– Cuando empezó en este negocio, jugadores como Kevin Tucker no tenían tiempo para concederle una entrevista. ¿Recuerda cómo se sentía? ¿Recuerda cuando los periodistas no lo llamaban para pedirle información confidencial? ¿Cuando no llamaba por su nombre de pila a todo el que es alguien en la Liga Nacional de Fútbol?
– Si le digo que me acuerdo, ¿se irá? -Cogió los auriculares abandonados junto al teléfono.
Annabelle apretó los puños con la esperanza de sonar más apasionada que chiflada.
– Lo único que quiero es una oportunidad. La misma oportunidad que usted tuvo cuando Kevin rompió el contrato con su agente y puso su carrera en manos de un enteradillo en deportes que hablaba muy deprisa y se había abierto camino desde un pueblucho insignificante del sur de Illinois hasta la Facultad de Derecho de Harvard.
El volvió a sentarse en su sillón, con una ceja ligeramente enarcada.
– Un muchacho de origen humilde que jugaba al fútbol para ganarse la beca universitaria, pero que confiaba en su cerebro para salir adelante. Un chico con grandes sueños y una sólida ética de trabajo como única carta de presentación. Un joven que…
– Deténgase antes de que me salten las lágrimas -la interrumpió en tono seco.
– Sólo le pido una oportunidad. Déjeme organizar un encuentro. Uno solo. Si no le gusta la mujer elegida, no volveré a molestarlo más. Por favor. Haré lo que sea.
Estas últimas palabras atrajeron su atención. Puso a un lado los auriculares, inclinó el sillón hacia atrás y se frotó la comisura de los labios con el pulgar.
– ¿Lo que sea?
Annabelle sostuvo la mirada escrutadora.
– Lo que haga falta -dijo.
La mirada siguió un calculado recorrido desde la despeinada cabellera roja hasta la boca, y luego descendió por el cuello hasta los pechos.
– Bueno, hace mucho que no echo un polvo.
Notó cómo se le relajaban los músculos del cuello. La Pitón estaba jugueteando con ella.
– Entonces, ¿por qué no le buscamos una solución permanente? -Cogió su bolso de piel de imitación y sacó la carpeta con el material que había terminado de preparar a las cinco de la mañana-. Aquí encontrará más información sobre Perfecta para Ti. He incluido nuestra declaración de principios, un programa y nuestro esquema de precios.
Después de divertirse un poco, volvió a los negocios.
– Me interesan los resultados, no las declaraciones de principios.
– Y eso es lo que obtendrá.
– Veremos.
Ella tomó aire con dificultad.
– ¿Quiere decir que…?
Él cogió el auricular del teléfono y se lo pasó alrededor del cuello, dejando que el cable colgara sobre la camisa como una serpentina.
– Tiene una oportunidad. Mañana por la noche. Presénteme a su mejor candidata.
– ¿De verdad? -Se le aflojaron las rodillas-. ¡Fantástico! Pero…, necesito aclarar qué busca exactamente.
– Demuéstreme lo buena que es. -Volvió a coger el auriculares-. A las nueve en el Sienna's, en Clark Street. Preséntenos, pero no nos deje solos. Siéntese a la mesa con nosotros y mantenga viva la conversación. Trabajo muy duro en lo mío. No tengo ganas de hacerlo también en esto.
– ¿Quiere que me quede?
– Veinte minutos exactamente. Luego llévesela con usted.
– ¿Veinte minutos? ¿No cree que lo puede encontrar un poco… ofensivo?
– No si es la mujer adecuada. -Le dedicó su sonrisa de chico de pueblo-. ¿Y sabe por qué, señorita Granger? Porque la chica adecuada es demasiado dulce para sentirse ofendida. Ahora márchese de aquí antes de que me arrepienta.
Lo hizo.
