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Susan Mallery: Tentación

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Susan Mallery Tentación

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Cuando Dani Buchanan decidió encontrar a su padre biológico, no esperaba descubrir que éste fuera un senador que optaba a la presidencia del país. Dani podía poner en serio peligro la elección del senador, algo que su atractivo hijo adoptivo y director de campaña, Alex Canfield, no permitiría que ocurriera. Ella tampoco iba a dejar que Alex dirigiera su vida, por tentador que le encontrara. Ninguno de los dos quería enamorarse, sobre todo teniendo en cuenta el escándalo y los problemas que eso supondría para la familia Canfield, pero finalmente se vieron obligados a confiar el uno en el otro y, en cuanto la confianza se convirtió en pasión, el escándalo estuvo servido.

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– Y no lo soy -consiguió decir ella.

– No estés tan seguro -le advirtió Alex a su padre.

Dani le fulminó con la mirada.

– Estás siendo ligeramente prejuicioso, ¿no crees?

– Tu ridícula afirmación sólo puede servir para causar problemas.

– ¿Por qué te parece ridícula? No puedes estar seguro de que no sea cierto.

– ¿Y tú lo estás? -preguntó Alex.

El senador los miró alternativamente.

– ¿Debería venir en un momento mejor?

Dani ignoró a Alex y se volvió hacia él.

– Siento haber venido sin previo aviso. Llevo mucho tiempo intentando concertar una cita con usted, pero cada vez que me preguntan cuál es el motivo, tengo que contestar que no puedo decirlo y…

En aquel instante fue plenamente consciente de la enormidad de lo que estaba a punto de hacer. No podía limitarse a repetir lo que le habían dicho a ella: que hacía veintinueve años, aquel hombre había tenido una aventura con su madre y ella era el resultado de esa relación. Seguramente, el senador no le creería. ¿Por qué iba a tener que creerle?

Mark Canfield la miró con el ceño fruncido.

– Tu cara me resulta familiar, ¿nos hemos visto antes?

– Ni se te ocurra decir una sola palabra -le advirtió Alex-. Porque tendrás que vértelas conmigo.

Pero Dani le ignoró.

– No, senador, pero usted conoció a mi madre, Marsha Buchanan. Yo me parezco un poco a ella. Soy su hija. Y creo que a lo mejor también soy hija suya.

El senador permaneció imperturbable. Seguramente, gracias a la capacidad de control adquirida durante los años que llevaba dedicado a la política, pensó Dani, sin estar del todo segura de lo que sentía ella. ¿Esperanza? ¿Terror? ¿La sensación de estar al borde de un precipicio sin estar muy segura de si debería saltar?

Se preparó para el inminente rechazo, porque era una locura pensar que el senador podría limitarse a aceptar sus palabras.

Pero entonces, el hombre que quizá fuera su padre suavizó la expresión y sonrió.

– Recuerdo perfectamente a tu madre. Era… -se le quebró la voz-. Deberíamos hablar. Pasa a mi despacho.

Pero antes de que Dani hubiera podido dar un paso, Alex se colocó frente a ella.

– No, no puedes hacer una cosa así. No puedes quedarte a solas con ella. ¿Cómo sabes que no tiene nada que ver con la prensa o con la oposición? Todo esto podría ser un montaje.

El senador desvió la mirada de Alex a Dani.

– ¿Esto es un montaje?

– No, tengo aquí el carné de conducir, si quiere investigarme -lo último lo dijo mirando a Alex.

– Yo lo haré -respondió Alex tendiéndole la mano para que le pasara el carné.

– ¿Pretendes que te dé información personal sobre mí en este momento? -preguntó Dani, sin estar muy segura de si debería dejarse impresionar por su eficacia o si debería darle una patada en la espinilla.

– Pretendes hablar con el senador. Considéralo como una medida de seguridad.

– No creo que sea necesario -intervino Mark intentando templar los ánimos, pero no detuvo a Alex.

Dani metió la mano en el bolso, sacó la cartera y le tendió después su carné de conducir.

– Supongo que no llevarás el pasaporte encima -dijo Alex.

– No, pero a lo mejor quieres tomarme las huellas dactilares.

– Eso lo dejo para después.

Y Dani tuvo la impresión de que no estaba bromeando.

Mark volvió a mirarlos alternativamente.

– ¿Habéis terminado?

