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Kate Hoffmann: Cuando brilla el sol

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LO ÚNICO QUE PUEDE HACER DOBLEGARSE A UN QUINN ES UNA MUJER… El fotógrafo Liam Quinn no podía creer que le fueran a pagar por espiar a una sospechosa de desfalco. En realidad, él preferiría meter a la bella Eleanor en su cama en lugar de entre rejas. Liam no tardó en darse cuenta de que alguien le había tendido una trampa a aquella mujer y estaba seguro de que era completamente inocente… Las cosas no le podían ir peor a Eleanor Thorpe: no conseguía encontrar empleo, acababan de abandonarla una vez más y ahora parecía que alguien quería verla muerta. Sin embargo, el sol comenzó a brillar con la aparición de Liam Quinn. En los fuertes brazos de aquel hombre se sentía segura, protegida, deseada…

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Ellie dudó, miró la foto. Echó un vistazo al resto de la cartera. Encontró un pase de prensa del Globe, tres tarjetas de crédito y una fotografía de una familia en una boda: una pareja mayor estaba de pie junto a la novia, preciosa, y un novio apuesto. Estaban flanqueados por seis hombres altos, morenos y atractivos. Uno de ellos era Liam Quinn.

La cosa no encajaba. Realmente parecía un hombre agradable. Quizá fuera verdad que había ido a ayudarla.

– Tengo un cuchillo -le dijo-. Y quiero que sigas en el suelo.

– Trato hecho.

Ellie se acercó, le desató los pies. Luego retrocedió. El hombre se puso boca arriba, avanzó hacia el sofá y se recostó contra él. Por primera vez, pudo verle la cara claramente y la foto de la cartera no le hacía justicia. Delincuente o no, era el hombre más guapo que jamás había visto. Y tenía una brecha en la frente de la que goteaba sangre.

– Estás herido -murmuró.

– No me extraña -Liam sonrió-. Me has dado un buen golpe.

Ellie sabía que no debía fiarse, pero el hombre no parecía intranquilo por la inminente llegada de la policía. Se levantó del sofá y fue hacia la cocina.

– No te muevas -le ordenó. Luego sacó unas vendas del cajón junto al fregadero y humedeció un pañuelo. Cuando volvió al salón, lo encontró justo donde lo había dejado-. Voy a vendarte la brecha de la frente. Al menor movimiento, te ensarto con el cuchillo. ¿Entendido?

– Entendido.

Se arrodilló a su lado, dejando el cuchillo junto a ella, en el suelo. Luego se acercó y limpió la brecha con el pañuelo húmedo.

– No parece profunda -dijo-. No creo que hagan falta puntos.

Hizo un pequeño movimiento cuando Ellie apretó sobre la brecha para cortar la hemorragia.

– Ha sido una reacción al dolor -dijo él. Ellie miró sus ojos, de una mezcla extraña entre el color verde y dorado. Lo contempló durante varios segundos y el corazón le dio un vuelco. No vio malicia en su rostro. Más bien una expresión cálida… ¿y divertida?

– No sigas -murmuró ella.

– ¿El qué?

– Nada -dijo Ellie. Ya estaba metiéndose en líos. Como siempre, le bastaba encontrarse un hombre atractivo para, sin saber nada de él, inventarle una personalidad romántica y admirable. Estaba enamorada de los enamoramientos. Era como una enfermedad. De hecho, acababa de leer un libro de autoayuda en el que el autor recomendaba contrastar las fantasías con la realidad todos los días.

El amor había sido lo que la había obligado a dejar Nueva York y un trabajo que le encantaba. O, para ser precisos, la falta de amor. No por su parte, sino… Maldijo para sus adentros. Ellie se había jurado no volver a pronunciar ni pensar su nombre. De acuerdo: Ronald Pettibone. Al presentárselo, le había parecido un nombre aristocrático. Y tenía una nariz a juego con el nombre.

Y luego…

– Quizá deberías llamar a la policía de nuevo -dijo Liam-. Para haber avisado al servicio de urgencias, están tardando bastante. Podría haber tenido una pistola. Ahora mismo podrías estar muerta en medio del salón. Mi hermano es policía y tengo entendido que están sometidos a mucha presión, pero esto es ridículo: se me están empezando a dormir las manos.

– Supongo que no pasará nada si te desato y tú… -Ellie dudó-. No, no. Ya estoy otra vez. No puedo creerlo. Después de lo de Ronald, juré que no quería volver a saber nada de los hombres y ahora… Eres muy guapo. Estoy segura de que lo sabes. Y te estoy agradecida si me has salvado la vida. Pero he confiado demasiado en los hombres y no puedo seguir así.

– ¿Quién es Ronald? -preguntó Liam.

