Susan Mallery - Placer insospechado

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Una mujer como ella merecía algo más que una aventura de una noche.
El primer error del millonario Kane Dennison había sido llevarse a casa a Willow Nelson. Por mucho que ella estuviera herida y necesitara su ayuda, jamás debería haberle hecho creer que era un buen hombre. Porque no lo era.
El segundo error había sido dejarse llevar por la pasión después de haberle recomendado a Willow que se marchara. Ella creía en el amor, mientras que él no confiaba en nadie… ¡y no necesitaba a nadie! Y ni siquiera ella podría cambiarlo.

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– Debe de ser la pérdida de sangre -dijo Willow apoyando la cabeza en el hombro de él-. Pronto me recuperaré.

– Sobre todo, teniendo en cuenta que no ha perdido sangre.

– Pero podría haber ocurrido.

Kane volvió la cabeza y la miró. Fue entonces cuando se dio cuenta de lo próximas que estaban sus bocas. Los ojos de él se clavaron en los curvos labios de Willow y sintió un repentino deseo de besarla. Sólo unos segundos. Sólo para averiguar a qué sabía.

No debía hacerlo. Sólo conseguiría hacerle daño, era inevitable.

– No me molestaría -susurró ella-. Sé que no soy su tipo, pero le aseguro que no se lo contaría a nadie.

Kane no sabía a qué se refería y no le importaba. Por primera vez en la vida, iba a hacer algo que sabía que no debía hacer.

Iba a besarla.

Capítulo 2

El beso que Kane le dio la dejó sin respiración. Potente, sensual, erótico. Willow no sabía en qué radicaba la diferencia de otros besos, pero era diferente.

Los labios de Kane eran firmes, exigentes, pero llenos de una ternura que le hizo desear darle lo que él quisiera. Sabía que Kane podía tomar de ella lo que quisiera, era perfectamente capaz de hacerlo; pero el hecho de que no lo hiciera lo hacía aún más atractivo.

Willow se aferró a él, rodeándole el cuello con los brazos. Apretó su cuerpo contra el de Kane. Y cuando Kane le acarició el labio inferior con la lengua, ella abrió la boca al instante.

Mientras se apoderaba de su boca, ella sintió un profundo calor en todo el cuerpo. El deseo la hizo temblar y, de haber estado de pie, se habría caído.

La lengua de él la exploró, la excitó. Kane tenía sabor a café y a algo exótico que la dejó deseando más. Le devolvió el beso con un entusiasmo que, probablemente, debería haberle avergonzado; pero supuso que, al ser una cosa del momento, debería dejarse llevar.

El beso continuó hasta que diversos puntos de su anatomía empezaron a quejarse, exigiendo el mismo tratamiento que su boca. Los pechos le picaban y sentía un cosquilleo entre las piernas.

Por fin, Kane alzó la cabeza y la miró. La pasión oscurecía los ojos de él, haciéndolos parecer las nubes tormentosas, algo que jamás había pensado de los ojos de un hombre. El deseo tensaba sus facciones, confiriéndoles un aspecto depredador.

– ¡Quieres acostarte conmigo! -anunció Willow, tan contenta que estuvo a punto de besarlo otra vez.

Él murmuró algo ininteligible y la llevó de vuelta al sillón del cuarto de estar.

– No nos vamos a acostar -lo informó Kane.

– Sí, eso ya lo sé. No nos conocemos. De todos modos, te gustaría.

Kane sacudió la cabeza.

– ¿Kane?

Él la miró.

Willow contuvo la respiración al ver en los ojos de Kane que aún la deseaba. Algunos hombres le habían propuesto ir a la cama, pero nunca la habían deseado de verdad.

– Vaya, no son imaginaciones mías. Eres un encanto. Gracias.

– No soy un encanto. Soy un frío sinvergüenza.

Ni hablar. Willow sonrió.

– Me has hecho feliz. Los hombres no me desean sexualmente.

Kane la miró de pies a cabeza; una mirada muy sexual.

Willow supuso que debería sentirse insultada, pero le resultó fascinante.

– Créeme, los hombres te desean. Lo que pasa es que no te das cuenta.

– No, no es verdad. Yo soy la clase de chica simpática y cariñosa que acoge en su casa a hombres que se sienten perdidos. No es que se vengan a vivir conmigo, claro está, pero los ayudo. Los animo, los apoyo, los mimo… y luego se van. Pero esos hombres nunca… bueno, ya sabes.

