Susan Mallery - Buscando La Perfección

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La infancia nómada de Charity le hacía desear establecerse en un lugar donde poder echar raíces, y en Fool’s Gold encontró lo que buscaba. Inmediatamente se enamoró de todo lo que la pequeña ciudad de cuento le ofrecía; de todo, excepto de su más sexy y famoso residente, el antiguo ciclista campeón del mundo Josh Golden.
Con la larga lista de desastres amorosos que Charity tenía a sus espaldas, no estaba dispuesta a arriesgarse a salir con otro chico malo, ni siquiera aunque todo el mundo pensara que era perfecto tal y como era. Pero tal vez eso era justo lo que él necesitaba: alguien que supiera encontrarle defectos. Alguien que supiera que él sólo buscaba la perfección.

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Estaba a punto de disculparse cuando su mirada se posó en un muñequito de plástico que Robert tenía sobre el escritorio y que le resultaba vagamente familiar.

– ¿Es ése…?

– Josh Golden -respondió él-. ¿Lo has conocido ya?

– Eh… sí.

¿Había hasta muñecos de él?

– ¿Y qué te ha parecido? -le preguntó con un tono natural y despreocupado, aunque a ella le pareció ver un intenso brillo en su mirada.

– No he tenido tiempo de pensarlo -respondió diciéndose a sí misma que era casi verdad. No ser capaz der respirar era un síntoma de un escaso funcionamiento de las neuronas.

– Es un ciclista muy famoso. Ganó el Tour de Francia y todo.

– No soy muy aficionada a los deportes -admitió-. ¿Por qué está aquí en lugar de estar compitiendo?

– Se retiró hace un tiempo. Todas las mujeres de por aquí están locas por él y tiene reputación de ser un ligón. Seguro que tú también caerás rendida a sus pies.

Charity miró a Robert.

– ¿Cómo dices?

– Es inevitable. Ninguna mujer es capaz de resistirse.

¿No quería desafíos? Pues ahí tenía uno, se dijo un poco furiosa.

– Por lo menos debe de haber una que le haya dicho que no.

– No, que yo sepa. Pero Josh no va en serio con ninguna, él disfruta únicamente con el ligoteo.

Al oír eso, la conversación dejó de gustarle.

– ¿Es eso una advertencia?

– No. Es sólo que… eh… -la miró-. Me gustaría que fueras diferente, Charity.

La mirada de Robert era cálida y afectuosa. Charity le sonrió.

– Haré lo que pueda. No soy ninguna groupie.

– Bien.

Ella se levantó.

– Tengo que volver al trabajo. Ha sido un placer conocerte.

Él también se levantó.

– El placer es todo mío.

¡Qué tipo tan simpático!, pensó al marcharse. Por fuera, era todo lo que ella buscaba aunque, claro, el resto de hombres que habían pasado por su vida también podrían haber encajado en esa descripción y habían terminado siendo un desastre.

No había ido a Fool's Gold a enamorarse, se recordó. Había ido a desempeñar un trabajo y a echar raíces. Sin embargo, enamorarse del hombre adecuado y casarse sería genial ya que formar una familia siempre había sido uno de sus sueños.

Pero para eso había tiempo, pensó de camino a su despacho, y si su corazón no había sufrido ninguna arritmia ante la presencia de Robert, tal vez había sido mejor así. Ya había aprendido la lección. Sería totalmente sensata en lo que respectaba a su vida personal. Sensata y racional. De lo contrario, todo saldría mal. De eso estaba segura.

El resto de la semana laboral pasó rápidamente. Conoció a más miembros del Ayuntamiento, todos ellos mujeres, y se familiarizó con los proyectos que estaban desarrollando. Sheryl se marchaba a las cuatro y media casi cada día, pero Charity se quedaba a trabajar hasta más tarde. El jueves se quedó casi hasta las siete, momento en el que el estómago le rugió con tanta fuerza como para hacerle perder la concentración. Miró por la ventana y se sorprendió al ver que ya había anochecido.

Después de bajar la tapa de su nuevo y flamante portátil, recogió su bolso y un maletín lleno de los documentos que revisaría después de cenar y se marchó.

El edificio estaba en silencio y daba un poco de miedo. Rápidamente, salió a la calle donde una fresca brisa le hizo desear llevar encima un abrigo algo más grueso. El día más frío de Henderson, un barrio residencial de Las Vegas, había sido más cálido que esa tarde de comienzos de primavera en las colinas de Sierra Nevada.

