Aquella era una de esas preguntas que no podía contestar.
¿Cómo decir la verdad? Su sueño era vivir exactamente lo que iba a vivir. Pero faltaba algo básico y fundamental para que fuera real: amor.
– He recibido una carta del abogado de Rod Manning -dijo Annie, en un cambio radical de tema.
– Rod… -Tom frunció el ceño-. ¿Qué demonios quiere?
– Una copia de mi informe sobre su caso.
– ¿Por qué?
– Supongo que porque quiere llevarme a juicio -dijo Annie-. Me odia.
– Seguro que no -dijo Tom-. Debe de haber llegado al estado de paranoia absoluta por el shock del accidente. Pero ahora debe de estar en vías de apaciguarse.
– No lo creo.
– ¿Te perturba mucho? ¿Es eso lo que te preocupa? -Tom se levantó y le puso las manos sobre los hombros. Contra su buen juicio, Annie decidió apoyar la cabeza en él-. Annie, estoy seguro de que no van a encontrar nada mal. Quizás hay otro motivo por el que quiere el informe.
Annie se las arregló como pudo para que no notara el efecto que su contacto provocaba en ella.
– Dudo que haya otro motivo. Kylie y su Betty ya están bien. Pero parece ser que Betty ha pedido el divorcio. Estaba cansada de pasarlo mal. Rod no paraba de beber. La noche de la fiesta Betty insistió en que no condujera. Pero él la obligó y ella no tuvo más remedio que meterse en el coche con su hija. Así es que ahora, no sólo ha perdido su carnet de conducir, sino también a su familia.
– Ya -Tom le estaba masajeando los hombros suavemente. El cuerpo de Annie comenzó a reaccionar de forma inesperada-. Annie, nada de eso es culpa tuya.
– Supongo que eso lo sé. Envié mi informe al comité de defensa médica y me dijeron que estaban bien, que hice lo que tenía que hacer y que, legal-mente, no podía evadir a la policía. Era mi obligación darles parte del grado de alcoholemia que tenía en la sangre.
– No me gusta nada ese hombre -Tom la apretó contra él-. Vas a ser mi mujer y no quiero que te ocurra nada. Rod puede llegar a ser muy violento.
Annie se sintió consternada ante semejante reacción. Realmente, Tom le estaba ofreciendo algo que muchas mujeres habrían encontrado más que satisfactorio: una posición social y su protección.
Pero para ella no era suficiente. Siempre había considerado que una mujer tenía que gozar de su independencia, que su posición era algo que debía procurarse a sí misma. Y, sin embargo, sí creía que el matrimonio debía basarse en el mutuo amor.
De algún modo, Tom acabaría queriéndola. Posiblemente ya la quería. Pero tal y como quería a sus perros.
La volvió a besar, otro beso afectuoso en la mejilla, y se volvió a marchar.
Tom iba a llevarse a Hannah y a los perros a la playa. Se llevaba a su familia. Pero en ningún momento se lo había ofrecido a ella.
Ambos sabían que con una llamada, Annie no tardaría ni dos minutos en estar en el hospital. A pesar de todo, no se lo había comentado.
Annie se dejó caer en la silla. ¿Estaba cometiendo el error más grande de su vida.
La boda fue perfecta.
No habría podido ser de otro modo. Todo el mundo se esforzó tanto, que resultaba imposible que no lo hubiera sido.
Incluso Tiny y Hoof tuvieron una actitud ejemplar.
Asistió todo el mundo que estaba en el listín de teléfonos y algunos más.
Pero, para disgusto de Chris, la boda no se pudo celebrar en la playa.
– Eso habría estado bien si la edad de los invitados hubiera oscilado entre los cinco y los cincuenta. Pero queríamos que viniese todo el mundo y eso habría complicado a mucha gente.
Chris miró a los dos.
– Sin duda estáis queriendo dejar bien claro que lo que empezáis es algo grande.
Annie no quiso responder. Bajó la cabeza y subrayó así un silencio que venía cuajándose desde hacía ya varios días.
Chris y Helen la vistieron con un traje sencillo pero muy bonito.
