiempo con ella…, una idea muy agradable, por cierto.

– Señorita Lewis?-dijo, pulsando el intercomunicador-. ¿Quiere venir un momento?

– Ahora mismo.

Unos segundos después Estelle Lewis entraba en su despacho.

– Qué hace con todas las cartas que llegan para Santa Claus?

– Las archivamos por fecha y año. Las tenemos todas, desde el principio. ¿Necesita algo?

– Quiero que lleve unas cuantas al departamento de publicidad para que las copien. Y quiero que parezcan auténticas.

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