Por suerte, el hotel sólo se encontraba a un par de manzanas. Charity corrió por la acera y cuando llegó a la esquina, vio a un anciano barriendo los escalones de la librería que había visitado durante la hora del almuerzo. Él la saludó y ella se detuvo.

– No te conozco -dijo entrecerrando los ojos ante el resplandor de la farola-, ¿verdad?

Su tono era cordial. Ella le sonrió.

– Soy Charity Jones, la nueva urbanista.

– ¿Ah, sí? Eres muy guapa, aunque bueno, todas las señoritas son guapas, incluso las que no lo son -se rió y tosió-. Soy Morgan. Morgan, a secas, y esta es mi librería.

– Oh, es maravillosa. Ya he comprado aquí en dos ocasiones.

– Pues no he debido de fijarme en ti. La próxima vez te diré algo. Dime qué te gusta leer y me aseguraré de tenerlo en la tienda.

Eso sí que era un buen servicio, pensó ella encantada.

– Gracias, es usted muy amable.

– Un placer. ¿Sabes cómo ir a casa?

– Estoy alojándome en el Ronan's Lodge.

– Pues está sólo a dos manzanas. Me quedaré aquí y me aseguraré de que llegas bien. Date la vuelta y salúdame con la mano cuando llegues a las escaleras.

Su ofrecimiento fue inesperado. No le preocupaba que fuera a pasarle nada durante el recorrido entre la librería y el hotel, pero era agradable saber que alguien estaba ahí si eso sucedía.

– Gracias. Es usted muy amable.

Él le guiñó un ojo.

– Me han llamado muchas cosas, Charity, pero me gusta que me llamen «amable». Que pases una buena noche.

– Gracias.

Caminó el resto del camino hasta el hotel y cuando llegó a los escalones que conducían al vestíbulo, se giró. Morgan estaba observando. Lo saludó y él le respondió alzando la mano. Después, siguió barriendo.

En ese momento tuvo claro que le gustaría vivir allí porque, aunque cada sitio tenía sus rarezas, en Fool's Gold había muchas cosas que apreciar.

Se detuvo antes de empujar las puertas dobles que conducían al interior del hotel; eran grandes y estaban profusamente talladas, parecían artesanía de otra época.

Ronan's Lodge, también conocido como Ronan's Folly, era un hotel enorme situado junto al lago. Se había construido cuando el oro fluía como los ríos de donde los hombres lo cribaban. Ronan McGee, un inmigrante irlandés, había llegado al oeste para hacer fortuna y después había gastado su mayor parte en la construcción del hotel.

Charity había leído su historia la última vez que había estado en la ciudad cuando, al ser incapaz de dormir la noche antes a su entrevista de trabajo, había hojeado todos los folletos turísticos que había encontrado en la habitación.

Ahora, mientras entraba en el inmenso vestíbulo con sus paredes paneladas con madera tallada y la enorme lámpara de araña importada hecha de cristal irlandés, se sintió como en casa. Con el tiempo compraría una casa y se adaptaría a la vida en Fool's Gold, pero Ronan's Lodge era el mejor alojamiento temporal que podía tener.

Pasó por delante del mostrador de recepción en dirección a la escalera curvada que la llevaría a la segunda planta desde donde una pequeña escalera de caracol llegaría a la tercera, donde tenía una pequeña suite.

Apenas había puesto la mano sobre la barandilla, sin subir aún el primer escalón, cuando alguien le habló. La voz venía de detrás y dijo una única palabra.

– Hola.

No tuvo que mirar para saber de quién se trataba.

Lo único que tenía que hacer era quedarse allí de pie sintiendo cómo el corazón se le descontrolaba dentro del pecho y cómo iba invadiéndola un intenso calor.

Su semana había comenzado con una invasión de Josh Golden y parecía que terminaría del mismo modo. La única pregunta que le surgió antes de girarse hacia él fue por qué, de todos los hombres del mundo, tenía que ser él.

Tres

Charity se giró y se encontró a Josh de pie a su lado en el vestíbulo. Era tan alto como recordaba, aunque su alborotado pelo ahora parecía más dorado que rubio. Los rabillos de sus ojos verde avellana se arrugaron ligeramente a la vez que su boca se curvaba en una sonrisa. Posiblemente era el hombre más guapo que había visto en persona y, por si eso fuera poco, hacía escasas horas que había vuelto a ver su trasero desnudo. ¡Cómo no iba a resultarle difícil concentrarse!

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