***
Cuando entró en el lavabo del McDonald's, Annabelle ya había dejado de temblar. Se puso unos pantalones capri, una camiseta sin mangas y unas sandalias. La experiencia vivida no había hecho sino reforzar su fobia a las serpientes. Pero otras mujeres no se llevarían la misma impresión de Heath Champion. Era rico, tenía éxito y estaba como la gloria, lo que lo convertía en el partido de ensueño, siempre y cuando no diese un susto de muerte a las mujeres con las que se citara, lo que constituía una posibilidad nada desdeñable. Lo único que tenía que hacer era encontrar a la mujer adecuada.
Se recogió el pelo que caía desordenado sobre la cara con un par de pasadores. Prefería llevar el pelo corto para mantenerlo bajo control, pero sus mechones rizados le daban un aspecto de estudiante de primer año de universidad antes que de profesional seria, de modo que había decidido hacer de tripas corazón y dejárselo crecer. No era la primera vez que deseaba tener ahorrados quinientos dólares para que se los alisara un profesional, pero ni siquiera podía pagar los gastos de casa.
Guardó los pendientes de perlas de Nana en una cajita Altoids y tomó un trago de agua tibia de uno de los botellines que había desenterrado del asiento trasero de Sherman. Solía tener el coche bien abastecido: snacks y botellas de agua; compresas y artículos de tocador; sus nuevos folletos y tarjetas de visita; unas mancuernas por si le entraban ganas de hacer ejercicio, lo que rara vez ocurría, y, desde hacía poco, una caja de preservativos en caso de que alguno de sus clientes sintiera de pronto una necesidad imperiosa, si bien Ernie Marks y John Nager no eran, precisamente, hombres impulsivos. Ernie era el director de una escuela de enseñanza primaria, cariñoso con los niños pero inseguro con las mujeres, y John el hipocondríaco era incapaz de echar un polvo sin hacer que su pareja se sometiese a todas las pruebas pertinentes en la Clínica Mayo.
De una cosa estaba segura: nunca se vería en la tesitura de tener que darle condones de emergencia a Heath Champion. Un hombre como él iba siempre preparado.
Frunció la nariz. Había llegado la hora de sobreponerse a sus antipatías. Deba igual que fuera prepotente y autoritario, además de demasiado rico y exitoso para su propio bien. Era la clave de su futuro económico. Si quería que Perfecta para Ti saliese adelante como un servicio matrimonial especializado de alta categoría, tenía que conseguirle una esposa. Si se la conseguía, la noticia se propagaría y Perfecta para Ti se convertiría en la empresa matrimonial de moda en Chicago. Algo de lo que distaba mucho de ser en la actualidad, porque heredar el negocio de su abuela también había supuesto heredar los clientes que le quedaban. Aunque Annabelle hacía lo posible por honrar la memoria de Nana, había llegado la hora de dar el salto.
Se echó un chorro de jabón líquido en las manos y consideró su lugar en el mundo empresarial. Había agencias matrimoniales para todos los gustos, y el auge de los servicios de contactos por Internet había obligado a muchas empresas tradicionales como la suya a cerrar mientras otras se mataban por encontrar su lugar. Ofrecían encuentros grupales, veladas nocturnas y excursiones de aventura. Algunas organizaban cenas para solteros, mientras que otras se especializaban en licenciados de universidades prestigiosas o en miembros de determinadas confesiones religiosas. Unas pocas, como Parejas Power, se mantenían a flote como «servicios para ricos» y sólo aceptaban clientes varones a los que cobraban pasmosas sumas por presentarles mujeres hermosas.
Annabelle estaba dispuesta a hacer de Perfecta para Ti una empresa distinta de todas las demás. Quería que su nombre fuera el primero en venir a la mente de los solteros, tanto hombres como mujeres, de clase alta de Chicago, dispuestos a dar el paso del compromiso y conscientes de que la mejor manera de hacerlo es a través de un servicio personalizado tradicional. Ya tenía algunos clientes de los cuales Ernie y John eran los más recientes-, pero no los suficientes para que la empresa fuera rentable. Y hasta que no se hiciera un nombre, no podría elevar las tarifas. Encontrar pareja a Heath Champion le permitiría conseguir esos clientes selectos y aumentar sus tarifas. Pero seguía sin entender por qué él no había sido capaz de encontrar esposa.
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