Marion Lennox - Un millonario enamorado

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Hay cosas que el dinero no puede comprar…
Molly Farr entendía por qué el millonario Jackson Baird era conocido como "el soltero más codiciado de Australia". Era guapo, encantador y rico… y Molly tenía que cerrar aquel trato con él o perdería su empleo. Por eso lo último que necesitaba era sentirse atraída por su cliente más importante. Especialmente sabiendo que Jackson tenía fama de salir solo con las mujeres más guapas y sofisticadas. ¿Qué podría ver en ella un hombre como él?
Molly no lo sabía…, pero Jackson sí.

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– Pues ayúdame -dijo ella-. No va a caber todo en mi alforja.

– ¿Pero no eres mi sirviente? -preguntó él en tono de broma, y Molly se sonrojó.

Capitulo 4

– No, señor Baird, no soy su sirviente -contestó ella, y siguió empaquetando.

Pero él no la ayudo, Permaneció mirándola, con una extraña expresión en su rostro pensativo.

«Menuda mujer!» El pensamiento había salido de la nada, y Jackson no tenía si idea de qué hacer con él. Montaron a caballo durante tres horas y a penas hablaron. No había necesidad de hacerlo.

Molly decidió que la finca se vendía por sí sola. Cada zona parecía mejor que la anterior. Era como un paraíso alejado del mundo. Cuanto más veía, los tres millones le parecían cada vez menos dinero.

Pero no era ella la que había puesto el precio. Hannah Copeland la había puesto a la venta por ese dinero y era Jackson quién tenía que decir sí o no. Si él decía que no, Molly llamaría a Hannah y le diría que aumentara el precio la próxima vez que se la enseñara a alguien.

– ¿Qué estás pensando? -preguntó Jackson, y Molly descubrió que él la estaba observando-. Estaba pensando en subir el precio.

– ¿Crees que tres millones es barato?

– Lo es, y tú lo sabes.

Jackson miró a su alrededor y tuvo que admitirlo.

– Si.

– Entonces, ¿si te pido más dinero?

– Te diré que te des una ducha de agua fría.

– Qué franco -sonrió ella-. ¿Pero estás de acuerdo en que es una ganga?

– Imagino que hay algunas condiciones, ¿no?

– Puede que sí. Si estás interesado de verdad contactaré esta misma tarde con la señora Copeland y le preguntaré qué tiene pensado.

– Puede que una condición sea quedarse con Doreen y Gregor.

Molly pensó que podía ser una posibilidad. La pareja de ancianos había vivido allí la mayor parte de su vida y sería muy duro para ellos tener que mudarse a otro lugar.

– ¿Eso sería un problema?

– Ese tipo de obligaciones son una lata.

– Supongo que serían fieles al nuevo propietario.

– Deberían retirarse, y tú lo sabes.

Ella lo miró a los ojos.

– ¿Y serás tú quien los despida? -de pronto, sintió que su respuesta era muy importante para ella. Sabía cuál debía ser su respuesta, él era un despiadado hombre de negocios, pero en el poco tiempo que había pasado con él, había descubierto su amabilidad, y era muy importante para ella que él siguiera mostrándosela.

– Solo porque haya curado a una rana no creas que soy un hombre sensible.

– También te portaste muy bien con Sam.

– De acuerdo, fui amable con Sam -admitió-. Ninguna de esas dos cosas me costaron dinero.

– Y si te hubieran costado dinero… ¿lo habrías hecho?

– Depende de cuánto. Cualquier cosa que fuera más de dos peniques la habría consultado con mi contable.

Ella se rió y se volvió hacia el sol. Hacía tiempo que no se sentía tan bien. Al menos desde la muerte de Sarah. Jackson le había regalado ese día, y tenía que estarle agradecida.

– ¿Mantendrás a Doreen y a Gregor como empleados?

– Todavía no he dicho que vaya a comprar este lugar.

– Tampoco has dicho que no.

– Puede que no lo haga.

– Sí, claro -Molly sabía que lo tenía atrapado. Parecía que las cosas iban muy bien. Pero no quería presionarlo, así que guió a su caballo hacia el río-. Si seguimos el río acabaremos en casa -le dijo.

– No.

– ¿No?

– Acabaremos nadando -le dijo él-. Parece fabuloso.

– Parece mojado.

– ¡Gallina!

