Jennifer Greene - Un regalo sorpresa
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Un día de Navidad, la hermana de Laura apareció en la puerta de su casa con un bebé en brazos para que ella lo cuidara durante un tiempo. Y aquel niño hizo que, de pronto, la relación entre Laura y su novio empezara a cambiar drásticamente.
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– ¡Feliz Navidad, Daniel!
Como Laura estaba ocupada en la cocina, Will hizo de anfitrión y abrió la puerta. El padre de Laura era de mejillas rojizas y sonriente, pero tenía artritis y problemas para andar. Will sabía exactamente de quién había heredado Laura su gran orgullo. Es hombre nunca pedía ayuda, pero Will rápidamente le quitó el regalo pesado de sus manos y le hizo entrar.
– Feliz Navidad a ti también. Es estupendo verte, Will -Daniel dejó su sombrero en el perchero-. No tengo que preguntar dónde está Laura. ¿Es bastante grande el pavo?
– Enorme -Will le quitó su abrigo-. Será mejor que te avise. Laura ha amenazado a cualquiera que se acerque a la cocina.
Daniel se rió.
– La verdad es que mi hija adora la Navidad y todo ese galimatías. ¿Dónde está mi nieto?
– Durmiendo junto al árbol.
Will vio a Daniel colocarse el bastón y dirigirse directamente hacia la puerta del salón, desde donde se quedó mirando al niño.
Laura llamó a su padre esa mañana para contarle lo del bebé, aunque le ofreció una versión algo distinta de lo ocurrido. Daniel sólo sabía que Deb iba a divorciarse y a mudarse; y que Laura se había ofrecido a cuidar al niño hasta que ella se instalara.
A Will no le gustó la mentirijilla. Entendía el razonamiento de Laura. Debido a la salud precaria de su padre ella quería evitarle todos los disgustos posibles. Pero Daniel seguía siendo un hombre, y no era débil mentalmente sólo por serlo físicamente. Tenía derecho a saber lo que le había sucedido a su hija y derecho a actuar. De todos modos Will no discutió con Laura. No tuvieron tiempo para discutir, ni hablar ni hacer nada durante toda la noche excepto ocuparse del bebé.
– Daniel, ¿te apetece beber algo?
– No me importaría un poco de jerez -Daniel suspiró-. No, no me lo traigas. Mi hija me mataría si tomo algo de alcohol. Se me puede subir a la cabeza y además tengo que darle el beso de feliz Navidad.
Will se quedó detrás cuando Daniel se dirigió a la cocina, pero pudo oír el sonido de voces y risas. Normalmente oía saludos, abrazos, Laura riñendo a su padre, él tomándole el pelo, conversaciones familiares… Nunca se había sentido cómodo uniéndose a ellos. Daniel siempre le había aceptado bien en la vida de su hija y nunca le había hecho preguntas incómodas o embarazosas. Pero Will nunca podía olvidarse de la sensación de no ser aceptado.
El bebé lloriqueó.
Will levantó la cabeza, primero hacia el niño y luego a la cocina, imaginando que Laura o Daniel saldrían al momento. Pero ninguno pareció oír al bebé.
Metiéndose las manos en los bolsillos, se acercó al parque. Archie. Vaya nombre ridículo para una criatura de cara arrugada y roja con extraños ojos azules que parecían desenfocados… excepto en ese momento. El bebé giró la cabeza y lo miró, directamente a él… y soltó otro gemido.
Estaba claro que él no le gustaba.
Will no le había puesto al niño un dedo encima desde que había llegado, así que no sabía por qué estaba enemistado con él. Pero lo estaba. Cuando Will aparecía, el bebé lloraba. Quizás el mequetrefe hubiera adivinado que sentía cierta inquietud y malestar hacia los bebés. Su propia madre lo abandonó a él cuando era como Archie. Y aunque esa historia no tenía nada que ver con Archie, estar cerca de un bebé le recordaba todos esos años que a él no lo quisieron, no perteneció a ningún sitio ni a nadie.
Los lloros eran cada vez más altos, pero Laura no salía de la cocina. Ni tampoco Daniel.
Vacilante, se inclinó y acarició el estómago del bebé, consiguiendo más chillidos. No podía tener hambre. Laura le había dado el biberón hacía menos de una hora.
