Susan Mallery - La Princesa Embarazada

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Cleo Wilson no era ninguna Cenicienta y sin embargo hacía unos meses había hecho algo impensable: se había enamorado del arrogante e irresistible príncipe Sadik… ¡y se había quedado embarazada! Y ahora que había regresado a Bahania tendría que esconder sus curvas para no perder a su futuro hijo. Sin embargo, el guapísimo Sadik no tardó en volver a seducir a Cleo, desvelar su secreto… y pedirle que se casara con él. Pero, ¿cómo podría ella convertirse en princesa y enamorar a un hombre tan orgulloso como Sadik?

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– ¿De qué estás hablando? -preguntó Sadik frunciendo el ceño al tiempo que se acercaba a ella-. ¿Qué te preocupa?

Cleo sacudió la cabeza. Una lágrima furtiva se le deslizó por la mejilla.

Si lo hubiera desafiado, Sadik se habría enfrentado a ella en igualdad de condiciones con la seguridad de vencer. Pero la fragilidad podía con él, sobre todo si se trataba de Cleo. Era la mujer más tentadora que jamás había conocido y aunque su belleza lo encandilaba, uno de los rasgos que encontraba más atrayentes de ella era su disposición a enfrentarse a él sin miedo.

– Cuéntame qué te pasa.

– No lo entenderías.

– Soy un hombre inteligente y con mucho mundo. Creo que seré capaz de seguirte.

Cleo lo miró con los ojos llenos de lágrimas.

– Durante todos estos meses no has intentado ponerte en contacto conmigo -dijo tragando saliva-. Supongo que ni siquiera pensarías en mí. Y de pronto, en cuanto descubres que estoy embarazada, te comportas como si te perteneciera. Estoy atrapada como un pájaro en una jaula. No puedo marcharme y llevarme a mi hijo y tampoco lo abandonaré. Así que aquí estoy: sin posibilidades ni vida propia a excepción de ser el recipiente que lleva a tu hijo. No es precisamente el futuro con el que yo había soñado.

Sadik no supo qué asunto abordar primero, así que fue directamente al que mejor comprendía.

– Te fuiste de mi cama.

– ¿Y eso qué tiene que ver con lo que te estoy diciendo? -preguntó Cleo mirándolo fijamente.

– Yo no te pedí que te marcharas. Decidiste irte tú.

– Ya hemos hablado de esto antes. Sí, me marché sin que tú me lo pidieras. Seguro que te rompí el corazón durante una décima de segundo. ¿Y qué?

– ¿Por qué habría de premiar un comportamiento tan inadecuado tratando de localizarte?

– No soy tu adolescente rebelde. No tienes derecho a juzgar mi conducta ni a castigarme por ella -aseguró mirándolo como si fuera el hombre más estúpido de la tierra-. ¿Y bien?

Sadik no lo hubiera admitido ni bajo tortura, pero no sabía qué decirle. Por supuesto que no se había puesto en contacto con ella. En primer lugar porque sabía que regresaría para asistir a la boda de su hermana. Y en segundo lugar porque ella se había marchado. Por mucho que tratara de explicarle la gravedad de su desobediencia Cleo se negaba a entenderlo. Él la quería en su cama, para ella era un gran honor que el Príncipe la deseara. Pero aunque la había colmado de atenciones y había tratado de hacer lo mismo con regalos, Cleo se había marchado.

No se trataba de que la hubiera echado de menos, se dijo para sus adentros negándose a recordar la sensación de vacío que había experimentado cuando desapareció de su vida.

– No estás enjaulada como un pájaro -aseguró Sadik intentando una nueva táctica-. Eres la madre de mi hijo y serás reverenciada por ello.

– Eres imposible -respondió ella poniendo los ojos en blanco antes de girarse a mirar de nuevo por la ventana hacia el mar-. No sé ni por qué me molesto en mantener esta conversación. Lo que quiero es irme a casa.

– Ésta es tu casa ahora -aseguró Sadik acercándose hacia ella y colocándole las manos sobre los hombros.

Cleo se quedó mirando distraídamente el mar. Ojalá pudiera embarcarse como polizón en el yate en el que Zara iba a pasar la luna de miel y bajarse en España. Aunque sin dinero ni pasaporte no iba a resultarle nada fácil.

