Susan Mallery - Cara a Cara

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Su voz es lo que él escucha en el teléfono cuando él chequea sus mensajes. Él es un sexy hombre solitario feliz de escuchar cuando ella le daba lata sobre su vida aventurera. Ellos eran amigos, pero nunca se habían conocido… hasta que un fuego los puso cara a cara. Ahora ellos deben hacer frente a su mutua atracción sin el santuario del anonimato.

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Era como si hubiese podido leer la oscuridad de su alma.

– Tú no destruiste a Evelyn -siguió-. Ojalá pudiera convencerte de eso, pero no puedo. Te equivocaste al casarte con ella sabiendo que no podías amarla del modo en que un hombre debe querer a su mujer, pero ella también se equivocó. Se equivocó por retenerte a su lado e intentar que la culpa te empujara a quererla. Y como tú ya sabes bien, uno no puede obligarse a querer a nadie.

Dio un paso hacia él, pero no se acercó.

– Y yo también lo sé -dijo con suavidad-, porque llevo meses queriéndote y esperando que tú llegases a quererme -se encogió de hombros-. Pero no ha sido así, y no hay nada que pueda hacer al respecto. No es culpa tuya ni mía. Simplemente ha sido así, y ahora la cuestión es que queriéndote como te quiero, saber que tú nunca llegarás a quererme me hace imposible seguir aquí. Crecí cuidando de mi madre, y perdí casi todos mis sueños por el camino. Gracias a ti, he conseguido recuperarlos, y no pienso volver a perderlos, así que tengo que empeñarme en hacerlos realidad. Creía que íbamos a poder hacerlo juntos, pero tendré que contentarme con seguir sola.

Con qué facilidad hablaba… él apenas podía mantenerse en pie, y ella parecía estar perfectamente. Casi como si todo aquello no tuviese importancia.

Ella lo quería. Seguramente ya lo sabía, aunque no había querido verlo. Había entrado en su vida y ahora iba a marcharse. ¿Cómo iba a sobrevivir sin ella?

– Cathy, no… no tiene que ser así.

– Tiene que serlo. Tú quieres vivir con tu dolor y tus cicatrices. Estás muy cómodo aquí, escondido como un animal herido. Ya sabía los riesgos que corría al enamorarme de ti. Sabía que era probable que nunca llegaras a sentir lo mismo por mí, pero de todas formas, permití que ocurriera. Corrí el riesgo. Ha debido ser el primer acto de valentía de mi vida, y me sentí bien -se irguió para continuar-. Ahora duele. Me duele respirar, hablar, estar aquí delante de ti como si no me estuviera muriendo por dentro, pero lo estoy haciendo. Voy a sobrevivir; yo estoy dispuesta a correr el riesgo y tú no.

– Yo también he corrido riesgos -dijo, en un débil esfuerzo por defenderse, cuando en el fondo sabía que todo lo que le había dicho era verdad… ella era valiente, y él un cobarde.

– No estoy hablando de negocios -replicó-, sino de la vida personal. Tú te escondes para no enfrentarte a la responsabilidad de lo que sientes o de lo que haces con los demás. No es que no te permitas querer a nadie… es que ni siquiera te permites quererte a ti mismo.

Sus palabras le dieron de lleno.

– He aceptado la responsabilidad por lo que te he hecho a ti. Me equivoqué y lo siento. No era mi intención hacerte daño.

– Ya, pues lo has hecho -miró a su alrededor-. Echaré de menos este lugar. Ha sido una fantasía preciosa -volvió su atención sobre él-. Llamaré a Ula por la mañana y le pediré que me haga el equipaje, y vendré por él más tarde, si te parece bien.

Stone dio un paso hacia ella. No podía marcharse. Así, no. No sin darle otra oportunidad.

– No te vayas. Aún podemos conseguir que esto funcione.

– No, no podemos. Además, sería demasiado doloroso para mí estar contigo todos los días y saber que no me has querido. Necesito empezar de nuevo.

– ¿Y qué vas a hacer? ¿Adónde vas a ir?

– Eso no es asunto tuyo. Tú ya has hecho lo que querías hacer: arreglar mi vida. Enhorabuena.

– Cathy, no te vayas así. Déjame por lo menos que te haga un cheque. Necesitarás dinero para empezar. Podrías montar un negocio o algo así. Estaría encantado de poder financiarte.