Era de tirantes, ajustado, en seda salvaje de color blanco. Las copas del pecho iban bien marcadas. Se ajustaban a sus senos perfectamente.
La espalda iba más decorada, con un escote amplio hasta la cintura, que cubría un encaje blanco muy trasparente.
La falda, ligeramente estrecha y larga hasta los pies, con un recogido atrás que creaba una pequeña cola.
La peinaron con su hermosa cabellera de rizos sueltos y le colocaron una corona de flores.
Cuando Annie se miró al espejo, la imagen que le vino fue la de una adolescente insegura preparándose para su primera fiesta.
Las risas de su madre y su hermana resonaron en su cabeza como un tambor.
Pero ellas no estaban allí. ¿De qué tenía miedo entonces?
– Estoy ridícula.
– Estas preciosa -dijo Helen.
– ¡Me gustaría que la pequeña Hannah pudiera llevar las flores! -dijo Chris-. Aunque, todo hay que decirlo, estás maravillosa con ese ramo en la mano.
– No.
– Sí, si lo estás. Y si no ves lo hermosa que eres es porque estás ciega -protestó Chris-. ¡Y no me digas que es que lo eres, porque está muy claro que no necesitas para nada esas malditas gafas que llevas. Lo único que haces es esconderte tras ellas. Bueno, aquí se acabó. Helen y yo hemos decido que discutiremos sobre todo esto más adelante. La matrona de honor está esperando. Y si alguien agarra el ramo y no soy yo, me voy a morir directamente.
La capilla estaba rebosante: gente, perros, flores, ruido.
Hannah parecía realmente feliz con lo que estaba a punto de acontecer.
Margaret Ritchie, en su silla de ruedas, agarró a la novia de la mano antes de recorrer el pasillo.
– Saborea este momento -le dijo la mujer
«No puedo», pensó Annie.
La marcha nupcial comenzó a sonar.
Muy pronto estuvieron casados. ¿Cómo había sucedido? Annie no lo sabía bien. Sencillamente, había sucedido.
El día concluyó y llegó la noche. Hubo una gran fiesta hasta el final, todos bailando bajo las estrellas.
Y, cuando la noche se fue cerrando, Tom agarró a su esposa.
– De acuerdo, mi encantadora Annie, ha llegado el momento de dejar a todos e irnos a la cama.
– ¿A la cama? -Annie se ruborizó, alzó la vista y lo miró aterrada.
– Ésa es la costumbre -dijo él-. Casi todo el mundo lo hace en su noche de bodas. Ya tengo a Hannah con Edna y a Hoof y a Tiny los he dejado en casa de un granjero. ¿Qué mayor sacrificio puede un hombre hacer?
Annie lo miró desconcertada. No había reglas en el juego que jugaban. ¿Cómo podía amar a aquel hombre y, a la vez, no amarlo?
¿Cómo podía estar derritiéndose por él y, al mismo tiempo, tener que evitar que él se diera cuenta? Ella no era más que una esposa de conveniencia.
– No te preocupes por nada, mi Annie -dijo él-. Será muy fácil.
¿Acaso alguna vez llegaría a quererla?
La noche marcó un buen comienzo.
Annie se despertó como si la hubieran santificado. No encontraba palabras para describir lo que había sucedido.
Seguro que no era más que un esposa de conveniencia, pero aquella noche la había sentido como una noche de puro amor.
Tom la había tomado como si se tratara de una piedra preciosa a la que había que tocar con extremo cuidado. Y ella se había derretido en sus brazos.
Parecían hechos el uno para el otro.
Su marido…
Ella levantó la cabeza y sintió que el corazón se le derretía. Tal vez aquello podría llegar a funcionar.
Él abrió los ojos. Su mirada era tierna, posesiva. Era su esposa.
– Despierta, dormilona -le dijo.
La besó en la frente y luego atrapó sus labios con pasión.
Annie sintió el temblor de su boca. Respondía a aquel hombre con una pasión desmedida.
Lo abrazó con fuerza. Necesitaba sentir su cuerpo desnudo.
– ¡Dios mío! ¡Me he casado con una mujer apasionada!
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