Kathleen Creighton - Estrella Fugaz

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La pistola que le apuntaba al pecho no le dejaba otra alternativa…
C.J. Starr sabía que había hecho lo correcto llevando a Caitlyn a la policía, pero no entendía por qué le había dolido tanto… y por qué ella había tenido que pagar un precio tan alto.
Caitlyn Brown no esperaba volver a ver a C.J. después de todo lo sucedido. Jamás habría imaginado que se sentiría más fuerte con sólo oír su voz, recordar su sonrisa o sentir el suave roce de su mano. No le importaba que la protegiera de un peligro que ella ni siquiera veía ya, pero no podía olvidar que él había prometido cumplir la ley. La misma ley que ella estaba dispuesta a romper siempre que hubiera víctimas inocentes que necesitaran su ayuda.

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– ¿Y por qué iba a querer yo hacer eso? -replicó, con una sonrisa-. Tendría que vivir en Atlanta. No me apetece demasiado.

– Espera a que apruebes el último examen y entonces ya veremos. Atlanta es donde se cuece el pastel, tesoro.

– Sí, sí, ya lo sé, pero no me estéis esperando -repuso, antes de desconectar la llamada.

La sonrisa que tenía en los labios le duró justo hasta aquel instante. Entonces, tomó aire y resopló antes de agitar los hombros como alguien al que han aliviado de un enorme peso. Charly tenía razón. Aquello no era asunto suyo. Debía entregar su carga, aprobar el examen y terminar el semestre. Tenía que conseguir su título de Derecho. Seguir con su vida.

En cuanto a una secuestradora con rostro de ángel y ojos inolvidables… Encontraría el modo de olvidarla.

Durante los siguientes cinco meses aproximadamente, C.J. se concentró con todas sus fuerzas en conseguirlo, lo que al menos tuvo un efecto beneficioso en sus hábitos de estudio. Consiguió aprobar sus exámenes en junio y se pasó el verano preparándose para el examen que lo convertiría en abogado y que estaba decidido a aprobar al primer intento. Aún tenía mucho que demostrar, principalmente a sí mismo.

Una de las cosas que aprendió durante aquel largo y cálido verano fue que una cosa era tratar de olvidar a alguien y otra muy distinta conseguirlo. El hecho de que casi no pasara ni un solo día sin escuchar el nombre de Caitlyn Brown o ver su rostro en las noticias no lo ayudó en absoluto. Parecía que aquella era una de las historias en las que la prensa había decidido hincar el diente. ¿Por qué no? Lo tenía todo. Un misterioso multimillonario, una esposa que había sido bailarina de striptease, una mujer joven vinculada a una de las familias más famosas del país y por supuesto, una niña desaparecida.

Todos los que tenían alguna relación con el caso, por pequeña que ésta fuera, habían sido entrevistados una y otra vez en programas de televisión y artículos de las principales revistas. Noche tras noche los periodistas posaban delante de fotografías de archivo del juzgado de Carolina del Sur y relataban una y otra vez la misma historia. La historia era más popular que la lotería.

C.J. había conseguido evitar los televisores hasta entonces. Sin embargo, aquella tarde en particular, estaba en una parada de camiones en Virginia almorzando. Por mucho que se esforzaba y mirara donde mirara, había una televisión en la pared del establecimiento. Allí estaba el reportero de siempre, delante del mismo juzgado y sin duda, diciendo más de lo mismo. Al menos, habían desconectado el sonido y no tenía que leer los titulares si no quería. Apartó los ojos de la pantalla y examinó el comedor.

Los ojos de todos los presentes estaban mirando fijamente lo que ocurría en las pantallas de televisión. Sin poder evitarlo, volvió a mirar una de las televisiones, temiendo lo que estaba a punto de ver.

Las letras en blanco y negro de los titulares desfilaban por debajo de la imagen:

La escena a primera hora de la mañana. Caitlyn Brown y Mary Kelly Vasily abandonaron los juzgados para regresar a sus celdas bajo una fuerte protección policial. Era la misma escena que se ha repetido una y otra vez durante los últimos meses, pero en esta ocasión, algo salió mal. Mientras las dos mujeres, flanqueadas por oficiales de policía, bajaban por los escalones del juzgado, resonaron unos disparos.

