C.J. sintió que se le cortaba la respiración. Consiguió recuperarla al lanzar una maldición y apagar la televisión con un certero golpe sobre el mando a distancia. Se sentó en la cama y tomó su teléfono móvil. Mientras escogía un número de la agenda, sintió que el corazón le latía con fuerza contra el pecho.
– Hola, hermanito -le dijo a la somnolienta voz que respondió-. ¿Te he despertado?
– ¿Cómo? ¿Quién es? ¿C.J.? No, no me has despertado. Simplemente me había quedado un poco traspuesto viendo las noticias. ¿Qué ocurre? -preguntó, entre bostezos-. ¿Dónde estás? ¿Va todo bien?
– Estoy muy bien -respondió C.J.-. ¿Está ahí Charly?
– Aquí mismo. No estarás en la cárcel, ¿verdad?
C.J. decidió no prestar atención a aquel comentario, que reflejaba la pobre impresión que sus hermanos tenían de su carácter. En lo que a ellos se refería, había aceptado que iba a llevarle algún tiempo hacerles olvidar ciertas correrías de una juventud mal utilizada.
– Déjame hablar con ella, ¿de acuerdo?
Se produjo una pausa y a los pocos segundos, se escuchó el fuerte acento de Alabama de Charly.
– Hola, tesoro. ¿Cómo estás? ¿Qué es lo que ocurre?
– ¿Has visto las noticias de esta noche, Charly?
– Las estoy viendo en estos momentos. ¿A qué parte en particular te refieres?
– A la noticia de la sobrina del ex presidente, que ha sido encarcelada por desacato.
– Sí, claro que la he visto. ¿Y qué?
– Bueno, yo… Creo que estoy más o menos implicado en el asunto… o que podría estarlo.
– ¿Cómo dices? ¡Por el amor de Dios! ¿Cómo?
C.J. le contó toda la historia y luego esperó un instante, mientras Charly pensaba.
– Has hecho lo que debías, si es eso lo que me estás preguntando. No creo que tengas nada de lo que preocuparte. Probablemente la policía querrá hacerte algunas preguntas. Es de esperar. Si quieres que yo…
– No es… No estoy preocupado por mí mismo. Lo que me preguntaba… Estaba pensando que tal vez, podrías ir allí a ver si ella necesita algo -sugirió, mientras se frotaba las sienes con la mano que le quedaba libre.
– ¿Ella? ¿Te refieres a la madre? ¿Cómo se llama? ¿A Mary Kelly? Cielo, probablemente esa mujer se enfrenta a los cargos de secu…
– Bueno, a verla a ella y a Caitlyn.
– ¿A Caitlyn?
– A la señorita Brown, a la sobrina del ex presidente. Como tú quieras llamarla. No he visto indicación alguna en ese reportaje de que tenga abogado. Siempre están presentes, tratando de proteger a sus clientes de los periodistas. Yo le ofrecí… Bueno, le ofrecí conseguirle un abogado. Es decir… Cuando las entregué a la policía, me pareció lo menos que podía hacer -comentó, mientras se frotaba la frente.
– No tienes que culparte de nada -le recordó Charly-. Esas mujeres son adultas y han tomado sus decisiones, una de las cuales fue implicarte a ti en este asunto. No es culpa tuya que te eligieran a ti para escapar de aquel aparcamiento.
– Sí, bueno, ya lo sé, pero me sentiría mejor si supiera que tiene a alguien de su lado, eso es todo -insistió C.J.-. Sé que ella realizó al menos una llamada después de que le dijera que las iba a llevar a la policía y di por sentado… Ahora se me está ocurriendo que debió de ser entonces cuando lo organizó todo para que alguien fuera a llevarse a la niña. Si lo hizo, tal vez…
– C.J., es la sobrina del ex presidente, por el amor de Dios. ¿No crees que tendrá los mejores abogados que el dinero pueda comprar? -replicó Charly. C.J. guardó silencio, por lo que después de un momento, ella lanzó un suspiro de exasperación-. Muy bien, quieres que vaya a ver de qué me puedo enterar, ¿no es eso?