– ¡No es asunto tuyo!

– Oye, que solo era por charlar un poco, Eleanor.

– ¿Cómo sabes mi nombre? -Ellie frunció el ceño.

– Se lo dijiste a la policía al llamar -contestó él tras una pequeña pausa.

– Dije Ellie.

– Pues eso. Es el diminutivo de Eleanor, ¿no? ¿O es que te llamas Elfreida? -bromeó Liam.

– Ellie -contestó mientras le ponía la venda en la brecha.

– ¿Y quién es Ronald?

Ellie se sentó sobre los talones y agarró el cuchillo.

– Mi ex novio. Pero no quiero hablar de él. De hecho, no creo que debamos hablar de nada.

– Siempre podemos hablar de ti.

– Ah, no -Ellie le apuntó con un dedo- No intentes ablandarme con tu encanto. No colará. Soy de acero. Una roca.

– Está bien -Liam sonrió-. Entonces, ¿te importa darme un vaso de agua? Tengo un poco de…

Las pisadas de las escaleras interrumpieron su petición y Ellie se levantó, ansiosa por poner tanta distancia como pudiera entre Liam Quinn y ella. Era el tipo de hombre del que siempre se enamoraba. A decir verdad, era mucho más apuesto que los que había conocido hasta entonces. Y si realmente era fotógrafo, también sería más interesante que ellos. Y tenía mejor cuerpo y gusto vistiendo. Y eligiendo colonia.

– ¡Policía!

Ellie se giró hacia la puerta, dejó el cuchillo sobre una mesita cercana. Dos agentes entraron en el salón con las armas desenfundadas. Ellie se sentó en el sofá mientras los policías levantaban a Liam y lo empujaban cara a la pared para cachearlo.

– ¿Qué tal si nos dice qué hacía en el apartamento de esta señorita?

– Iba por la calle y vi que un intruso se colaba en el portal.

– Sí, claro, ¿y cómo sabe que era un intruso y no su marido?, ¿o un vecino cualquiera?

– No estoy casada -dijo Ellie.

– Llevaba un gorro de esquiar y me dio mala espina -explicó Liam-. Mi hermano es inspector de policía en la comisaría del centro. Llamad y lo comprobaréis. Conor Quinn.

– Somos de esa comisaría -dijo el agente más alto al tiempo que le daba la vuelta a Liam- y no conozco a ningún…

– Yo sí -dijo el otro agente-. Conor Quinn. De homicidios. Alto, moreno. Su mujer acaba de tener un bebé. De hecho, se parece mucho a este tipo.

– El DNI lo tiene ella -Liam apuntó hacia Ellie, la cual le entregó al agente la cartera.

– Dice la verdad. Se llama Liam Quinn y es fotógrafo. Y… creo que me he equivocado.

El agente bajo esposó a Liam y lo empujó hacia la puerta.

– Lo llevaré al coche mientras le tomas declaración a la víctima -dijo.

– ¡Adiós! Encantada de conocerte -se despidió Ellie mientras se llevaban a Liam-. Agente, asegúrese de que un médico le mira la brecha que tiene en la frente. Puede necesitar puntos.

– ¿Por qué no se sienta y tratamos de averiguar qué ha pasado? -sugirió el agente.

– De acuerdo. Pero quiero que sepan que ha sido muy amable y correcto mientras ha estado aquí. Y es verdad lo que dice. Había otra persona en el apartamento. Lo vi escaparse. Creía que eran socios, no que estuviera intentando salvarme.

– Sus intenciones no están muy claras, señorita. Ahora cuénteme su versión de los hechos. Ellie apoyó las manos en el regazo y empezó a narrar los hechos de aquella noche desde que se había despertado. Mientras lo hacía, no dejaba de recordar el momento en que había posado los ojos sobre los de Liam, la intensa corriente de electricidad que había fluido de uno a otro. ¿Se lo había imaginado o la atracción era mutua? Se obligó a no pensar al respecto mientras hablaba.

Podía tratarse de un ladrón y acabar en prisión. Aunque, en el fondo, esperaba que no fuera así. Esperaba que fuese cierto lo que le había dicho: que un apuesto desconocido había acudido a rescatarla sin pararse a pensar en su propia seguridad.

– ¿Lo meterán en la cárcel? -preguntó.

– ¿Quiere que vaya a la cárcel? -replicó el agente.

– Sinceramente, creo que ha dicho la verdad. Si ustedes también lo creen, deberían soltarlo.

– ¿Le falta algo?

– Liam dijo que el tipo estaba registrando mi escritorio cuando llegó -contestó Ellie mirando a su alrededor-. Pero ahí no tengo nada de valor. No se ha llevado el ordenador, ni el televisor ni la cadena de música.

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