Kate Hoffmann - Cuando suena la melodía

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LO ÚNICO QUE PUEDE HACER DOBLEGARSE A UN QUINN ES UNA MUJER…
El reportero de investigación Brian Quinn era famoso por dos razones: por conseguir todas las historias y conquistar a todas las chicas. Sin embargo, esa vez ambas cosas le parecían muy difíciles. Iba tras la pista de un importante escándalo político, pero una persona se interponía en su camino: Lily Gallagher… la misma mujer con la que se había acostado la noche anterior.
A Lily Gallagher se le daba muy bien sacar algo positivo de cualquier situación, pero incluso a ella le estaba resultando difícil comprender la increíble aventura de una noche que había tenido con el sexy Brian Quinn. De pronto, no podía concentrarse en el trabajo porque no paraba de pensar en el guapo irlandés…

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– Tengo miedo. ¿Qué pasa si no vuelve? Vendrán a casa y nos separarán. No volveremos a vernos -dijo con voz trémula, a punto de llorar.

– Conor no lo permitiría -dijo Brian al tiempo que acariciaba el pelo de su hermano pequeño-. Siempre estaremos juntos. No te preocupes, Li.

El chiquillo emitió un pequeño sollozo y se hizo un ovillo bajo la sábana. Brian cerró los ojos. Pero no consiguió conciliar el sueño. Cuando la casa se quedó en silencio, salió de la cama, agarró el abrigo de invierno y se lo puso para guarecerse del frío. Mientras pasaba por delante de la otra habitación, asomó la cabeza y vio a sus hermanos mayores tendidos en sus camas.

Las escaleras crujieron mientras bajaba. Cuando llegó al recibidor, se sentó frente al televisor portátil que Dylan había rescatado de un contenedor. Lo encendió, una figura con puntos de nieve iluminó la pieza. La antena apenas captaba la señal, Brian casi no veía al hombre del tiempo que estaba de pie frente al mapa.

– En directo Canal WBTN. La tormenta está empeorando. Las olas que golpean las costas de Nueva Inglaterra han obligado a desalojar sus casas a muchos habitantes. El barómetro sigue bajando, lo que significa que aún no hemos superado lo peor. Según informes, centenares de barcos se han soltado de sus amarras o han quedado destruidos. Muchos botes pesqueros también han sufrido accidentes, un golpe duro para un colectivo que ya ha pasado un verano desgraciado.

Brian se inclinó hacia adelante, tratando de estudiar el mapa, preguntándose en qué parte del Atlántico se encontraría su padre. Había trazado la ruta en el atlas del colegio, pero allí era muy fácil. Ya había montado en barco y sabía por experiencia que en el mar no era tan sencillo orientarse.

– Mientras tanto, los guardacostas no dejan de recibir llamadas de socorro de pescadores y marineros atrapados en el mar. El barco Selma B se hundió tras inundarse, pero un helicóptero logró rescatar a la tripulación. El Willow llegó a puerto hace unas horas, después de una intensa búsqueda de los guardacostas.

Brian sintió un nudo en el estómago. Todos sabían los peligros a los que se exponían los barcos pesqueros. Una vez el profesor de Brendan había dicho que la pesca comercial era la profesión más peligrosa de todas, mucho más peligrosa que conducir un coche de carreras o pilotar un avión. Nunca se había olvidado de esas palabras y, de pronto, le pesaban como si un bloque de cemento le oprimiese el pecho.

Miró al hombre de la pantalla. Si llegaba a ocurrirle algo al Increíble Quinn, él sería el primero en saberlo. Sabría si el barco se estaba hundiendo. Si Seamus estaba vivo o muerto. Como Riddoc Quinn, el hombre del tiempo lo sabía todo.

Brian apoyó la barbilla sobre las rodillas flexionadas, tembló, se negó a abandonarse al llanto.

– Algún día yo seré el primero en saberlo todo. Y entonces no tendré que volver a preocuparme.

Capítulo 1

La sala de prensa era el ejemplo perfecto de un caos controlado. Los fines de semana siempre eran una locura, con los empleados más jóvenes del canal trabajando mano con mano con los dinosaurios de la plantilla. Brian entró en su despacho. Se alisó la camisa; no solía llevar esmoquin y, cuando lo hacía, le resultaba muy incómodo.

Se miró al espejo. Lo cierto era que causaba sensación entre las mujeres. ¿Qué tenían los esmóquines y las pajaritas que hacían derretirse al género femenino? No tenían nada de especial. Eran como unos vaqueros gastados y una camiseta, ¿no?