Una presión cálida y suave en el hombro desnudo la obligó a volver a la realidad. Se quedó sin respiración mientras Sadik la besaba de nuevo en la piel. Su vestido no era lo suficientemente suelto como para que el Príncipe se lo hubiera deslizado por los hombros, por lo que seguro que le había bajado la cremallera mientras ella estaba sumida en sus pensamientos más profundos. ¡Y ni siquiera se había dado cuenta!

Sadik ladeó la cabeza y se acercó aún más, mordisqueándole el cuello. Cleo sintió cómo todo su cuerpo se agitaba en un escalofrío al tiempo que un deseo líquido se apoderaba de ella.

«Sólo será un segundo», se prometió a sí misma cerrando los ojos. Se dejaría llevar sólo un instante antes de apartarse y decirle que aquello era un error. Sadik no le convenía en ningún aspecto, y hacer el amor con él serviría únicamente para complicar las cosas.

El Príncipe la besó en la parte de atrás del cuello con besos dulces y pequeños que le hicieron casi imposible permanecer de pie. Tal vez Sadik y ella provinieran de mundos diferentes y tuvieran visiones completamente distintas de las cosas, pero estaba claro que en la cama se entendían muy bien.

«Ni lo pienses», se dijo Cleo. Tenía que mantener el control. No podía arriesgarse a que le rompiera el corazón. ¿Acaso no era aquélla la razón por la que había salido huyendo la primera vez?

– Piensas demasiado -se quejó Sadik al tiempo que le daba la vuelta y la atraía hacia sí-. Puedo ver cómo tu cabeza echa humo. Deja de pensar. Sólo siente.

Antes de que a Cleo se le ocurriera una respuesta indignada con la que contestarle Sadik la besó en la boca.

Capítulo 7

EL hecho de que no hubiera olvidado lo bien que les iba juntos en la cama, ¿tenía algún significado? Cleo trató de encontrar algún matiz en sus palabras para ver qué debía responder, pero antes de que pudiera idear una estrategia Sadik se inclinó sobre ella y la besó en los pechos antes de saltar de la cama. Se quedó allí de pie sin pararse a considerar que Cleo pudiera estar admirando su desnudez. Tenía un cuerpo impresionante, pensó ella estudiando las líneas de sus músculos, el vientre liso y las piernas tan largas. Tuvo que admitir que era una suerte para su hijo llevar los genes de su padre.

– Nos casaremos -anunció entonces Sadik.

Cleo se lo quedó mirando fijamente. Su cerebro reconoció aquellas palabras e inmediatamente las rechazó. El corazón le dio un salto, y de pronto fue consciente de que estaba demasiado desnuda como para mantener aquella conversación.

– ¿Cómo dices?

– Eres la madre de mi hijo. Lo lógico es que nos casemos.

Cleo sintió un frío que le penetró hasta los huesos. Apenas podía respirar cuando se bajó de la cama y comenzó a recolectar su ropa sin mirar a Sadik.

¿Casarse? No podía estar hablando en serio. Aunque sabía que así era. Quería casarse con ella por el bebé. ¿Cómo pudo no darse cuenta antes? Se sintió invadida por una combinación de rabia y dolor.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó Sadik cuando la vio ponerse las braguitas.

– Creo que está claro -respondió ella de malos modos-. Me estoy vistiendo para marcharme de aquí. Nunca debí venir. Lamento que hayamos hecho el amor.

Estaba muy dolida. Dolida hasta la médula. Daba la impresión de que Sadik la hubiera herido con un cuchillo en lugar de con las palabras. Las cosas no estaban saliendo como esperaba.

Cleo no hubiera podido explicar por qué estaba tan enfadada. Lo único que sabía era que tenía que quedarse a solas antes de que perdiera por completo el control.

– No vas a ir a ninguna parte -anunció Sadik todavía desnudo, todavía impresionante.

– En eso te equivocas -respondió ella negándose a mirarlo mientras se ponía el vestido.

Tras un par de intentos consiguió subirse la cremallera. En algún lugar del dormitorio de Sadik estaría su costoso collar, pero ya lo buscaría en otro momento. Tras ponerse los zapatos se dirigió a la puerta.

– No vas a ir a ninguna parte -repitió el Príncipe agarrándola del brazo, visiblemente molesto por su reacción-. He dicho que nos casaremos. Es un gran honor para ti. Serás mi esposa, la princesa de Bahania. ¿Cómo te atreves a no sentirte complacida?

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