Betina sonrió.
– Querida, el sarcasmo es lo mejor.
Desde entonces, surgió la amistad.
Por aquel entonces. Betina tenía treinta años, ya llevaba una década viviendo sola y le había insistido en comprar un apartamento en una buena zona de Washington D.C.
Había cuidado de Meri después de sus dos operaciones, le había ofrecido sus consejos en moda, en asuntos de amor y le había conseguido un entrenador personal para ayudarla a estar en forma.
– ¿Por qué es un error vengarme? -preguntó Meri mientras su amiga acababa de deshacer las maletas-. Se lo ha ganado.
– Porque no lo has pensado bien. Vas a meterte en problemas y no quiero que eso te pase. Tu relación con Jack no es lo que piensas.
Meri frunció el ceño.
– ¿Que quieres decir? Soy consciente de mis sentimientos hacia Jack. Perdí la cabeza por él y él me hirió, y por eso he sido incapaz de olvidarlo. Si me acuesto con él, me daré cuenta de que no es tan especial después de todo. Lo bueno es que se quedará deseando tener más.
Betina se sentó a su lado y le acarició su corto cabello.
– Odio viajar. Me quedo hinchada -dijo, y respiró hondo antes de continuar-. No perdiste la cabeza por Jack. Estabas enamorada y todavía lo estás. Tienes una conexión emocional con él, aunque te cueste admitirlo. Acostarte con él tan solo te hará sentirte más confusa. El problema de tu plan es que la persona que acabará deseando más, serás tú.
Meri se sentó y tomó las manos de Betina.
– Te quiero y te admiro, pero estás equivocada.
– Eso espero, por tu bien.
Su amiga parecía preocupada. Meri le agradecía su apoyo, pero nunca estarían de acuerdo en aquel asunto. Era mejor cambiar de tema.
Soltó las manos de Betina y sonrió.
– Así que Colin está en la habitación de al lado.
Betina se sonrojó.
– Baja la voz. Te va a oír.
– Venga, por favor. No se enteraría ni de una explosión nuclear si está concentrado en algo. Al pasar por su puerta, estaba conectando el ordenador. Estamos a salvo. ¿Has visto cómo os he ubicado en la casa mientras todos los demás se quedan en hoteles?
– Sé que algo pasará antes o después. Es un verdadero encanto. Ya sabes lo mucho que me gusta, pero no estoy segura de que yo sea su tipo.
– No tiene tipo, es un empollón. ¿Crees que tiene muchas citas?
– Debería. Es adorable, tan listo y divertido…
Su amiga estaba locamente enamorada, pensó Meri. Y estaba convencida de que Colin también estaba interesado en Betina.
– Tiene miedo de ser rechazado -dijo Meri-. Esa sensación la conozco muy bien.
– Yo no lo rechazaría -dijo Betina-. Pero nunca funcionará. Soy demasiado vieja y gorda para él.
– Tienes seis años más que él, lo que no es nada. Y no estás gorda. Tienes tus curvas y a los hombres les gusta eso.
Meri había pasado la última década viendo cómo su amiga conocía, salía y se acostaba con hombres, y luego los dejaba.
– Pero no a Colin. Apenas me habla.
– Lo que es curioso, porque habla con todos los demás.
Era cierto. Colin parecía quedarse en blanco cuando Betina estaba presente.
Al principio, cuando su amiga le confesó su interés por Colin. Meri se había mostrado protectora con su compañero. Quizá Colin disfrutara con Betina, pero una vez ésta lo dejara, se quedaría con el corazón roto. Pero Betina había admitido que sus sentimientos por él eran profundos.
Después de asimilar la idea de que su amiga se hubiera enamorado, Meri se había mostrado dispuesta a ayudar. De momento, no se le había ocurrido ninguna manera de acercar a la pareja, pero la casa de Hunter le había ofrecido la oportunidad perfecta.
– Tendrás tiempo -dijo Meri-. Jack y yo nunca venimos aquí, así que tenéis toda esta planta a vuestra disposición. Podréis hablar relajadamente, los dos solos, sin tensiones. Será estupendo.
