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Susan Mallery: El amor del jeque

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Susan Mallery El amor del jeque

El amor del jeque: краткое содержание, описание и аннотация

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¿Podría una niñera convertirse en princesa? Kayleen James estaba decidida a asegurar el futuro de aquellas huérfanas, aunque eso implicara desafiar al mismísimo príncipe Asad de El Deharia. Pero el seductor gobernante la sorprendió cuando le ofreció adoptar a las tres pequeñas. Asad necesitaba desesperadamente una niñera, y Kayleen era la única candidata para el puesto. Pronto, el palacio se llenó de alboroto; y todo por una pelirroja con mucho carácter. Aunque enamorarse no formaba parte del acuerdo fue algo inevitable. ¿Pero lograría Asad convencerla de que aquel reino exótico era su hogar y de que ella debía ser su princesa y esposa?

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Cansada y profundamente amargada, entró en el palacio y se dirigió a sus habitaciones. La puerta de la suite de su madre estaba abierta, así que entró.

Darlene estaba haciendo el equipaje con ayuda de dos criadas.

– Oh, vaya, has venido… así no tendré que dejarte una nota. Me marcho, como me pediste. Siento que no hayamos tenido ocasión de conocernos mejor, pero búscame la próxima vez que viajes a Estados Unidos

– Te marchas porque Asad te ha pagado cuatro millones de dólares. He oído la conversación.

– Bueno, no es una gran fortuna; pero sé cómo invertir el dinero. Podré vivir bien y hasta es posible que encuentre a alguien que me ayude a equilibrar el presupuesto.

– ¿Y cuándo te vas?

– El avión me está esperando en el aeropuerto. Lo de ser rica tiene sus ventajas -respondió, frunciendo el ceño-. No te pondrás sentimental ahora, ¿verdad?

– No. No quiero saber nada más de ti.

Kayleen se giró y se marchó.

Cuando entró en su suite, la niñera la saludó.

– Se han portado muy bien -dijo la joven.

– Me alegro. Muchas gracias por todo.

La niñera se marchó y ella se quedó a solas.

A pesar de todo su dolor, se sentía en paz. Saber la verdad era mejor que vivir engañada. Su madre no la quería y Asad no estaba enamorado de ella; le había propuesto que se casaran porque se sentía obligado, pero ni siquiera podía enfadarse con él. El príncipe le había dicho que no creía en el amor y ella había preferido no escuchar. Se había inventado una historia romántica porque necesitaba creer.

Entró en la habitación de las niñas para ver si estaban bien y se dirigió a su dormitorio. Ella no era como las palomas de la jaula. Ella conocía la libertad y podía marcharse cuando quisiera.

Sabía que sería muy doloroso. Amaba a Asad con todo su corazón, pero ahora era más fuerte que antes y ni siquiera tenía ninguna intención de volver al convento y encerrarse en vida. Se marcharía y lo superaría sola.

Asad encontró a Kayleen en la suite. Se había quitado el vestido y llevaba una bata. Estaba sentada en el salón, con una libreta en el regazo.

– Te he estado buscando por todas partes, pero te habías ido…

Ella lo miró.

– No me apetecía quedarme en la fiesta -dijo.

– ¿Estás bien? -preguntó.

– Sí.

– ¿Has vuelto para tomar notas?

Kayleen dejó la libreta y el bolígrafo en la mesita de café y se levantó.

– Ya lo ves. ¿Has transferido el dinero a mi madre?

– ¿Es que has hablado con ella?

– No hemos hablado de eso, no te preocupes. Ella no me ha dicho nada, así que podrá llevarse hasta el vestido y las joyas, ¿verdad? Al fin y al cabo es lo que habéis pactado. Cuatro millones y un regalo de buena voluntad. Yo ya le había ordenado que se marchara, pero tú no lo sabías. Le ha salido bien…

– El dinero no me importa.

– Lo sé. Pero a ella sí, así que los dos salís ganando.

Asad no entendía lo que pasaba. Era evidente que Kayleen había escuchado su conversación e intentó recordar cada palabra.

– Bueno, bien está lo que bien acaba…

– Yo no estoy tan segura de eso -afirmó, mirándolo a los ojos-. Para ti, lo nuestro será un matrimonio de conveniencia. Pero me sorprende que me eligieras a mí. Sé que podrías haber encontrado a una mujer más adecuada… a una mujer que entienda lo que significa ser princesa y que no se haga ilusiones falsas.

– No te entiendo. Yo quiero casarme contigo. Quiero que seas la madre de mis hijos, Kayleen. ¿No te parece que el respeto y la admiración son sentimientos más importantes y duraderos que el amor? Te honraré y estaré siempre a tu lado. Eso es algo valioso.