– ¿Nunca han mostrado interés en acostarse contigo? -preguntó él sin andarse con rodeos.

Willow parpadeó.

– No; por lo general, no. La verdad es que no me importa. Con algunos hago amistad, con otros… -Willow se encogió de hombros-. En fin, es la vida.

Y realmente no le molestaba. Su destino era ayudar a los hombres y luego, cuando estaban bien, se quedaba sola. Sin embargo, a veces no le habría importado que la vieran como algo más que una amiga. Había habido un par de ellos con los que le habría gustado llegar a algo más.

– Dejemos las cosas claras, yo no necesito que me ayuden -dijo Kane.

Willow no sabía si creerlo o no, pero estaba dispuesta a no profundizar en ese tema de momento. Sobre todo, porque el deseo que veía en él era increíble.

– Eres tan fuerte y tan guapo… -dijo ella con un suspiro-. Aunque no seas mi tipo.

– Me alegra saberlo -comentó él irónicamente.

– Puedes besarme otra vez. Te lo permito.

– Aunque es una invitación irresistible, prefiero ir a ver qué te puedo dar de comer.

Willow tenía hambre.

– Pero todavía me deseas, ¿no? No se te ha pasado.

Kane la miró a los ojos y ella, al ver que el deseo seguía allí, sintió un intenso calor en lo más íntimo de su cuerpo.

– ¡Vaya, eres increíble! -exclamó Willow mientras Kane se daba media vuelta y se alejaba.

– Vivo para servir.

Willow lo oyó abrir armarios y cajones en la cocina mientras miraba a la gata, que lamía a sus cachorros.

– Creo que vais a ser muy felices aquí -le susurró ella a la gata-. Kane es buena persona. Os cuidará bien.

Mejor dicho, los cuidaría bien una vez que ella lo convenciera de que quería quedarse con la gata y sus crías. Estaba convencida de que Kane, en el fondo, tenía un gran corazón.

Alguien llamó a la puerta.

– Yo abro -dijo ella al tiempo que se deslizaba hacia el borde del sillón con el fin de ponerse en pie apoyándose sólo en una pierna.

– Esta es mi casa y abro yo -la informó Kane acercándose a la puerta-. Quédate donde estás, no te muevas.

– Besas demasiado bien para asustarme -lo informó Willow.

Kane la ignoró y abrió.

– ¿Sí?

– Soy Marina Nelson. He venido a ver a mi hermana -Marina dejó una bolsa en las manos de él-. Hay más en el coche.

Willow saludó a su hermana desde el sillón.

– Has venido.

– Claro que he venido. Has dicho que te habías caído y que te habías roto un tobillo.

– He llamado a Marina porque sabía que, a estas horas, estaría en casa -le explicó Willow a Kane-. Julie está trabajando. ¿Vas a dejarla entrar?

– No lo he decidido todavía.

– Podrías empujarlo -le dijo Willow a su hermana.

Marina sacudió la cabeza.

– Es demasiado fuerte.

Willow abrió la boca para decir que Kane no era tan duro como parecía y que besaba maravillosamente bien, pero lo pensó mejor. Era la clase de información que se debía mantener en secreto.

– Os parecéis -dijo Kane.

Willow suspiró. Kane parecía decidido a poner las cosas difíciles.

– Las tres nos parecemos, es genético. Bueno, ¿vas a dejarla entrar?

– ¿Tengo otra alternativa?

– Si no me dejas entrar, volveré con refuerzos -lo informó Marina.

– Está bien.

Kane se echó a un lado y Marina entró en la casa. Rápidamente, se dirigió al sillón y abrazó a su hermana.

– ¿Qué demonios te ha pasado? ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Qué le has hecho a tu pobre pie? -Marina se sentó en el reposapiés y se inclinó hacia delante-. Empieza por el principio y cuéntamelo todo.

Kane llevó la bolsa a la cocina y luego salió de la casa.

– Habla -insistió Marina.

– No he conseguido olvidar lo de Todd -comenzó Willow-. Cada momento que pasaba estaba más y más furiosa. En fin, esta mañana, al despertarme, no podía aguantarlo más.

Marina se la quedó mirando.

– Por favor, dime que no has venido aquí para enfrentarte a él.

– Eso es exactamente lo que ha hecho -dijo Kane, entrando con unas cuantas bolsas más-. ¿Hay más en el maletero?

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