Betina sonrió.
– Hey, yo soy la optimista.
– Lo sé. Me gusta ejercer de mayor. No se me presenta la ocasión muy a menudo.
– Cada vez pasa más.
Meri se inclinó y abrazó a su amiga.
– Eres la mejor.
– Tú también.
Jack levantó la cabeza al oír pasos en la escalera. Unos segundos más tarde, Meri apareció en la oficina.
Se había puesto una falda estrecha y un top ajustado, se había recogido el pelo y se había maquillado.
Mirando en Internet había descubierto que el hombre que había mencionado no era uno de sus científicos. Trabajaba en Washington D.C. y estaba a varios kilómetros de distancia. No es que a Jack le importara, tan sólo tenía que ampliar los informes. Si las cosas se estaban poniendo serias, era su deber asegurarse del bienestar de Meri.
No sabía por qué se preocupaba de que se casara con un cualquiera, pero por algún motivo así era.
– Vamos a salir a cenar -anunció deteniéndose frente a la mesa-. Puede que no lo creas, pero somos un grupo muy divertido. Eres bienvenido si quieres acompañarnos.
– Gracias, pero no.
– ¿Quieres que te traiga algo? La nevera está llena, pero puedo parar a comprarte alas de pollo.
– Estaré bien, no te preocupes.
Meri se giró para irse, pero se detuvo al oírle hablar.
– Deberías haberme dicho que estabas comprometida.
Ella se dio la vuelta.
– ¿Por qué? Estás decidido a no acostarte conmigo. ¿Qué importa que esté comprometida?
– Claro que importa. No te habría besado.
– Entonces me alegro de que no lo supieras -dijo con mirada divertida-. ¿Acaso el hecho de que esté con otra persona me hace más interesante? ¿Será el placer de lo prohibido?
A propósito, Jack evitó sonreír. Siempre había sido muy exagerada.
– No -respondió él-. Lo siento.
– No lo sientes. Además, el compromiso no es oficial. No estaría tratando de acostarme contigo si hubiera dicho que sí.
Una sensación de alivio lo invadió.
– ¿Has dicho que no?
– No he dicho nada. Lo cierto era que Andrew no me ha propuesto nada. Encontré el anillo. No supe qué pensar. Nunca había pensado en casarme. Me di cuenta de que tenía asuntos sin acabar y por eso estoy aquí, seduciéndote.
Él ignoró su comentario.
– Te estás acostando con él -afirmó.
Entendía que estaba claro y que no tenía por qué preguntar.
Ella se inclinó hacia delante y suspiró.
– Te molesta imaginarme en la cama con otro hombre, ¿verdad?
Jack se quedó inexpresivo, pero con sus palabras, Meri había conseguido lo que pretendía.
Tenía que reconocer que había conseguido molestarlo, pero no se daría por vencido.
– ¿Así que no vienes a cenar?
– Tengo trabajo.
– Está bien. ¿Quieres un beso de despedida antes de que me vaya?
Se odió por desearlo. Quería sentir su boca junto a la suya, su piel sobre la suya, acariciarla de tal manera que le hiciera perder el control.
– No, gracias -respondió fríamente.
Ella lo miró durante unos instantes y sonrió.
– Ambos sabemos que eso no es verdad -dijo antes de irse.
Meri llegó a casa después de cenar con su equipo, sintiéndose pletórica. Habían ido en el autobús a la ciudad y habían bebido vino. Nadie había tomado más de una copa, puesto que habían preferido mantener una conversación intelectual antes que dejarse llevar por el alcohol.
Pero por una vez, Meri había dejado el vino y había tomado una margarita. Luego había pedido otra más y ahora sentía sus efectos mientras subía la escalera hasta su habitación.
Al llegar al rellano, vio dos puertas y recordó que en aquella misma planta estaba el dormitorio de Jack.
Pasó junto a la puerta cerrada. Allí estaba él, solo. ¿Qué estaría haciendo?
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