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Kate Hoffmann: Cuando brilla el sol

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LO ÚNICO QUE PUEDE HACER DOBLEGARSE A UN QUINN ES UNA MUJER… El fotógrafo Liam Quinn no podía creer que le fueran a pagar por espiar a una sospechosa de desfalco. En realidad, él preferiría meter a la bella Eleanor en su cama en lugar de entre rejas. Liam no tardó en darse cuenta de que alguien le había tendido una trampa a aquella mujer y estaba seguro de que era completamente inocente… Las cosas no le podían ir peor a Eleanor Thorpe: no conseguía encontrar empleo, acababan de abandonarla una vez más y ahora parecía que alguien quería verla muerta. Sin embargo, el sol comenzó a brillar con la aparición de Liam Quinn. En los fuertes brazos de aquel hombre se sentía segura, protegida, deseada…

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– Bueno, si echa algo en falta, llámeme y lo incluiré en el informe -el agente le entregó una tarjeta antes de ponerse de pie-. Y más vale que cambie la cerradura. Los ladrones repiten algunas veces.

Ellie acompañó al policía hasta la puerta, luego la cerró y se aseguró de echar la cadena. Después agarró el cuchillo, se sentó en el sofá. Le daba miedo volver a la cama, miedo de que quienquiera que hubiese entrado regresara. Se levantó, tomó una silla y la puso bajo el pomo de la puerta. Pero lo cierto era que no quería que su seguridad dependiera de una cadena, una silla y un cuchillo de cocina.

¿De qué le servía tener un caballero de brillante armadura en la cárcel?

– Debería haberlo dejado atado en el suelo -murmuró Ellie. Pero, de alguna manera, sospechaba que no habría permanecido atado mucho tiempo. Liam Quinn la habría convencido para que lo soltara… ¿y quién sabía lo que habría ocurrido después?

Capítulo 2

Liam estaba tumbado sobre el frío banco de la celda. Había estado atestada de delincuentes de poca monta hasta hacía unos minutos, pero se los habían ido llevando a lo largo de la noche hasta dejarle para él solo aquellos aposentos tan espartanos como malolientes.

Y todo por su culpa. De pequeño había pasado demasiado tiempo oyendo estúpidas historias sobre los Increíbles Quinn y en cuanto tenía ocasión, se prestaba para el rescate. Podía haber esperado a que llegase la policía, o haber avisado a algún vecino, o haber armado ruido en la calle para asustar al intruso y que se diera a la fuga. Pero se había sentido impulsado a allanar el apartamento de Eleanor Thorpe para salvarla del peligro.

De pronto la recordó con aquel camisón casi transparente. Tras encender la luz del salón, había podido ver a través del delicado tejido.

Liam gruñó, se tapó los ojos con un brazo, intentando borrar aquella imagen de su cabeza. Pero, incapaz de expulsarla, decidió recrearse en ella, en vez de combatirla. Tenía unas piernas increíblemente largas, esbeltas, perfectas, y unas caderas con un contoneo muy seductor. Por no hablar de sus pechos. Sus pechos eran… Tragó saliva y cerró las manos en puño.

Tampoco era la mujer más guapa que había visto en su vida. Ni de lejos. De hecho, sus facciones no eran tan especiales. Aunque tenía ojos bonitos, su boca era un poco ancha, los labios demasiado gruesos. Y el pelo le caía sobre la cara como si acabase de levantarse de la cama… lo que, de hecho, había sucedido.

Mientras repasaba el encuentro, comprendió que no solo se había sentido atraído por su aspecto. Pero, ¿qué más le había llamado la atención?, ¿la forma susurrante de hablar cuando estaba nerviosa?, ¿o su modo de moverse, casi divertido de puro extraño?

Quizá fuese que no había reaccionado como las demás mujeres lo tenían acostumbrado. No había coqueteado con él ni había buscado la menor excusa para tocarlo. No había agitado las pestañas ni le había dedicado miradas coquetas. No. Ellie Thorpe le había dado en la cabeza con una lámpara y luego lo había atado como si fuese un esclavo en una fantasía sadomasoquista. Ni siquiera tras estar seguro de haberla convencido de su inocencia, había sucumbido a su encanto.

– Porque no me lo he propuesto -murmuró Liam.

Se oyó un portazo en una celda cercana y se incorporó; un agente lo observaba a través de los barrotes. Se puso de pie y cruzó la celda.

– ¿Puedo hacer mi llamada telefónica?

– Ya la has hecho.

Liam había pensado que Conor era su única oportunidad de aclarar aquel lío. Pero al telefonearlo, había saltado el contestador automático y Liam había coleado sin dejarle mensaje.

