Tras subir las escaleras, encontraron la llave donde Danny les había dicho. Olivia entró en el piso enseguida, ansiosa de ver el lugar donde iban a pasar los siguientes nueve días. Era un apartamento muy pequeño, pero estaba muy ordenado. Vio que, sobre la alfombra del salón, había un par de bolsas de basura.
– Son nuestras cosas de la casa de la playa -dijo ella, tras examinarlas.
Aparte del salón había un pequeño comedor y una cocina americana, completamente equipada. Al final del pasillo, había un dormitorio y un pequeño cuarto de baño.
– Es muy bonito -concluyó ella-, mucho mejor que el motel…
– Aquí estaremos a salvo y eso es lo que cuenta.
Cuando volvían a la cocina, alguien llamó a la puerta. Era una anciana.
– Hola -dijo con cierta cautela.
– Hola -replicó Conor.
– Siento interrumpirlos, pero solo quería echar un vistazo al apartamento de Lila. Aquí vive Lila Wright. ¿Son ustedes amigos de Lila? Nos gusta cuidarnos los unos a los otros. Lila se ha mudado a Florida para vivir con su hermana y…
– Soy amigo del nieto de Lila -explicó él-. De Danny Wright. Él nos lo alquila hasta que pueda venderlo, ya sabe. Así ayudamos un poco a Lila. Me llamo Conor, Conor Smith y esta es Olivia Ear… Olivia Smith. Mi esposa.
– Acabamos de casarnos -dijo Olivia alegremente.
– Y estamos muy felizmente casados -apostilló Conor.
– Creo que seremos muy felices aquí – añadió ella.
La mujer los miró dubitativamente.
– Supongo que ya sabéis que esto es un complejo residencial para jubilados. Por aquí no hay mucha emoción, a menos que contemos las discusiones que surgen por los juegos de cartas…
– Bueno, yo siempre he sido muy maduro para mi edad -la interrumpió Conor-. Además, hemos venido aquí buscando tranquilidad. Ni música alta, ni fiestas. Somos personas muy reservadas.
– Yo vivo al otro lado de la escalera. Me llamo Sadie Lewis. Enhorabuena, querida – añadió, extendiendo una mano en dirección a Olivia.
– ¿Por qué?
– Por tu matrimonio. Los dos parecéis muy felices.
– Lo somos. Muy felices -comentó Conor-. Después de todo, somos recién casados.
– En ese caso, os dejaré solos -dijo Sadie, como si hubiera entendido el mensaje-. Si necesitáis algo, no dudéis en pedírmelo.
– Claro que no. Adiós -dijo Conor, antes de cerrar la puerta.
Enseguida, Olivia se acercó a él y le dio un golpe en el hombro.
– ¡Vaya! ¿Por qué andarse por las ramas? ¿Por qué no le has dicho directamente que queríamos hacer el amor ahora mismo y que le agradeceríamos mucho si se marchaba?
– Pensé que era el modo más rápido de librarse de ella. Parece algo cotilla y las personas así siempre se quedan tanto tiempo como uno se lo permita. ¿Qué? ¿Estás avergonzada? Solo estamos fingiendo…
– No, pero no quería que esa mujer pensara que…
– ¿Pensara que estamos locos el uno por el otro?
¿Por qué no mencionaba lo que habían compartido? Olivia se mordió el labio para no hacerle directamente aquella pregunta. Ya sabía que Conor no era el tipo de hombre que revelaba sus sentimientos más íntimos.
– Tengo que cambiarme la venda -dijo él por fin-. ¿Por qué no preparas una lista de la compra y salimos por algo para cenar?
Con eso, tomó lo que habían comprado en el supermercado y se metió en el cuarto de baño.
Después de examinar rápidamente la cocina, Olivia redactó rápidamente una lista de alimentos que necesitaban. Cuando había escrito lo necesario para los nueve días que iban a estar allí, Conor todavía no había salido del cuarto de baño.
– ¿Conor? ¿Te encuentras bien?
– Sí -respondió él, desde el otro lado de la puerta-. Bueno, no.
