– ¿Dónde está la hoja con el plan? Meggie se levantó del taburete en el que estaba sentada y fue detrás de la barra a recoger el papel arrugado que había dejado junto al cuaderno de notas que tenían allí.
– Ten, no quiero verlo más.
– Sí, creo que lo mejor será librarnos de él ahora mismo -dijo Lana.
– Buena idea -gritó Meggie. Lana agarró el papel y me hacia el despacho.
– Ven conmigo.
Meggie frunció el ceño y luego fue tras ella.
– ¿Dónde vas?
Cuando Meggie entró en el despacho, Lana estaba vaciando el contenido de la papelera de metal que tenían en un rincón. Luego, la colocó en el centro de la pequeña habitación.
– Ahora vamos a tirar este trozo de papel y a olvidarnos de él para siempre -dijo Lana, dándole la hoja con el plan-. Pero no basta con tirarlo -añadió, sacando un mechero del bolsillo-. Hay que quemarlo para que Dylan no pueda volver a encontrarlo.
Antes de que Meggie pudiera protestar, prendió una esquina del papel.
Meggie soltó un grito al ver la llama y tiró la hoja a la papelera.
– ¿Estás loca?
– Es una papelera de metal -aseguró Lana-. En pocos segundos, se habrá apagado el fuego.
Pero lo cierto es que las llamas duraron más tiempo del que pensaban y empezó a salir una buena cantidad de humo. Antes de que pudieran apagar el fuego, saltó el dispositivo de alarma de incendios.
Meggie soltó una maldición mientras contemplaba cómo el fuego se apagaba. Luego, se volvió hacia su socia y vio que estaba sonriendo astutamente.
– Lo has hecho a propósito -gritó Meggie-. Sabías que el humo haría saltar la alarma de incendio, que está conectada con el parque de bomberos.
Lana consultó su reloj.
– Dylan llegará en cualquier momento. Llamé para asegurarme que le tocaba ir a trabajar. Yo que tú me peinaría un poco y me pintaría los labios. No tienes muy buen aspecto.
Meggie soltó una maldición y se dirigió al espejo que había colgado en el despacho. Se pellizcó las mejillas y se arregló el pelo con la mano.
Entonces pensó que no estaba segura de querer ver a Dylan. La última vez que lo había visto, él se había marchado de la cafetería muy enfadado. Así que debería prepararse para lo peor. Podía entrar y ni siquiera saludarla.
Pocos minutos después, tres bomberos entraron en la cafetería. A Meggie le dio un vuelco el corazón cuando vio que Dylan era uno de ellos.
– El fuego ya está apagado -dijo Lana-. Solo fue un papel que prendió en el despacho. Se lo enseñaré -les dijo a los dos hombres que se habían adelantado. Dylan se había quedado en la entrada.
– Hola -lo saludó Meggie una vez Lana y los dos bomberos hubieron entrado en el despacho.
Meggie se fijó en lo guapo que estaba con su traje de bombero y, cuando sus ojos se encontraron, sintió que se le aflojaban las rodillas.
Él le devolvió el saludo con un gesto.
– ¿Qué ha pasado?
– Nada, fue un pequeño incendio que se apagó solo.
– ¿Cuál fue la causa? -preguntó él en un tono profesional.
– Lana tiró sin querer una cerilla en la papelera y un papel que había dentro prendió.
En ese momento, uno de los bomberos que habían entrado al despacho salió con la papelera. Se la enseñó a Dylan y este asintió.
– Dylan -dijo entonces Meggie-, me gustaría hablar contigo unos minutos.
– Muy bien, muchachos, esperadme fuera. Decidle a Carmichael que saldré dentro de un rato.
Una vez salieron los bomberos, Meggie se volvió hacia el despacho y vio que Lana seguía allí. Entonces respiró hondo y se giró de nuevo hacia Dylan.
– ¿De qué querías hablarme?
– No me metas prisa -protestó ella-. Tengo que decírtelo como es debido -añadió, mirándolo a los ojos-. Te amo, Dylan.
Meggie volvió a respirar hondo.