Las palabras siguieron apareciendo en la pantalla, pero C.J. ya no las leía. Tenía la mirada fija en las imágenes, que mostraban una escena de inesperada violencia. Imágenes de gente empujándose, cayendo al suelo, de rostros atenazados por el horror, de brazos agitándose, dedos señalando y de bocas profiriendo silenciosos gritos. El escalofrío que le recorrió la espalda le heló hasta los mismos huesos.

La escena de la pantalla dejó paso de nuevo al rostro del reportero. C.J. volvió a concentrarse en las palabras que aparecían al pie de la pantalla.

«…Del número exacto ni del estado de los heridos. Tenemos información de que, al menos, cuatro personas han sido trasladadas al hospital, pero este dato no se ha confirmado oficialmente. Tanto la policía como el personal del hospital se han negado a realizar comentario alguno sobre los testimonios de los testigos. Reiteramos que estos datos están sin confirmar, al igual que el hecho de que al menos una de las detenidas ha resultado muerta en este brutal ataque».

– ¿Sabe algo la policía sobre quién puede ser responsable de este ataque, Vicky?

– Como te puedes imaginar, todo sigue resultando bastante caótico aquí, Tim. Lo que sí parece confirmarse es que los disparos se produjeron desde el campanario de la iglesia que hay enfrente del juzgado y que a su vez, está a poca distancia de la comisaría. Sin embargo, por lo que nosotros sabemos, no se tiene ningún dato sobre el pistolero ni se ha encontrado el arma.

– ¿Se sabe algo sobre quién era el objetivo de este ataque?

– No, Tim y la policía se niegan a especular…

– Perdona, guapo, ¿quieres la cuenta?

– ¿Cómo?

C.J. miró a la camarera muy confuso. No sabía cuándo ni cómo se había puesto de pie. Parpadeó y miró lo que le quedaba de su bocadillo y musitó:

– Sí, gracias.

Sentía la piel fría y húmeda. Casi sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, se sacó unos billetes del bolsillo del pantalón y se los dio a la camarera al tiempo que le decía que se quedara con el cambio. Inmediatamente, salió al exterior para sufrir las altas temperaturas de aquel día de septiembre. A pesar de todo, no consiguió entrar en calor. Le parecía que jamás lograría sacudirse el frío que lo embargaba.

Llegó a su camión, se sentó en la cabina. Se pasó los siguientes cinco minutos tratando de controlarse. Lanzó maldiciones una y otra vez. Cuando se quedó sin palabras, se pasó la mano por el rostro y agarró el teléfono móvil.

– ¿Charly? -preguntó, cuando su cuñada respondió la llamada-. Soy yo, C.J. ¿Te has enterado?

– Sí, hace un rato. Me ha llamado Troy.

– En la televisión han dicho que alguien ha resultado muerto y que hay varios heridos, pero no han dicho los nombres. ¿No sabrás tú…?

– No, yo no sé mucho más. He estado en los tribunales toda la mañana. Acabo de regresar a mi despacho. Se supone que va a haber una rueda de prensa en el hospital dentro de unos minutos. C.J., cielo, no tienes que culparte por lo ocurrido…

« No lo culpo a usted, señor Starr ».

– No la creí -musitó él, temblando incontrolablemente-. Me dijo que él lo haría y yo no… Pensé que sólo estaba…

– ¿Ella? ¿Quién? ¿Qué fue lo que te dijo?

– Ella me contó que él iba a matar a su esposa, pero yo pensé que… Ya sabes.

– ¿Te refieres a Vasily? ¿Crees que él es el responsable? ¡Dios mío, C.J.!

– ¿Y quién si no iba a haber sido? -replicó.

– Mira, C.J., sé que el marido es siempre el primer sospechoso, pero eso asumiendo que el objetivo fuera la señora Vasily y aunque lo fuera… ¡Dios mío, C.J., ese hombre es multimillonario!. Amigo del gobernador. Ha cenado en varias ocasiones en la Casa Blanca. Es…

– No me importa quién sea -la interrumpió C.J.-. Estoy seguro de que él lo ha preparado todo. Puedes estar segura de ello.

– Aunque lo fuera, no hay modo de demostrar que…

– Lo sé… Mira, Charly tengo que dejarte. Hazme un favor, ¿quieres? Voy a tratar de sintonizar alguna emisora en la radio, pero si descubres algo, ¿te importaría llamarme para decírmelo? Llámame al móvil.

– ¿Qué vas a hacer? No estarás pensando en ir allí, ¿verdad?

– Tengo que hacerlo, Charly. Necesito saber qué es lo que está pasando.

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