Olivia abrió la puerta y lo vio, sin camisa, tratando de ponerse una venda limpia.
– Necesito ayuda. No puedo yo solo. Olivia lo contempló durante un momento. A la dura luz de la lámpara parecía aún más impresionante que en el barco. Se le notaba cada músculo, cada tendón… Olivia habría querido tocarlo, pero el sentido común le dijo que lo que debía hacer era ayudarlo.
El cuarto de baño era tan pequeño, que se vio obligada a cerrar la puerta para tener suficiente espacio para trabajar,
– Levanta el brazo.
Cuando lo hizo, Olivia contempló por primera vez la herida. Era una línea muy enrojecida, unida por una larga hilera de puntos.
– Parece muy doloroso.
– En realidad, no lo es tanto. Lo he desinfectado con el alcohol y me he puesto un poco de esa crema antibiótica que me dio el médico. Solo me duele cuando me giro.
Olivia colocó hábilmente la venda y la sujetó con esparadrapo.
– Ya está…
El cuarto era tan pequeño, que no pudieron evitar tocarse. El cuerpo de él se frotó contra el de ella, cuyos pechos se apretaron contra el torso de Conor. De repente, se encontró entre sus brazos y, rápidamente, él le capturó la boca con un frenético beso. Sin embargo, justo cuando ella se estaba permitiendo gozar con el sabor de sus labios, Conor se apartó de ella igual de súbitamente, como si quisiera hacerle parecer que el beso no había ocurrido.
– No deberíamos hacer eso.
– ¿Por qué no? -preguntó ella, sin soltarse del cuello de Conor
– Simplemente no deberíamos. Lo complica todo.
– No tiene por qué ser así. Lo que compartamos aquí queda entre nosotros. Nadie más lo sabrá.
En los ojos de Conor, vio una batalla entre el sentido común y los placeres carnales. De repente, él se apartó de ella.
– Tengo que marcharme.
– ¿Adonde? -preguntó ella, sorprendida.
– Tengo cosas que hacer.
– Iré contigo.
– Estarás más segura aquí.
– ¿Es que no tienes miedo de que pueda escaparme?
– No. Ya sabes los peligros que hay fuera, pero, si quieres marcharte, no puedo impedírtelo. Sin embargo, me enfadaré mucho si regreso y veo que me hirieron por una mujer a la que le importa menos su vida que a mí.
– Sí. Estaré aquí cuando regreses -afirmó Olivia, sintiendo que sería una traición marcharse después de lo que él había hecho por ella-. No tienes que preocuparte.
Ella se quedó en el cuarto de baño y escuchó cómo se alejaba hacia la puerta. Durante unos minutos, había creído que comprendía a Conor Quinn, pero entonces, él había vuelto a crear murallas a su alrededor, decidido a mantener las distancias entre ellos. Sin embargo, sentía que no podía culparlo. Después de lo que sabía de su niñez, no le extrañaba que fuera muy cauteloso con las mujeres.
– Debería encontrarme un tipo normal – murmuró, mientras se sentaba en la bañera.
Sin embargo, no quería un hombre normal, sino uno peligroso. Si los últimos días habían demostrado algo era que estaba empezando a gustarle el peligro.
El oficial de guardia reconoció a Conor en el momento en el que entró. Se acercó al mostrador de la cárcel del condado de Suffolk y sacó su placa. Sin embargo, no firmó, saltándose los estrictos requerimientos para cuando se visitaba a un prisionero. Conor había contado con el código de silencio entre policías.
– Quinn -dijo el oficial.
– Mullaney -replicó Conor.
– No esperaba que te presentaras aquí. He oído que están a punto de cortarte la cabeza. Has secuestrado a una testigo.
– Solo estoy haciendo mi trabajo. Se supone que tengo que mantenerla con vida hasta el día del juicio, pero parece que alguien del departamento la quiere muerta.
– Supongo que debería olvidar que te he visto esta noche.
– Y, de paso, también puedes olvidarte de que llamaste a Kevin Ford a una de las salas de interrogatorios por error y que dio la casualidad de que yo estaba en esa sala cuando entró.
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