– No he traído bañador -dijo ella-. Y los agentes inmobiliarios respetables no se bañan en ropa interior con sus clientes. No está bien visto.

– Qué lástima.

– Es una lástima -sonrió ella-. Pero no permitas que yo te lo impida.

– ¿Desnudarme?

– Como si fueras mi invitado. Te prometo que no sacaré una cámara. Y si lo hago, será una muy pequeña.

– Sabes, no me sorprendería nada que llevaras una junto al repelente para sanguijuelas -dijo él.

Ella soltó una carcajada. El sonido de su risa era alegre, y él permaneció sentado en la silla de montar, mirándola. Cuando ella continuó avanzando, él tuvo que hacer un esfuerzo para seguirla.

¿Qué diablos le estaba pasando? ¡No tenía ni la menor idea!

Pero al final, Molly terminó nadando. No tuvo elección. Llegó al río antes que Jackson, y cuando él la alcanzó, se percató de que su risa había desaparecido y de que miraba fijamente a la corriente.

– ¿Qué ocurre? -miró hacia donde miraba ella y lo comprendió-. Oh…

Un poco más arriba, habían caído un par de troncos sobre el río, y las ramas y las hojas se habían amontonado encima. Un cachorro de canguro había saltado sobre las ramas pensando que era suelo firme y el animal había quedado atrapado y la corriente lo arrastraba hacia el mar.

En la otra orilla, una canguro seguía horrorizada los pasos de su cachorro. Saltaba de un lado a otro, sabiendo que no debía arriesgarse, pero sin querer abandonar a su cría. El cachorro de canguro podía ahogarse en poco tiempo. Jackson miró a Molly y vio que se había bajado del caballo y se estaba quitando las botas.

– ¿Qué diablos estás haciendo?

– Puedo alcanzarlo.

– El agua te arrastrará hasta el mar.

– A mí no. Soy una chica de campo… ¿recuerdas? Nací y crecí junto al mar Puedo nadar como un pez.

Jackson se bajó del caballo y la agarró del brazo para retenerla.

– No seas estúpida, solo es un canguro -Molly trató de zafarse con fuerza, pero él la retuvo-. Molly, no.

– Puedo hacerlo. ¿Solo es un canguro? Sí, y también era solo una rana. No puedo dejar que se ahogue.

– ¿Y cómo piensas agarrarlo? Te hará pedazos -vio la expresión de su rostro y decidió estudiar la entrada al río.

Quizá ella tuviera razón. Quizá era posible. El agua parecía lo bastante clara. Aparte de los troncos y las ramas que atrapaban al canguro no había mucho más dónde poder engancharse, y el fondo del río parecía de arena.

– Entraré yo -dijo él.

– ¡No puedes!

– ¿Por qué no? -él estaba quitando la silla del caballo-. Necesitaremos las correas y la manta para sujetar al canguro. Ayúdame.

– Si te ahogas, Trevor me matará. Millonario muerto por un canguro. No creo que le guste.

– No pienso ahogarme.

Ambos se miraron.

– Entraremos juntos -dijo Molly.

– No seas ridícula -Jackson se estaba quitando las botas.

– ¿Quién es el ridículo? Si entra uno, entramos los dos -dijo Molly, y se metió en el agua antes que él.

Jackson no la siguió. La observó y esperó.

Sabía que no merecía la pena lanzarse sin más. Lo había aprendido durante su carrera profesional. Era mejor esperar y emplear la lógica.

Molly parecía saber lo que estaba haciendo y, tras observarla, Jackson lo confirmó. Se había metido en el agua y nadaba contra corriente para llegar al centro del río antes que el canguro. Al ver que nadaba con fuerza y decisión, Jackson se quedó tranquilo. Molly estaba a salvo. Se ató la manta y las correas a la cintura y se metió en el agua.

Molly era una buena nadadora, pero Jackson era mejor. Mientras ella tenía que atravesar la corriente en diagonal, él podía atravesarla en perpendicular.

El canguro seguía flotando río abajo, hacia ellos. Y apenas se le veían las orejas y los ojos en la superficie. Las ramas sobre las que se encontraba se estaban rompiendo y cada vez estaba más hundido.

Jackson llegó hasta la mitad del río primero, y Molly poco después. Cuando llegó junto a él, Jackson le tendió la mano y ella se agarró con decisión. Segundos más tarde, el canguro se dirigía hacia la barrera que ellos habían creado con los brazos.

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