– No pude ponerme en contacto con mi hermano. Si no hablas con nadie, no cuenta.

– ¿Ahora resulta que eres tú el que pone las reglas?

– No, solo digo que…

– Te pillamos allanando una casa. Deberías estar pensando en el juicio y cómo vas a pagar la fianza para salir.

– No tenia pensado pasar la noche del viernes así -Liam apoyó la frente contra las frías barras de la celda-. Cancelé una cita con una mujer. Debería haber ido a esa cita en vez de molestarme en salvar la vida de Eleanor Thorpe. Espero que al menos se sienta agradecida.

– Supongo que lo está -el policía abrió la puerta de la celda-. Su versión concuerda con la tuya. Y hemos localizado a tu hermano. Está abajo, hablando con los dos agentes que te detuvieron,

– ¿Puedo irme?

– No te vamos a fichar. Pero ándate con cuidado. La próxima vez que veas a alguien colándose en una casa, llama a la policía y espera a que llegue.

– Lo haré -Liam sonrió-. Prometido. El policía abrió la puerta. Sin perder tiempo, Liam agarró su chaqueta y fue hacia la salida. Pero, en el ultimo momento, se giró para echar un último vistazo. A veces se preguntaba qué clase de ángel le guardaba las espaldas. Su infancia no había sido la mejor de las posibles. Su vida podría haberse torcido muy fácilmente con tomar un par de decisiones equivocadas.

Pero, en vez de convertirse en delincuente, se había vuelto un adulto responsable. La clase de adulto que intentaba salvar a una mujer de un allanador. Quizá, después de todo, las historias de los Increíbles Quinn no fuesen tan perjudiciales. Claro que tampoco tenía intención de hacer carrera como superhéroe.

– Está abajo -dijo el agente mientras salían de la zona de prisión preventiva-. Tienes que firmar para recoger tus cosas.

– Gracias.

Liam vio a Conor antes de bajar del todo las escaleras. Su hermano mayor estaba de píe, de brazos cruzados, con los ojos desorbitados de furia. Liam sonrió mientras corría a abrazarlo, pero en seguida notó que no estaba de humor.

– Hola, hermanito -dijo, dándole una palmada en un hombro-. Sabía que podía contar contigo.

– Calla -lo advirtió Conor-. Más vale que lo siguiente que salga de tu boca sea una disculpa si no quieres que te encierre otra vez y te pudras.

– Perdón -murmuró Liam-. No sabía a quién más llamar.

Conor se dio la vuelta, echó a andar hacia la salida, saludando con un gesto brusco al agente situado en la zona de recepción.

– Gracias, Willie. Te debo una.

Cuando llegaron al coche de Conor, Liam se puso el cinturón de seguridad y miró a su hermano en silencio mientras se incorporaban al tráfico.

– Tengo el coche en Charlestown. Si me puedes acercar…

– No te voy a acercar al coche. Ya lo recogerás mañana.

– ¿Adonde vamos?

– A ver a papá.

– Buena idea -dijo Liam-. Me apetece una copa.

– Yo me voy a tomar una copa y tú me vas a explicar por qué me has sacado de la cama a la una de la mañana un viernes por la noche. Olivia y yo no dormimos más de tres horas desde que nació Riley y, cuando sonó mi busca, se despertó y rompió a llorar.

– ¿Cómo está? -preguntó Liam.

– Supongo que despierto todavía. No hace otra cosa que dormir y comer. Y si no, es que está llorando. Olivia está agotada.

El ambiente siguió tenso y Liam se alegró cuando por fin llegaron al pub. Los viernes por la noche siempre había movimiento y el bar seguía abarrotado cuando entraron. Dos chicas bonitas lo llamaron nada más verlo y Liam las saludó con la mano tratando de recordar sus nombres. Se sorprendió comparando su belleza, evidente, con la de Eleanor Thorpe, mucho más sutil.

No era guapa en el sentido tradicional. No tenía labios de puchero, ojos sensuales ni un cuerpo diseñado para una revista de hombres. Más bien era todo lo contrario al tipo de mujer en el que solía fijarse. Pero tenía algo que le resultaba innegablemente atractivo.

Quizá fuese el hecho de que había reducido a un intruso ella sola. No se había acobardado detrás de una esquina ni se había encerrado en el baño. Había agarrado una lámpara y le había dado con ella en la cabeza. Liam se frotó las muñecas, todavía rozadas por las ataduras. Eleanor no había sabido quién había entrado ni con qué intención. Podía haber sido un asesino en serie, pero había salido a defenderse.

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