Susan Phillips - Lo que hice por amor

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No es fácil ser famosa cuando tu vida se cae en pedazos… Georgie York ha sido abandonada por su marido, una famosa estrella de cine; su propia carrera está yéndose por el retrete; y su imagen pública como heroína romántica en un culebrón corre grave peligro.
¿Qué debería hacer una actriz para mejorar su suerte? Desde luego, NO sería ir a Las Vegas, NO sería escaparse con su detestable pareja televisiva, el macizo tío bueno, Bramwell Shepard… y NO debería verse envuelta en medio de un ridículo incidente que la lleva a ser la protagonista de una desastrosa huída. Antes de saber cómo, Georgie disfruta de un matrimonio falso, de un marido falso, y tal vez (o quizá no) de sexo falso.
Es una lucha a muerte contra los paparazzi y Georgie no tiene la suerte de su lado. Ahí están la terrorífica ama de llaves de Bram; el insistente padre de Georgie; el agente más pelota del mundo; ese frío directivo de los estudios; ¡y la nueva esposa de su ex marido, una pacifista internacional que bien podría ser merecedora de ese estúpido premio, el Nobel de la Paz!
Por lo que respecta al hombre de Georgie… Bram, es su ángel de ojos azules y retorcido corazón negro, que jamás se ha preocupado de nadie más que de sí mismo. Bueno, da el pego como hombre enamorado… gracias al medio millón de dólares que ella le paga.
Es oficial. Se ha casado con el diablo. ¿O no?
Son dos enemigos trabajando sin guión bajo los brillantes focos del plató… allí donde las emociones más fuertes pueden llevar sorprendentes disfraces.

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Al oír la voz de Lance en el contestador, retrocedió un paso.

«Georgie, soy yo -dijo él con voz suave-. Ayer llegamos a las Filipinas. Acabo de enterarme de lo del artículo en Flash … No sé si ya lo has leído. Yo… quería contártelo personalmente antes de que lo leyeras en la prensa. Jade está embarazada…»

Escuchó su mensaje hasta el final. Percibió la culpabilidad en su voz, la súplica, el orgullo que su ineptitud como actor le impedía disimular. Todavía esperaba que ella lo perdonara por dejarla, por mentirle a la prensa acerca de que ella no quería tener hijos. Lance era un actor, con la necesidad de los actores de ser querido por todos, incluso por la mujer a la que le había roto el corazón. Lance quería que ella le diera un certificado gratis de no culpabilidad. Pero ella no podía dárselo. Se lo había dado todo. No sólo su corazón, no sólo su cuerpo, sino todo lo que tenía, y mira adónde la había llevado.

Georgie se dejó caer en el sofá. Ya había pasado un año y allí estaba, llorando otra vez. ¿Cuándo lo superaría? ¿Cuándo dejaría de actuar exactamente como la perdedora que el mundo creía que era? Si seguía así, la amargura que la consumía ganaría la batalla y se convertiría en una persona que no quería ser. Tenía que hacer algo -cualquier cosa- que le hiciera parecer, que le hiciera sentirse como una vencedora.

Capítulo 2

¿Qué haría Scooter Brown en su situación? Ésa era la pregunta que Georgie se formulaba sin cesar y así fue como acabó cruzando la terraza del Ivy hasta una mesa situada junto a la valla blanca del famoso restaurante. Scooter Brown, la decidida huérfana que se escondió en las dependencias de los sirvientes de la mansión Scofield para escapar de los servicios sociales, habría tomado las riendas de su propio destino, y Georgie hacía demasiado tiempo que debería haber hecho exactamente lo mismo.

Saludó con la mano a un rapero famoso, con la cabeza a un periodista de un programa televisivo, y lanzó un beso a un antiguo protagonista de la serie Anatomía de Grey . Sólo Rory Keene, la nueva directora de Vortex Studios, estaba demasiado absorta en una conversación con uno de los jefes de la agencia de talentos C.A.A. para darse cuenta de la llegada de Georgie.

Punto número uno de la nueva agenda de Georgie: ser vista en público acompañada del hombre perfecto. Como la humillante fotografía de ella contemplando la ecografía del bebé de Lance había aparecido en multitud de medios de comunicación, ahora tenía que dejar de esconderse y hacer lo que debía haber hecho meses atrás. Aquella cita para comer tenía que provocar la suficiente sensación para que todo el mundo olvidara su anterior expresión de sorpresa.

Por desgracia, el hombre perfecto que ella había elegido para su primera cita aún no había llegado, obligándola a sentarse sola en una mesa para dos. Georgie intentó aparentar que se sentía contenta de disponer de unos minutos para estar a solas. No podía enfadarse con Trevor. Aunque no había conseguido convencerlo de la boda, al menos había aceptado aparecer durante unas semanas en el circo de medios que la rodeaba.

