– ¿Y tu rancho?
– Esa es la razón por la que no he vuelto antes. Tuve que volver a Montana a poner en orden mis negocios. Mi rancho está en buenas manos, dirigido por hombres en los que confío. Tendré que ir cada dos o tres meses. No solo para echar un vistazo, sino porque lo llevo en la sangre -le agarró la cara con las dos manos-. Pero a ti también te llevo en la sangre. Y espero que accedas a venir conmigo cuando vaya a visitar el rancho. Podríamos repartir el tiempo entre Florida y Montana. Creo que llegarás a amar Manhattan y el rancho tanto como yo.
– ¿Qué es exactamente lo que estás diciendo? -le preguntó, incapaz de ocultar ya la esperanza que sus palabras habían avivado en ella.
– Estoy diciendo que quiero estar contigo, que he hecho un esfuerzo para solucionar nuestro problema geográfico. Que me gusta Florida. Me gusta montar a caballo en la playa por la mañana, nadar por la tarde y navegar al anochecer. Me gusta compartir todas esas cosas contigo -le acarició las mejillas-. Lexie, mi madre, que era una mujer muy sabia, solía decirme algo que no he olvidado. Decía que en nuestra vida solo hay un gran amor. Todos los demás son o bien práctica, o bien sustitutos.
– Y yo ¿cuál soy… práctica o sustituta?
– Ninguna de ellas.
Sus palabras suaves fueron como un bálsamo entre ellos. A Lexie empezó a latirle el corazón con tanta fuerza que le retumbaba en los oídos. Apretó las rodillas para no caerse al suelo. Porque, a no ser que se estuviera volviendo loca, Josh acababa de decirle que la amaba.
– ¿Me quieres? -le preguntó con cautela.
– ¡No puedes hacerte idea de lo mucho que te quiero!
¡Dios bendito, no se lo estaba imaginando!
– ¿Cuándo te diste cuenta de que me amabas?
– No creo que pueda decirte el momento exacto, pero desde luego bastante pronto.
– ¿Antes de irte al rodeo?
– En realidad, estaba ya loco por ti mucho antes.
Ella arqueó las cejas y pegó con el pie en el suelo.
– No me lo dijiste.
– Quería, había pensado hacerlo la última noche que estuvimos juntos, pero las cosas no fueron como esperé -le tomó una mano y entrelazó sus dedos con los de ella-. He puesto mis cartas sobre la mesa, Lexie. Lo que necesito saber es si vas a jugar tus cartas.
Una oleada de amor la invadió, y por primera vez desde que él se había ido hacía un mes, Lexie no sintió como si se le partiera el corazón. Aspiró hondo antes de hablar.
– Me has demostrado que eres un hombre íntegro, y voy a confiar en tu palabra acerca del rodeo, aunque te vigilaré para asegurarme de que no te metes a hacer otras actividades demasiado peligrosas. Tú mismo eres prueba de que ser un amante de la competición no quiere decir que seas adicto a la adrenalina. Y también de que una persona puede tener un accidente sin hacer nada en particular -dijo, mirándole la escayola.
Levantó la mano y le acarició la mejilla recién afeitada con mano temblorosa. Al sentir su piel firme y tibia bajo su mano, experimentó un cosquilleo que le subió por todo el brazo.
– Nada; navegar y montar a caballo contigo me parece… perfecto. Te amo -le susurró-. Tanto que apenas puedo soportarlo.
Josh se inclinó hacia delante y la besó con una pasión, un deseo y una posesividad que le dejaron aún más claro que sus palabras lo mucho que la quería.
– Entonces supongo que esto significa que oficialmente estamos saliendo otra vez… -murmuró Lexie, echando la cabeza hacia atrás para que pudiera besarla mejor en el cuello.
– Lexie, no quiero salir contigo.
Ella pestañeó asombrada. Una mezcla de confusión y recelo le atenazaron la garganta.
– ¿Que no…?
– No, maldita sea. Eso de citarnos no nos fue nada bien. Yo voto por que nos lo saltemos. Casémonos, Lexie.
Lexie lo miró anonadada.
– ¿Casarnos?
Divertido por su reacción, se inclinó hacia delante y le rozó los labios con delicadeza.
– Sí. Casarnos. Ya sabes. Tú, yo, un cura -se echó hacia atrás y meneó las cejas-. Una luna de miel.
Ella no sonrió. En lugar de eso, lo miró con mucha seriedad.
– ¿Estás seguro de estar listo para ese tipo de compromiso?
Se llevó la mano al corazón.
– Estoy más que preparado para llevar a cabo un compromiso -sus palabras la hicieron sonreír-. Y, para demostrarte que voy totalmente en serio, te he traído esto -se metió la mano en el bolsillo trasero del pantalón y le pasó un sobre-. Ábrelo.
Lexie abrió el sobre y sacó el documento que contenía. Tras leerlo por encima, su expresión se volvió de total confusión. Eran las escrituras del terreno que tanto deseaba.
– Vaya… -dijo y se le llenaron los ojos de lágrimas-. No puedo creer que lo hayas hecho.
– Por favor, no llores… Hablaré con el agente. Debe de haber algún modo de invalidar el contrato.
Sin dejar de llorar, Lexie soltó una risotada nerviosa.
– Eres el hombre más romántico, considerado y maravilloso que he conocido en mi vida -dijo mientras la cubría de besos; se echó hacia atrás y le sonrió-. Me siento abrumada.
– Bueno, no sabes el peso que me quitas de encima. Y espero que esto termine con todas tus dudas, porque no pienso separarme de ti -la estrechó contra su cuerpo y sonrió- en mucho, mucho tiempo.
Ella contoneó las caderas, y Josh sintió un latigazo de deseo.
– No me oirás quejarme -murmuró ella.
– Me alegro que me lo digas. Pero no me has respondido oficialmente a mi proposición -la miró a los ojos-. Entonces, ¿qué dices, cielo? ¿Quieres ser mi vaquera?
Ella le dedicó una sonrisa pausada y sensual que a punto estuvo de provocarle un infarto.
– No sabes cuánto.
***