– Te… amo y quiero que lo sepas, aunque imagino que eso no va a cambiar nada.
Dylan se la quedó mirando fijamente con la boca ligeramente abierta.
– Ya sé que no me creerás, pero no me importa. Lo de hacer ese plan fue una estupidez y, aunque no haya modo de cambiar el pasado, quería que supieras la verdad.
Ella esperó a que él dijera algo, pero justo entonces sonó la campanilla de la puerta, devolviéndolos a la realidad. Meggie se giró y vio que se trataba de un bombero.
– Hay otra alarma. Ha habido un accidente de tráfico aquí al lado y se ha derramado bastante gasolina sobre el pavimento.
Dylan asintió y luego se volvió hacia Meggie con expresión pensativa, como si tratara de averiguar si le había dicho la verdad.
– Tengo que irme.
– Muy bien.
– No sé qué puedo decir.
– No tienes que decir nada. Lo entiendo perfectamente.
Dylan se dio la vuelta hacia la puerta, pero se detuvo antes de salir y miró hacia atrás. Por un momento, ella pensó que iba a acercarse para abrazarla y besarla. Pero luego se giró hacia los compañeros que lo estaban esperando fuera.
– Hasta luego -se despidió.
– Hasta luego -contestó ella.
Meggie se quedó mirando la puerta fijamente mientras pensaba en que él había vuelto a romperle el corazón. Le había confesado que lo amaba y él como respuesta se había limitado a marcharse de allí, sin contestar nada.
Lana salió en ese momento del despacho y se acercó hasta donde estaba ella,
– ¿Qué, te ha ido bien? -preguntó, pasándole un brazo por los hombros.
– Le dije que lo amaba y él se ha ido sin más -contestó Meggie-. Mi única esperanza es que, en vez de adiós, me haya dicho hasta luego.
Meggie fue a sentarse en un taburete, frente a la barra. Amaba a Dylan Quinn y no del modo infantil en que lo había amado cuando estaban en el instituto, sino con un amor profundo. Así que se alegraba de habérselo dicho. De algún modo, había sido una especie de liberación.
– Has hecho bien en decírselo -le aseguró Lana-. En cuanto piense despacio en ello, volverá.
– ¿Cómo puedes saberlo?
– Ya sabes que conozco a los hombres. A Meggie le hubiera gustado creer que su amiga estaba en lo cierto. Y también le habría gustado que lo que Dylan le había dicho días atrás fuera cierto. Porque si él la amaba de veras, como ella lo amaba a él, entonces nada podría separarlos.
– Sonríe.
Lana abrazó por la cintura a Meggie y sonrió a la cámara. Meggie levantó una taza de café del Cuppa Joe's hacia Kristine mientras esta les hacía la foto.
– Solo una más -dijo Kristine-. Meggie, tienes que sonreír más. Es un día muy especial.
Era cierto. Lana y ella llevaban esperando ese día desde que habían terminado la carrera. Al fin iban a inaugurar su propio negocio. Pero Meggie sentía que le faltaba algo. Y ese algo seguro que era Dylan.
Era el día más importante de su carrera profesional y le hubiera gustado compartirlo con Dylan. Desde que acudió por lo del incendio de la papelera, no había vuelto a saber de él. Había llegado a pensar en telefonearle, pero luego había decidido que era a él a quien le correspondía hacer el siguiente movimiento.
Lana se había pasado los últimos día tratando de animarla. Le había llevado donuts para desayunar, la había invitado a una deliciosa hamburguesa para comer, la había llevado una noche a que le hicieran la manicura… Y ella, a cambio, le había prometido que el día de la inauguración sería el último que pensaría en Dylan Quinn. Tenía que dejar de acordarse de los momentos de pasión que había vivido con él.
– Aleja un poco más la taza -le pidió Kristine, tirándole otra foto.
Habían contratado a ocho empleados, entre ellos a Kristine y, como era la que tenía más experiencia, iba a ser la encargada. Su novio era músico y había prometido que las ayudaría a conseguir cantantes cuando el negocio estuviera en marcha.
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