– Lo es, pero también el amor -dijo ella-. Sé que lo que ha pasado es responsabilidad mía en gran parte. Elegí la salida más fácil… ardía en deseos de tener una familia y me engañé. Sólo quería sentirme segura. Incluso cuando vine a tu país, me encerré en aquel colegio porque tenía miedo de vivir.

– Pero ahora has elegido otro camino. Has cambiado muchas cosas.

– Y voy a cambiar muchas más.

Kayleen se quitó el anillo de compromiso.

– No, no puedes hacer eso. Dijiste que te casarías conmigo… no puedes cambiar de opinión…

– No es decisión tuya. No me casaré con un hombre que no me ama. Merezco algo más. Y tú también… aunque creas que el amor es una debilidad, estás equivocado. El amor es lo que nos hace fuertes. Amar y ser amados. Y tú también lo necesitas, Asad. Lamento no ser la mujer que buscas.

Kayleen intentó sonreír.

– Me duele mucho decirlo. Me duele pensar que puedas estar con otra -continuó-. Pero sé que nunca me amarás.

– No digas eso. No aceptaré que me devuelvas el anillo.

– Haz lo que quieras -dijo, dejándolo en la mesita-. Me voy de todas formas.

– No, no puedes irte, no lo permitiré. Además… te necesito.

Ella asintió lentamente.

– Es cierto, más de lo que crees. Pero eso no es suficiente.

Él frunció el ceño. No entendía nada. Lina le había dicho que Kayleen quería sentirse necesitada, por encima de todo lo demás.

– Te necesito -repitió.

– Tal vez, pero no puedes tenerme. Es tarde, Asad. Deberías irte.

Asad salió de la suite, avanzó por el pasillo y se detuvo; tenía la sensación de haber perdido algo precioso. Pero no iba a permitir que Kayleen lo abandonara. No podía marcharse. Aquél era su hogar. Tenía que quedarse con él y con las niñas.

Decidió que hablarían otra vez a la mañana siguiente y que la convencería de que permaneciera a su lado. Era su deseo. El deseo del príncipe Asad. Y él siempre se salía con la suya.

Asad decidió dar tiempo a Kayleen para que reconsiderara su actitud. Pero cometió un grave error, porque cuando entró en su suite unos minutos antes del mediodía, las niñas y ella se habían marchado.

Los armarios estaban vacíos, los juguetes habían desaparecido y no quedaba nada salvo el anillo de compromiso. Asad esperaba enfrentarse a sus lágrimas y ofrecerle una disculpa, pero no imaginaba que sólo encontraría silencio, ausencia de vida, como si nunca hubiera estado allí.

Entró en todas las habitaciones sin poder creer lo que había sucedido. Por fin, desesperado, se dirigió al despacho de su tía y le espetó:

– Todo esto es culpa tuya. Tú lo organizaste y ahora lo vas a arreglar.

– No sé de qué me estás hablando.

– Claro que lo sabes. Kayleen se ha ido. Se ha marchado con las niñas, con mis hijas… Y unas princesas de la Familia Real no pueden salir del país sin el permiso de un familiar.

– Tú todavía no eres el padre, Asad. El proceso de adopción no ha concluido -le recordó-. Kayleen habló con tu padre y él le concedió la custodia.

– Eso no es posible.

– Es muy posible. Sólo aceptaste a las niñas porque te sugerí que era la mejor solución para el problema de Tahir. Nunca las quisiste.

– Porque entonces no las conocía… Ahora las conozco bien y son mis hijas.

– No. Kayleen es quien las quiere de verdad.

– Pero si fui yo quien organizó lo de la nieve en su colegio…

– Y a todo el mundo le encantó. Asad, yo no estoy diciendo que no te importen. ¿Pero amarlas? Tú no crees en el amor. Me lo has dicho muchas veces… y no te preocupes por tu padre; él lo entiende de sobra -declaró Lina-. Esas niñas no han recibido la misma educación que tú. Ellas necesitan cariño y Kayleen se lo puede dar. Se marchan de El Deharia. Las cuatro.

– No lo permitiré -espetó-. Insisto en que se queden.

– Se quedarán a pasar las vacaciones y luego se marcharán a Estados Unidos. Es lo mejor para ellas. Tu padre se ha ofrecido a ayudarlas económicamente… pero claro, Kayleen es como es y sólo ha aceptado su ayuda hasta que encuentre trabajo y se establezca -le explicó-. Sólo ha permitido que el rey pague los estudios universitarios de Dana. Quiere ser médico.

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