Frunció el ceño. Lástima que no se tratara de un simple acto de sociedad. Aunque habría unas cuantas mujeres bellas en la fiesta de recaudación de fondos de esa noche, Brian asistía por asuntos de trabajo. Y él nunca mezclaba el placer con los negocios.

– Mírate.

Brian se giró hacia la izquierda y vio a Taneesha Gregory, apoyada contra una de las paredes del despacho, con una sonrisa ancha y los ojos chispeantes de buen humor. Taneesha era su cámara favorita, o la diosa de la cámara, como le gustaba llamarse. Descarada y valiente, a menudo se veía obligada a hacerse hueco a codazos entre una multitud de compañeros gráficos másculinos para conseguir la mejor foto, plantando la cámara frente a la cara del interrogado para cazar los matices expresivos de su reacción. En los casos de investigación difíciles, Taneesha era la colaboradora perfecta.

– No te rías -la advirtió Brian.

– Estás estupendo -dijo ella entre risas. Se acercó a ajustarle el nudo de la pajarita-. Pero me parece demasiado elegante para el noticiero de las once -añadió apuntando al esmoquin.

– No es para eso. El noticiero es mañana – contestó Brian-. Estoy trabajando en una historia.

– Espero que no me necesites para esa historia. Sabes que no me pongo…

– Vestidos -completó Brian-. Sí, lo sé. La última vez que te pusiste un vestido fue el día de tu boda.

– Exacto -Taneesha le sacudió una pequeña pelusa del hombro-. Y le he prometido a Ronald que me pondría un vestido en nuestras bodas de plata. Todavía faltan quince años.

– Tranquila -dijo él-. De momento sólo tengo una pista. Richard Patterson, el explotador inmobiliario de nuestro querido barrio, celebra una fiesta de recaudación de fondos. Pienso colarme y echar un vistazo a los invitados.

– ¿Todavía sigues con ese rollo? Como el jefe se entere de que estás detrás de Patterson, te cortará la cabeza. ¿O has olvidado el dinero que Patterson gasta en publicidad en nuestra cadena?

– Tiene seis restaurantes de comida rápida y una tienda de coches, que no representan más que una parte de su volumen comercial. Además, la política de la emisora establece que los departamentos de ventas y noticias son independientes.

– Eso dicen, pero WBTN no existiría sin el dinero de la publicidad. Y acabarías teniendo que retransmitir tu historia desde una azotea.

– Sé que tengo una historia -insistió Brian-. Lo presiento. Voy a acorralarlo y veré qué pasa. Total, ¿qué puede hacer? Estará rodeado de un montón de ricachones ansiosos por trepar un peldaño en la escala social. Tendrá que comportarse.

– ¿Estás loco? Te echarán en cuanto…

– ¿No crees que el público tiene derecho a saber qué pasa? Tres constructoras se pasan siete años de juicios para conseguir esos terrenos. Patterson llega y consigue el contrato en cuestión de semanas. Quiero saber cuánto ha pagado y quién se ha llevado el dinero.

– Esos tipos saben cubrirse las espaldas.

– Acuerdos inmobiliarios oscuros, negociaciones secretas y un montón de dinero pasando de unas manos a otras. Antes o después se relajarán y cometerán un fallo. Patterson consigue los contratos con demasiada facilidad. Mi cuñado Rafe Kendrick es contratista y hasta él está convencido de que Patterson no es trigo limpio,

– ¿Eres consciente de que el dueño de este canal es un viejo amigo de Richard Patterson? Desde luego, es una buena manera de acabar en el paro.

– Me he convertido en el corresponsal de investigación con más audiencia de Boston en menos de un año -Brian rió-. No me van a despedir.

– Pero quizá no te ofrezcan los telediarios del fin de semana. Y sabes que el encargado del fin de semana será el que sustituirá a Bill cuando se jubile dentro de dos años.

Los rumores se sucedían desde hacía semanas, pero Brian trataba de no hacerles caso.

– ¿Crees que quiero pasarme el resto de mi carrera sentado delante de una cámara leyendo noticias? -preguntó.

– Dar en cámara das de maravilla -respondió ella.

No debería haberle extrañado el comentario. Había subido rápidamente en el canal y, aunque quería creer que se debía a su calidad como periodista, sospechaba que tenía mucho que ver con su imagen. Las encuestas eran elocuentes: era el reportero con más tirón para las mujeres de entre veintiún y cuarenta y nueve años. Y tampoco eran malas sus cifras con el público masculino. A ellas les gustaba su físico y a ellos que fuese un hombre corriente de Southie. Los habitantes de Boston confiaban en que Brian Quinn les contaba la verdad.

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