Su mirada se volvió fría como el hielo, y en aquel momento vio en sus ojos algo que no había visto nunca: en aquel momento, lo odiaba.

– Si piensas que todo esto tiene algo que ver con el dinero, es que no me conoces en absoluto.

Capítulo 16

Cathy se sentó en la cama que había ocupado durante los primeros meses de su estancia en casa de Stone. Se llevó las rodillas al pecho y apretó con fuerza, pero sabía que no iba a poder contener los sentimientos que iban a romperla en mil pedazos.

Todo su ser le dolía. Sólo respirar le producía más dolor del que había sentido en toda su vida. No dejaba de repetirse que ella ya sabía que iba a ser así, que ya sospechaba que no sentía nada por ella… al menos no del mismo modo que ella. Pero pensarlo y oírlo eran dos cosas muy distintas.

Ojalá pudiera llorar. Quizás así se sentiría mejor. Quizás así podría empezar a sanar, pero por el momento las lágrimas no acudían a ella. Sólo el dolor y la sensación de que iba a necesitar más de una vida para sobreponerse al dolor de querer a Stone.

Aunque intentaba no pensar en ello, sus palabras reverberaban en su cabeza. Había llegado a ofrecerle dinero, como si fuese una mujer que hubiese comprado. Como si de verdad fuese una puta. Quizás eso era lo que más le dolía. Podía comprender que una persona no se enamorase de otra, pero tener que soportar que la tratase así… eso le quitaba su cualidad de persona ante sus ojos, y era más de lo que podía soportar.

Se tumbó de lado en la cama y volvió a apretarse las rodillas. Un plan. Necesitaba un plan. «Piensa en lo que vas a hacer ahora», se dijo. Quizás consiguiera distraerse.

Primero tenía que salir de allí. En cuanto fuese capaz de respirar, tenía que marcharse. Era más de las doce, así que no se molestaría en llevarse muchas cosas. El bolso, quizás un par de prendas. Ya llamaría a Ula por la mañana. Cathy esperó sentirse humillada, pero no fue así. No sabía qué pensaría Ula sobre lo que había ocurrido, pero en el fondo sabía que su corazón la comprendería.

Después tendría que ocuparse de que algún servicio de esos de mensajería viniese a buscarlo.

Segundo: tenía que tomar unas cuantas decisiones sobre su futuro. Un trabajo y algunas clases en la universidad. Por lo menos el tiempo que había pasado con Stone le había enseñado que le gustaba el mundo de los negocios.

Tendría que empezar a ahorrar porque estaba embarazada de mes y medio y el niño iba a necesitar…

El inesperado sollozo le desgarró la garganta. Un hijo. Dios, iba a tener un hijo. Las lágrimas rodaron por su sien y le humedecieron el pelo. Se llevó una mano a la boca y la otra al vientre donde crecía una vida en ciernes.

No estaba segura de qué significaban aquellas lágrimas. Aunque no tenía pensado quedarse embarazada, siempre había deseado tener una familia. Lo mejor hubiera sido tener un marido a su lado, pero había descubierto hacía poco que era una mujer fuerte, así que a los dos les iría bien solos.

Las lágrimas cedieron. Al final, tendría que decirle a Stone la verdad. Se merecía saber de su hijo, aunque seguramente sería absurdo. No había querido saber nada de ella, así que lo más probable era que tampoco le importase el niño. De todas formas, tenía que decírselo, pero no en aquel momento. Necesitaba unos cuantos días para recuperar fuerzas.

Cuando después de un buen rato se quedó sin excusas, se incorporó y se levantó. Estaba temblorosa y cansada, lo cual no era de extrañar, teniendo en cuenta por lo que había pasado aquel día.

Sacó una pequeña maleta del armario y la llenó con lo que creyó que iba a necesitar hasta que tuviese el resto de sus cosas. No tardó mucho. Entonces, llegó el momento de marcharse.

Caminó hasta las escaleras, pero en vez de bajar, y a pesar de saber que era un error, pasó de largo y se adentró en el pasillo que conducía hacia el despacho de Stone, en el que brillaba aún la luz.

No se había ido a dormir. No era extraño. Apenas dormía. Sabía que no quedaba nada que decir, pero quería verlo por última vez, así que inspiró profundamente y entró en su despacho.

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