– ¡Me he enterado de la buena noticia! -Tom sonreía-. Has vuelto a los Estados Unidos y vas a ocupar el puesto de Patrick -la sonrisa se borró de su cara-. Pobre chico. No puedo creer que se hiciera eso saltando en paracaídas. ¿Sabías que le tuvieron que meter tres clavos en la pierna?
– Vaya -se preguntó si era demasiado egoísta al estar agradecido por ese accidente, y también por el hecho de que el piloto suplente hubiera contraído hepatitis. Probablemente, sí. Pero llevaba años entrenándose justo para esa oportunidad: Con anterioridad había estado dos veces en el espacio y anhelaba regresar. Hasta el momento, lo único que sabía era que la misión transportaría e instalaría el tercero de los ocho paneles solares que, al finalizar la construcción en el 2006, representaría el sistema de energía eléctrica de la estación espacial. Era un proyecto que conocía muy bien, ya que llevaba años trabajando en lo mismo en Rusia-. ¿Cómo va todo?
– En marcha -repuso Tom-. Están encantados de tenerte, ya que tu fama te precede.
Mike sabía que eso podía ser bueno o malo.
– Me enteré de lo sucedido el año pasado -continuó Tom-. Cómo controlaste el incendio en mitad del vuelo.
Gracias a unos buenos reflejos mentales por parte de Mike, y estaba convencido de que cualquiera del equipo habría podido hacer lo mismo, pero él había llegado primero, había logrado contener el fuego y extinguirlo antes de que causara daños irreparables en la nave.
– No me gustaría revivir la experiencia -comentó con modestia.
– Fuiste un canalla con suerte, de eso no cabe duda. Todo el equipo. ¿Conoces al equipo? -Tom se volvió hacia los dos hombres que se les acababan de acercar-. Mike Wright, te presento a Jimmy Westmoreland, Especialista Primero de Misión, y a Frank Smothers, Especialista Segundo de Misión.
Mike ya los conocía a ambos. Hacía unos años habían ido a Rusia para estudiar parte del equipo de comunicación para la estación espacial en su fase de planificación. Unos momentos más tarde, le presentaron a Stephen Philips, el quinto miembro del equipo y el especialista de carga.
Ya conoces a todos -indicó Tom-.No está mal para tus primeros diez minutos aquí.
– No conozco a la comandante.
Extrañamente, Mike experimentó un destello de… aprensión no, ya que esa era una palabra demasiado fuerte para un hombre que se sentía tan cómodo en su mundo. Pero así como la industria espacial era famosa por tener profesionales excesivamente bien preparados, también lo era por sus grandes egos, y nadie, absolutamente nadie, llegaba al rango de comandante sin cierta vanidad.
Sumado a eso había otro problema. La comandante era mujer.
Todo el mundo sabía que a Mike le encantaban las mujeres. Las adoraba, soñaba con ellas, las deseaba… Como muestra de ello estaba lo sucedido la noche anterior.
Pero, ¿trabajar para una mujer? ¿Bajo sus órdenes? No quería considerarse un hombre con prejuicios o machista, pero si era sincero, debía reconocer que no imaginaba por qué una mujer iba a querer dirigir ese proyecto. Hacía falta fuerza, dotes de mando y, bueno, coraje.
– ¿Corrine Atkinson?
Stephen alzó la cabeza, igual que Tom y los demás. A diferencia de Tom, Frank, Jimmy y Stephen eran altos y delgados. Lucían el corte de pelo casi al ras que indicaba su carrera militar, y todos mostraban el aspecto de atletas duros, rígidamente controlados y bien entrenados. Por desgracia, los astronautas, por regla general, no eran tan serios como su reputación podía hacerle creer al público en general. De hecho, en su mayor parte eran grandes juerguistas y pendencieros, y ninguno de los allí presentes resultaba una excepción.
– La comandante anda por alguna parte -le aseguró Stephen-. Acaba de llegar de Houston.
– De hecho, vino para conocerte -indicó Frank con demasiada inocencia. Lo estropeó al sonreír-. No te preocupes. Le hemos contado todo sobre ti.