Dani se encogió de hombros.

– Pregúntele a él.

Alex asintió.

– Me reuniré contigo en cuanto consiga que la gente de TI se ocupe de esto -blandió el carné de Dani.

– ¿La gente de TI? -preguntó Dani mientras seguía al senador a su despacho.

– Sí, los de Tecnología Informática. Te sorprendería lo que son capaces de hacer con un ordenador -el senador sonrió y cerró la puerta en cuanto entró Dani-. O a lo mejor no. Es probable que también tú sepas mucho de informática. Ojalá pudiera yo decir lo mismo de mí. Puedo arreglármelas más o menos, pero todavía tengo que llamar a Alex de vez en cuando para que me resuelva algún problema.

Señaló uno de los rincones del despacho en el que había un sofá, un par de butacas y una mesita de café.

– Siéntate -le pidió.

Dani se sentó en el borde del sofá y miró alrededor del despacho.

Era un lugar grande y espacioso, pero sin ventanas. Tampoco podía decir que fuera para ella una sorpresa que un senador que había montado su campaña en un almacén no disfrutara de grandes lujos. Por lo que había visto hasta el momento, al senador no debía gustarle gastarse mucho dinero en apariencias. El escritorio era viejo, con la madera rayada; el único color que había en las paredes procedía de un mapa a gran escala de las diferentes zonas del condado.

– ¿De verdad pretende llegar a ser presidente? -le preguntó Dani.

Que una persona a la que acababa de conocer pudiera hacer algo así superaba su capacidad de comprensión.

– Estamos explorando esa posibilidad -contestó el senador mientras se sentaba en una butaca, enfrente del sofá-. En realidad, ésta no será siempre mi sede. Si la campaña va bien, nos trasladaremos a un lugar que sea más accesible, pero ¿por qué gastar dinero si en realidad no tenemos por qué hacerlo?

– Bien dicho.

El senador se inclinó y apoyó los antebrazos en las rodillas.

– No me puedo creer que seas la hija de Marsha. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde entonces? ¿Treinta años?

– Veintiocho -contestó Dani, sintiendo que se sonrojaba violentamente-. Aunque supongo que para usted casi veintinueve.

El senador asintió lentamente.

– Recuerdo la última vez que la vi. Estuvimos comiendo en el centro de la ciudad. Recuerdo perfectamente su aspecto. Estaba preciosa.

Apareció una sombra en sus ojos, como si hubiera algo en su pasado que Dani ni siquiera podía empezar a imaginar. Tenía muchas preguntas que hacerle, pero no le resultaba fácil formular ninguna de ellas.

En aquella época, Mark no estaba casado, pero su madre sí. Dani apenas se acordaba de sus padres. El recuerdo del hombre al que consideraba su padre, o al que había considerado su padre hasta varios meses atrás, era muy borroso.

Aun así, se descubrió a sí misma pensando en él, preguntándose cuándo habría dejarlo de quererle su madre y si Mark Canfield habría tenido algo que ver en esa decisión.

– Nunca supe por qué decidió poner fin a nuestra relación -dijo Mark con voz queda-. Un par de días después de esa comida, me llamó para decirme que no podía volver a verme. No me dijo por qué. Intenté ponerme en contacto con ella, pero había desaparecido. Me escribió para decirme que lo nuestro había terminado para siempre, que quería que continuara con mi vida, que buscara a una mujer con la que pudiera tener una verdadera relación.

– Se marchó porque se había quedado embarazada… de mí -dijo Dani.

La situación era casi surrealista, pensó. Se había preguntado en muchas ocasiones cómo sería aquel primer encuentro con Mark, pero en el momento en el que por fin estaba teniendo lugar, se sentía casi como una espectadora.

– Sí, supongo que puedes tener razón -dijo él.

– Eso significa que de verdad es mi padre biológico.

Antes de que Mark hubiera tenido tiempo de contestar, la puerta del despacho se abrió y entró una mujer. Le dirigió a Dani una rápida mirada y después miró a Mark.

– Senador, tiene una llamada del señor Wilson. Dice que usted sabe de lo que se trata y que es urgente.

El senador sacudió la cabeza.

– Su definición de urgente es diferente de la mía, Heidi. Dile que le llamaré más tarde.

Heidi, una mujer atractiva que debía de tener poco más de cuarenta años, asintió y salió del despacho.

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