– Si no te importa -respondió C.J., muy aliviado-. Iría yo, pero tengo que quedarme aquí en Wilmington para esperar la carga. Lo más pronto que puedo llegar allí es…
– Es mejor que tú te mantengas al margen -le advirtió Charly-. Si ella te identifica como la persona que las llevó en el camión y la policía viene a buscarte para interrogarte, eso es otra cosa. Si no, te aconsejo como tu abogado, la esposa de tu hermano y por lo tanto, pariente tuya, que no te metas en esto. Las razones son muy variadas, empezando por el hecho de que si ese Ari Vasily es tan peligroso como afirman esas mujeres, no creo que te apetezca vértelas con él. Como te he dicho, no es que esa mujer no tenga recursos. Es la sobrina de un ex presidente.
– Sí -comentó él, con un cierto tono de amargura-. Se le olvidó darme ese detalle.
– ¿Y qué esperabas que hiciera? ¿Que te diera los buenos días, te informara de que iba a secuestrarte y que de paso, te dijera quién era?
– Más tarde tuvo todo el tiempo del mundo para hacerlo. No me dijo nada sobre sí misma, ni siquiera su nombre. Supe que se llamaba Caitlyn porque la otra mujer la llamó así.
– Probablemente sólo estaba tratando de mantenerte al margen del asunto todo lo que pudiera. Dudo que se sintiera muy contenta de tener que hacer lo que hizo.
– Has hablado como buena abogada de la defensa.
– Eso es precisamente lo que soy y la razón por la que me has llamado, cielo. Por cierto, si estás tan enojado con esa mujer, ¿por qué estás tratando de ayudarla?
Ojalá lo supiera. C.J. cerró los ojos, pensando lo mucho que le gustaría tener una cerveza, o incluso algo más fuerte, entre las manos en aquellos instantes. No era típico de él. Se había pasado sus años adolescentes viendo cómo su hermano Roy se enfrentaba al alcohol y eso había dejado huella en él.
– Mira a ver qué puedes hacer -suspiró-. Probablemente yo llegaré a casa mañana por la tarde a última hora, pero puedes llamarme al móvil.
– Realizaré algunas llamadas, pero no te prometo nada.
– Está bien, Charly… Gracias.
C.J. cortó la comunicación, pero permaneció sentado donde estaba durante mucho tiempo. Se sentía muy nervioso Había hecho lo correcto al entregarlas. Estaba seguro de ello. No era asunto suyo. Charly tenía razón. Lo mejor era que no se metiera más. Entonces, ¿por qué no podía sacársela de la cabeza? A ella. A las tres. A pesar de todo, no eran los ojos castaños de Mary Kelly los que veía cuando cerraba los ojos. Ni siquiera los de la pequeña Emma. No. El que lo perseguía era el rostro de ella, pálido y asustado entre las sombras del asiento trasero de un coche patrulla. Le parecía que aquellos ojos de color plata lo miraban a él, llegándole hasta la misma alma para lanzar un desesperado y mudo grito de socorro.
Estaba en algún lugar al sur de Richmond cuando el teléfono móvil empezó a sonar. Extendió la mano hacia el accesorio de manos libres y apretó el botón de recepción.
– ¿Sí? -gritó, por encima del ruido del motor.
– ¿C.J. eres tú? -preguntó la voz de Charly tenue y distante.
El corazón le dio un vuelco. Subió el volumen y volvió a gritar:
– Sí, Charly. ¿Qué has descubierto?
– Un par de cosas. En primer lugar, ella sigue sin hablar. La madre tampoco, por lo que las dos están de vuelta en la cárcel y parece que van a permanecer allí algún tiempo. El juez Calhoun parece decidido a mantenerlas en la trena hasta que digan dónde está la niña.
– ¿Y?
– Esa mujer no necesita ayuda, C.J., al menos tuya.
– ¿Te ha dicho ella eso? ¿Te lo ha dicho ella personalmente y no otro abogado? ¿Has hablado con ella?
– En una palabra, sí. Lo que ella me dijo exactamente fue que ya habías hecho más que suficiente. Y tiene razón, ¿sabes? Déjalo estar, cielo. Esto no es problema tuyo. Tienes otras cosas de las que preocuparte, lo que me recuerda otra cosa. ¿Cómo te va con los estudios? ¿Cuándo piensas establecerte aquí con Troy y conmigo?
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