Jimmy se unió a la atmósfera festiva con su sonrisa de lobo.
– Sí. Empezamos con aquella vez en que fuimos a Rusia y nos llevaste a esa fiesta, ¿recuerdas?
Claro que la recordaba.
– Y aquellas mujeres que salieron de la tarta -añadió Jimmy, a pesar de que Mike conocía el resto.
– Eran muy guapas -aseveró Frank-. Pero luego descubrimos que eran prostitutas. ¿Recuerdas, Mike, que tú trataste de enviarlas a casa? No tenían medio de transporte, de modo que les ofrecimos uno…
Mike gimió al recordar la despedida de soltero de uno de sus camaradas. -Decidme que no se lo habéis contado.
– Oh, sí, desde luego que lo hicimos. Lo que más le gustó fue la siguiente parte -Frank sonrió-. Lo recuerdas, ¿no? La parte desnuda.
– Muy bien, eso no fue culpa mía – Mike se frotó las sienes-. Y cuando sacaron las pistolas para robarnos, nadie resultó herido. Espero que le hayáis contado eso.
– No corrimos peligro porque les habías gustado -señaló Jimmy-. Pero sí se llevaron nuestras carteras y el dinero en efectivo:
– Y nuestra ropa -añadió Frank-. No te olvides de que se llevaron nuestra ropa y llaves, y nos dejaron en la carretera.
– Empezó a llover -recordó Jimmy con un temblor-. A cántaros.
– Sí -Frank sonrió con añoranza-. Menos mal que no era invierno.
– Supongo que a la comandante esa historia le habrá resultado fascinante -comentó Mike de mala gana.
– Oh, sí.
Todo el mundo se partió de risa menos él. Mike ni la conocía y lo más probable era que ya figurara en su lista negra. Lo que le faltaba.
– Ahí está -Stephen señaló hacia el otro extremo de la sala.
En ese momento, les daba la espalda. Mike solo pudo ver que era más bien pequeña. Nada más, salvo que se había recogido el pelo en un moño severo.
Parecía ser que a la comandante Corrine Atkinson le gustaban los trajes conservadores y cuadrados que no mostraban prácticamente nada del cuerpo femenino y ocultaban las curvas que podía o no tener.
– Ven, te la presentaré -dijo Tom.
Mike respiró hondo, sintiéndose resignado, aunque no sabía por qué. Que se vistiera de forma rígida y se peinara de manera conservadora no significaba que no se trabajara bien con ella. Eso esperaba.
– ¿Mike?
– Sí -miró a Tom-. Voy -pero no se movió.
Frank rio y le dio una palmada en la espalda.
– No es más que la jefa, grandullón, no la guillotina.
Pero Mike sabía que en ocasiones podía tratarse de lo mismo. Juntos, moviéndose ya como un equipo, avanzaron para presentarlo, los otros con sonrisas en la cara, relajados de un modo que, de repente, Mike no habría podido imitar ni aunque en ello le fuera la vida. Algo extraño, dado lo mucho que le gustaba sonreír y estar relajado. No lo entendía, al menos no hasta que llegó a un metro de ella y se volvió para mirarlos.
Corrine experimentó ese extraño hormigueo en la base del cráneo que solía advertirla de que algo estimulante, no sabía si bueno o malo, estaba a punto de pasar. Descubrió que la percepción era acertada. A1 volverse y enfrentarse al grupo de hombres que había allí de pie, sonrientes, supo que los conocía a todos. A algunos mejor que a otros. Con la excepción de uno. Su perfecto desconocido.
El hombre de los ojos maliciosos y manos aún más maliciosas, el que había imaginado que durante años dominaría sus fantasías, se hallaba de pie justo delante de ella. Solo que en ese momento no llevaba vaqueros ni camiseta, ni movía el pie al son de la música mientras la tormenta bramaba en el exterior. En ese momento no parecía solo y sexy, y un poco peligroso para su salud mental.
En ese momento… seguía siendo sexy y peligroso, pero ya no estaba solo como la noche anterior. Se hallaba rodeado por su equipo, con el aspecto de estar en un ambiente que era natural para él.
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