El restaurante Ivy era una institución en Los Ángeles, el lugar perfecto para ver y ser visto, con un ejército de paparazzi acampados permanentemente a la entrada. Las celebridades que comían allí y simulaban sentirse molestas por la atención de los medios eran los hipócritas más grandes del mundo, sobre todo los que se sentaban en la terraza exterior, cuya valla se extendía a lo largo del concurrido Robertson Boulevard.

Georgie se sentó bajo una sombrilla blanca. Beber vino a mediodía podía interpretarse como que estaba ahogando sus penas en alcohol, así que pidió un té helado. Dos mujeres se pararon en la acera, al otro lado de la valla, y la contemplaron embobadas. ¿Dónde estaba Trevor?

Su plan era sencillo. En lugar de evitar la publicidad, flirtearía con ella, pero con sus condiciones: como una mujer sin pareja que se estaba divirtiendo como nunca. Saldría unas semanas con un hombre perfecto y otras más con otro, pero nunca el tiempo suficiente para sugerir que se trataba de una relación de amor seria. Sólo por diversión, diversión y diversión, acompañada de montones de fotografías de ella riendo y pasándoselo bien; fotografías que su publicista se aseguraría de que se distribuyeran adecuadamente. Georgie conocía una docena de actores muy atractivos que ansiaban publicidad y conocían las reglas del juego. Trevor iniciaría la campaña. ¡Si al menos fuera más puntual!

¡Y ojalá la idea de alentar voluntariamente la publicidad no le resultara tan repugnante!

Transcurrieron cinco minutos. Georgie se había vestido especialmente para la ocasión, con el conjunto que su talentosa estilista había elegido para ella, un vestido de tirantes de algodón negro con un ribete ancho y rojo en el corpiño y unas hojas ocres y marrones estampadas aleatoriamente por la corta y estrecha falda. Unos zapatos con tacón de cuña atados a los tobillos y unos pendientes ámbar completaban su aspecto de sofisticación informal y poco convencional, el cual encajaba más con ella que los estilos recargados o sexys. Además, le habían confeccionado el vestido de forma que camuflara su pérdida de peso.

Habían transcurrido ocho minutos. Al final, Rory Keene la vio y la saludó con la mano. Georgie le devolvió el saludo. Quince años atrás, durante la segunda temporada de Skip y Scooter , Rory era una simple ayudante de producción, pero ahora dirigía la productora Vortex Studios y era una de las mujeres más poderosas de Hollywood. Como las dos últimas películas de Georgie habían sido sonados fracasos de taquilla y la que acababa de rodar se prometía incluso peor, Georgie detestó que alguien tan influyente la viera allí sentada con aspecto de perdedora. Claro que, ¿qué había de nuevo en eso?

Nunca había sido una derrotista y tenía que dejar de pensar como si lo fuera. Aunque ya habían pasado diez minutos…

Fingió no darse cuenta de las miradas que le dirigían, pero ya había empezado a sudar. Estar sola en el Ivy equivalía a ser víctima de un vacío público. Georgie consideró sacar el móvil, pero no quería que pareciera que tenía que recordarle la cita a su acompañante.

En el otro extremo de la terraza, un grupo de herederas jóvenes, delgadas, absolutamente estilosas y de cara bonita y vacía se había reunido para comer. Entre ellas estaba la insulsa hija de una decadente estrella del rock , la de un jefe de un estudio cinematográfico y la de un magnate internacional fabricante de un refresco. Las jóvenes eran famosas por ser famosas, iconos de todo lo que estaba de moda y resultaba inalcanzable para las mujeres comunes que contemplaban boquiabiertas sus fotografías. Ninguna de ellas quería admitir que vivía del dinero de papá, así que solían decir que eran «diseñadoras de bolsos». Sin embargo, su verdadero trabajo consistía en ser fotografiadas. Su líder, la heredera del refresco, se levantó de la mesa y se deslizó como un elegante Ferrari hasta la mesa de Georgie.

– Hola, soy Madison Merril. Creo que no nos conocemos. -Giró las caderas en dirección a los potentes objetivos de los paparazzi que había al otro lado de la calle ofreciéndoles una vista fantástica del vestido de diseño trapezoidal de Stella McCartney-. Me encantaste en Verano en la ciudad . No entiendo que no fuera un gran éxito. A mí me chiflan las comedias románticas. -Una arruga surcó su frente perfecta-. O sea, también me encantan las películas serias, ya sabes, como las de Scorsese y tal.

– Comprendo.

Georgie estampó una alegre sonrisa en su cara y se imaginó a los paparazzi disparando sus cámaras y obteniendo unas estupendas fotografías de la fotogénica Madison Merrill junto a una escuálida Georgie York, sentada sola en una mesa para dos.

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