Kate Hoffmann - Cuando suena la melodía

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LO ÚNICO QUE PUEDE HACER DOBLEGARSE A UN QUINN ES UNA MUJER…
El reportero de investigación Brian Quinn era famoso por dos razones: por conseguir todas las historias y conquistar a todas las chicas. Sin embargo, esa vez ambas cosas le parecían muy difíciles. Iba tras la pista de un importante escándalo político, pero una persona se interponía en su camino: Lily Gallagher… la misma mujer con la que se había acostado la noche anterior.
A Lily Gallagher se le daba muy bien sacar algo positivo de cualquier situación, pero incluso a ella le estaba resultando difícil comprender la increíble aventura de una noche que había tenido con el sexy Brian Quinn. De pronto, no podía concentrarse en el trabajo porque no paraba de pensar en el guapo irlandés…

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– Perfecto. Necesito saber todo lo que pueda. Si me dice en qué quiere que trabaje, quizá pueda preparar las entrevistas y la siguiente vez que nos veamos…

– Ya hablaremos de eso el martes -atajó él.

– De acuerdo.

– Si necesita algo, llame a la señora Wilburn.

Boston es una ciudad bonita en junio. Salga, haga turismo -dijo, se dio media vuelta y se marchó.

Lily se quedó extrañada. No entendía por qué la había hecho ir ese día para acudir a la fiesta. Miró a su alrededor y decidió que esperaría a que Richard se fuera. Luego daría la noche por terminada. Dio otro sorbo de champán mientras estudiaba las parejas que bailaban en la pista. La decoración de la sala de baile del hotel Copley Plaza se asemejaba a los jardines de Versalles. Había fuentes, cenadores con flores fragantes, pequeñas luces blancas que creaban el más romántico de los ambientes. Suspiró.

Tenía más razones para alegrarse de dejar Chicago. Acababa de romper oficialmente su compromiso con el fiscal Daniel Martín. Después de dos años de salir juntos y cuatro meses de compromiso, había creído que por fin había encontrado al hombre de sus sueños… hasta que lo encontró desnudo, acostado con una morena de aspecto exótico y grandes pechos de silicona. Jamás había imaginado que la engañaría de ese modo y su única excusa había sido que no estaba preparado para el compromiso.

Lily se había organizado la vida en torno a ese hombre, había planeado su futuro con él y, de pronto, todo había terminado. Dio otro sorbo de champán y miró a los invitados. Quizá fuera hora de tranquilizarse, dejar de perseguir el amor a la desesperada y disfrutar de un poco… de lujuria. Había dado un primer paso hacia su independencia comprándose una casa a su nombre nada más.

– Sé exactamente lo que necesito en estos momentos -murmuró Lily-. Una aventura de una noche, agradable y muy apasionada.

No se dedicaba a buscar tipos raros, pero los hombres que se habían cruzado en su vida siempre habían tenido algún extraño inconveniente: tenían miedo al compromiso o estaban casados con alguien a quien olvidaban mencionar, eran fríos o fetichistas con el calzado femenino, estaban planteándose un cambio de orientación sexual o eran casanovas como Daniel. Hasta había intentado mantener una relación a distancia con un escritor de Los Ángeles, pero él había terminado enamorándose de una actriz insulsa.

Había llegado el momento de poner ella las condiciones. Sería ella la que no estuviera disponible, y no tendría intención de compromiso alguno; sólo estaría en Boston unos meses trabajando y no buscaba una relación a largo plazo. Evitaría cualquier tipo de atadura y se limitaría a divertirse.

Volvió a suspirar. Aquella fiesta de recaudación de fondos sería el último lugar donde podría encontrar un hombre soltero. La única razón por la que un hombre asistía a un acto de beneficencia era que sus mujeres los habían presionado para que las acompañaran. De hecho, la mayoría de los hombres presentes preferirían estar en otra parte. Lily siempre había imaginado que ella planearía un acto benéfico alternativo, de modo que la gente pagara por no asistir y el dinero recaudado fuera íntegramente a la organización benéfica y no se destinara a pagar la decoración.

Aprovechó el paso de un camarero para agarrar de la bandeja otra copa de champán y miró hacia los balcones, resuelta a encontrar una mesa en la segunda planta, desde la que observar la fiesta en paz. Minutos después, se sentó en una esquina tranquila al otro lado de la orquesta. Se descalzó, se frotó los pies y empezó a sentir el cosquilleo del champán que ya había bebido. Cuando un camarero le ofreció otra copa, Lily aceptó y la puso al otro lado de la mesa, como si estuviese esperando a alguien.