Imaginó que debía llevárselo a Laura. No podía hacer daño al monstruito simplemente tomándolo en brazos, ¿verdad? Y así sabría lo que le pasaba. Cada vez que el enano lloró durante la noche, Laura le levantó y lo supo.
Lo levantó e inmediatamente se dio cuenta de que estaba mojado. Muy mojado. No podía sujetarlo a un metro de distancia porque Laura había dicho algo de que era necesario que le sujetaran la cabeza. Así que lo hizo, pero se dirigió a la cocina a la velocidad del rayo. Archie dejó de llorar en cuanto él empezó a correr. De hecho, el niño empezó a reírse.
En cuanto llegó a la puerta, hizo intención de llamar a Laura, pero vaciló. No era tan simple. Toda la cocina era un caos de ruido y confusión. Laura estaba parloteando con su padre. Los cazos en el fuego estaban borboteando. Daniel tenía las manos ocupadas sacando platos y fuentes del frigorífico. Salía humo del horno, donde Laura estaba inclinada pinchando el pavo.
Le parecía muy egoísta interrumpirlos cuando los dos estaban tan ocupados. ¿Pero cómo sabría qué hacer con el niño?
Su mirada se dirigió a Laura. Tenía las mejillas sonrosadas por el calor y un montón de rizos pegados a la frente. Su pelo a menudo estaba así después de hacer el amor. Había dejado los zapatos en alguna parte, y estaba corriendo por la cocina con los pies enfundados en medias. Su traje era del color rojo navideño, con falda corta y un blusón encima de una tela suave.
A Will se le quedó la boca seca. No se había puesto el colgante del zafiro, aunque sí llevaba unos pequeños pendientes de oro que él le había regalado. Pero él sospechaba que sólo los llevaba porque él mintió y le dijo que eran falsos y no de oro auténtico. Era una testaruda. Si le dejara, él la habría llenado de joyas.
Seguía deseándola desde que la noche anterior fueron interrumpidos. Pero él sabía que ella no había esperado esa crisis familiar, conocía su amor hacia su hermana y su padre y no había duda de cuáles debían ser sus prioridades. Era sólo que verla agachada con la suave falda ceñida a sus preciosas nalgas…
Archie le dio un tortazo en la cara. El acto no fue deliberado. El bracito se movió a ciegas y le dio casualmente, directamente en la nariz.
Eso le recordó que aún seguía mojado. Se dirigió al estudio. No había una habitación en esa casita que fuera lo suficientemente grande para respirar en ella, pero el estudio era lo más pequeño. Sólo cabía una televisión, una mesa y un viejo sofá. La primera vez que hicieron el amor fue en ese sofá, pero en ese momento ni siquiera se veía la tapicería. Las cosas del bebé estaban por todas partes.
Archie volvió a llorar. Will lo dejó encima de una manta mientras rápidamente buscaba los pañales y ropas. Archie lloró más alto.
– Confía en mí, sabré hacerlo… Bueno, ¿quieres ponerte esta cursilada blanca con el payaso o el pijama verde con el futbolista?
Parecía que el mequetrefe no iba a tomar ninguna decisión. De hecho empezó a soplar pompas de saliva por la boca. Alarmado, Will empezó a quitarle el pijama húmedo. El niño dejó de armar jaleo en cuanto estuvo medio desnudo. Will le quitó el pañal mojado y ya no supo qué hacer.
– Podrías ayudar un poco. Esto de los pañales no es nuevo para ti y tu madre no nos dio un manual a los demás. Imagino que hay que limpiarte de algún modo, ¿verdad? Y luego otro pañal limpio. ¿Te parece eso bien?
Más pompas de saliva. Ése era el único modo en que se comunicaba el enano. Will sintió que se le empezaba a empapar la frente de sudor. A él se le daban de maravilla los ordenadores, laboratorios y fórmulas. Pero eso era diferente.
Pareció tardar una eternidad en encontrar donde dejar el pañal mojado, encontrar un paquete de toallitas húmedas y juntar la ropa limpia y un montón de pañales nuevos.
Cuando él estuvo listo, el niño no. El bebé había levantado las piernas y había dejado de llorar completamente al encontrarse desnudo y se estaba metiendo un dedo del pie en la boca.
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