Rachel Gibson - Lola Lo Revela Todo

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Lola Lo Revela Todo: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando la ex modelo Lola Carlyle se entera de que unas fotos suyas muy privadas están colgadas en Internet, decide esconderse en un lugar soleado y?eso cree? seguro, hasta que las habladurías se apaguen. Todo va bien en el yate en el que Lola intenta relajarse, hasta que un hombre que asegura llamarse Max Zamora y trabajar como agente secreto del gobierno se apodera de la embarcación. Su cobertura ha fracasado y debe ocultarse de los hombres que lo persiguen. Lola no le es desconocida: la ha visto, casi desnuda, en las portadas de las revistas de moda. Es más hermosa y sexy en persona, pero el problema es que cuando se enfada resulta insoportable…
Esta extraña pareja se encontrará a la deriva en medio del océano, mientras la temperatura sube sin control…

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Sintió el calor del sol sobre los hombros y se quitó la camiseta negra. La humedad era tan densa que se cortaba con la mano, y utilizó la camiseta para secarse el cuello y el pecho. Luego la tiró al suelo de cubierta.

Había pasado la noche despierto, imaginando cualquier posible situación. Al salir el sol se levantó y comprobó que los miedos nocturnos se habían cumplido: estaban parados en medio de las aguas. Encontró los interruptores de los circuitos que habían saltado a causa del fuego y consiguió conectarlos. Mientras durara el gasóleo, los motores y generadores funcionarían y proporcionarían luz a todo el barco. Pero aunque los motores funcionaran, si no encontraba la forma de navegar y controlar la velocidad y la dirección del yate, resultaban del todo inútiles excepto para generar electricidad. Los depósitos de agua estaban medio llenos y Max pensó que si racionaban el agua y el gasóleo tenían para unos treinta días. A partir de ese momento, las cosas se complicarían de verdad. Tanto el sistema de comunicación como el de navegación estaban destruidos por completo y no había modo de repararlos. Por la mañana había echado un vistazo y se había dado cuenta de que no podía hacer nada para que volvieran a funcionar.

La corriente les empujaba hacia el noroeste a una velocidad de unos dos nudos y medio, o tres millas por hora en el mejor de los casos, según estimó Max. Si seguían a esa velocidad y en esa dirección, se acercarían lo suficiente a alguna de las islas Bimini para que los viesen los pescadores deportivos. Si todo iba bien, en pocos días unos simpáticos pescadores los avistarían y los llevarían al puerto más cercano.

A no ser, por supuesto, que el viento les condujera hacia el sur, en cuyo caso era posible que acabasen en aguas cubanas. Max miró al cielo despejado y a las escasas nubes. Hacía tiempo que no disfrutaba de un buen Cohiba.

En realidad, no temía morir en medio del mar. Descartando una tormenta o un accidente -lo cual, dado lo ocurrido la noche anterior, no era una posibilidad tan lejana- cualquier barco que flotase acababa llegando a tierra o encontrando a otro barco. La única pregunta era cuánto tardaría en producirse eso.

Al levantarse, registró todos los armarios, compartimentos, cajones y vitrinas. Encontró un equipo de pesca, comida enlatada, ropas, una máquina de afeitar y una caja de condones (extra finos). Lo que no encontró fue otra radio de más ni un equipo de retransmisión. Tampoco había armas a bordo, la cual le ponía en una situación de vulnerabilidad y reforzó su creencia de que lo mejor que podía hacer en ese momento era descansar.

Mientras la señorita Carlyle roncaba en la cubierta de popa, con una pierna desnuda desde la cadera al dedo gordo del pie, él se entretuvo en buscar el radiofaro de emergencia. Lo encontró en un lado del barco, en el lugar que le correspondía, pero cuando lo abrió descubrió que las pilas no sólo eran viejas sino que estaban corroídas, lo cual inutilizaba el equipo por completo.

Buscó en la caja de supervivencia pilas de recambio, pero las que encontró eran las mismas que había en el momento de comprar el kit, en 1989. Por supuesto, tampoco podía contarse con ellas.