– Una mujer tan bonita no debería estar sola. Lily levantó la mirada hacia el hombre que se había acercado. Aunque era atractiva, su sonrisa parecía demasiado… ensayada. Llevaba el pelo engominado hacia atrás y un esmoquin que le sentaba fatal. Aun así, decidió darle una oportunidad.

– Estoy a gusto -contestó. El hombre corrió la silla situada frente a Lily y se sentó, a pesar de la copa.

– Pues yo no -dijo él-. Estoy solo y todos los demás parecen acompañados. Soy Jim Franklin.

– Lily -se presentó ella.

– ¿Lily a secas?

– Lily Gallagher.

– Bueno, Lily Gallagher, ya que parece que los dos estamos solos, quizá podamos estar solos juntos. Háblame de ti -dijo. Lily abrió la boca para responder, pero Jim Franklin no esperó a que contestase-. Yo soy analista de inversiones en Bardweil Fleming. No sé si lo sabes, pero estas fiestas son un negocio estupendo. Siempre consigo captar algún cliente. No vendemos acciones ni letras, pero ofrecemos nuestros servicios de análisis para todo tipo de inversiones. Llevo cuatro años en Boston. Me trasladaron de la sede de Nueva York.

A pesar de sus intenciones, ligar no era tan simple. Primero tenía que encontrar un hombre que la atrajera. Y Lily ya sabía que ese tipo no le subía la temperatura.

– Bueno, ¿tú a qué te dedicas, Lily?

– Señor Franklin, me temo que no estoy interesada en…

– Jim -insistió él-. ¿Tienes un plan de jubilación?, ¿has invertido tu dinero inteligentemente? Lily agarró su copa, la vació y se puso de pie.

– Voy por más champán. Si me disculpas…

– Se está acercando un camarero -dijo Franklin con una sonrisa de oreja a oreja.

Lily reprimió una palabrota y volvió a sentarse. Si aquello no era una tortura, andaba muy cerca. No solía ser descortés, menos en el trabajo, pero no creía que Richard Patterson fuese amigo de Jim Franklin, analista de inversiones.

Mientras este peroraba sobre activos líquidos y bonos del Estado, Lily dejó vagar la mirada, intercalando algún monosílabo de tanto en tanto para contestar a alguna de las preguntas de Franklin. Dibujó una sonrisa forzada y se preguntó cuánto tiempo tendría que soportar el monólogo de Franklin. Buscó alguna excusa para acabar con aquel tormento sin parecer ruda. Entonces, se fijó en un hombre que estaba detrás de Franklin, de pie, apoyado contra una columna de mármol, con una sonrisa divertida en los labios.

Lily desvió la mirada de inmediato, pero cuando volvió a girarse, descubrió que el hombre seguía observándola. Luego, él miró el reloj, fingió bostezar y Lily no pudo evitar sonreír. Dio otro sorbo de champán, contemplando al desconocido sobre el borde de la copa.

A diferencia de Jim Franklin. el otro hombre sí que era despampanante. El pelo negro, bien cuidado, le caía hasta el cuello de la camisa. Sus cejas oscuras resaltaban el color indeterminado de los ojos, de un matiz tan poco corriente como atractivo. Era más alto que la media, de complexión elegante, y llevaba un esmoquin que acentuaba la envergadura de los hombros y su estrecha cintura.

Cuando subió a la cara, el hombre sonreía abiertamente. Asintió con la cabeza, como si supiera lo que estaba pensando Lily. Y luego echó a andar hacia ella. Lily contuvo la respiración, sin apartar la vista de los ojos del desconocido, con el corazón un poco acelerado.

– Cariño -dijo al llegar a la mesa-, te he estado buscando por todas partes.

Estiró un brazo y, vacilante, Lily le agarró la mano que le había ofrecido. Se sorprendió cuando se la llevó a los labios y le besó cerca de la muñeca. Tragó saliva.

– Te estaba esperando, corazón -dijo ella-. Has tardado.

– Espero que no mucho. ¿Me perdonas?

– Por supuesto -Lily recogió los zapatos y se puso de pie-. Gracias por tus consejos, Jim. Diviértete en la fiesta.

El desconocido le colocó la mano en el codo y echó a andar hacia la salida más cercana. Cuando llegaron al vestíbulo, se paró.

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