No le había mentido a Lola al afirmar que no sabía si alguien lo buscaba. A esas alturas el Pentágono ya debía de saber que estaba ilocalizable, y también que un yate había desaparecido del puerto de Nassau. Pero la posibilidad de que relacionaran ambos hechos era sólo una conjetura por su parte. Además, en caso de que imaginaran que era él quien dirigía el barco, lo más probable era que esperasen a que regresara, en lugar de salir a buscarlo. Al menos por el momento. Pero André Cosella era otro tema, Él sí estaría al acecho. El tipo no sabría por dónde empezar a buscar, pero seguro que lo buscaría. Ése era el problema con los señores de la droga: si uno les mataba a un hijo se disgustaban mucho. Si André encontraba a Max, las cosas se pondrían realmente serias; y más valía que Lola no supiese nada sobre eso. Dormiría mejor por la noche si su mayor preocupación seguía siendo cómo utilizar el espejo de señales.

Un repiqueteo de uñas sobre fibra de vidrio procedente de estribor captó su atención. Ese molesto perro venía hacia él, seguramente con la intención de rematar el duelo de miradas. Se acercó a la escotilla de la sala de máquinas y se sentó. Ambos tenían ahora los ojos al mismo nivel. Max se preguntó si, lanzando un palo, podría hacer saltar a esa rata en miniatura por la borda. Plaf: Adiós.

Baby Doll Carlyle volvió a adoptar la postura de disecado, decidido a librar otro combate. El perro había ganado el primero, y Max se dijo que era sólo por aburrimiento que consentía en volver a mirar fijamente al chucho.

Unos diez minutos más tarde, el perro levantó una ceja y Max creyó que empezaba a vencerlo.

– Te cagas encima, ¿eh, chico? -Max utilizó su mejor tono de instructor de las Fuerzas Especiales de la Marina.

– Encantador.

Max elevó la vista más allá de los pies, las pantorrillas, el chal rojo, los botones de la blusa blanca, los pechos y el cuello, y miró a Lola. Un azul cielo caribeño a juego con las gafas de sol de color azul, le enmarcaba la cabeza. El maquillaje que llevaba la noche anterior había desaparecido, y tenía color en las mejillas a causa del sol y el calor. Llevaba el pelo recogido en una coleta alta, y unos pocos mechones le caían por el cuello y se le pegaban en la piel por el calor.

Estaba absolutamente impresionante y, por el rictus de las comisuras de la boca, Max dedujo que lo consideraba un absoluto idiota. Lo cual representaba una excelente mejora con respecto a esa mañana, cuando lo había mirado como si fuera un violador.

– Ya te dije que soy un chico encantador.

– También lo era Ted Bundy.

Era obvio que no estaba equivocado en cuanto a la opinión que Lola tenía de él. No le importaba, pero la manera que tenía de sobresaltarse cuando él simplemente la miraba, o el modo en que se hundía en su asiento con los ojos abiertos de par en par a la espera de que saltara sobre ella, lo sacaba e quicio.

– El generador y los motores funcionan -le informó Max. Salió de la sala de máquinas, sin hacer caso del dolor que sentía en el costado, y cerró la escotilla-. Tenemos que ahorrar combustible, así que sólo los encenderé por la noche un par de horas, y durante el día en caso de que necesites el váter.

Ella no pronunció palabra, y él la miró. Lola estaba observando el vendaje que llevaba en el tórax y los morados que tenía alrededor del mismo.

– Alguien te ha dado una buena paliza. ¿Qué pasó, te pillaron en medio de una violación o un saqueo?

– No fue nada tan divertido. Sencillamente apuré demasiado la bienvenida. -Ella levantó la vista hacia la suya y él añadió-: Una cuestión de tiempos y de mala suerte.

– Sé a qué te refieres -contestó Lola; él estaba seguro de que lo entendía-. ¿Dónde estabas para resultar tan inoportuno?

Max miró aquellos ojos provocadores a través del cristal de las gafas de sol. El color que tenían le recordaba el de un buen whisky Macallan: suave, ligeramente ahumado y muy caro. Para disfrutar lentamente, y tan añejo que templaba todo el cuerpo.

Ella también tenía la madurez suficiente para saber en qué se había metido, así que, al mirarla a los ojos, Max cambió de opinión respecto a no mantenerla informada. Decidió contárselo; no todo, pero lo suficiente.

– ¿Has oído hablar alguna vez de André Cosella?

– No.

– Es el jefe del cártel de los Cosella y se dedica a pasar cocaína a Estados Unidos a través de las Bahamas.

– ¿Eres miembro de un cártel?

Max la miró con atención y se dio cuenta de que hablaba absolutamente en serio.

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